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Ni aranceles, ni política exterior, ni guerras: ¿por qué la extrema derecha continúa en ascenso en España?

Ni aranceles, ni política exterior, ni guerras: ¿por qué la extrema derecha continúa en ascenso en España?

Según el último barómetro del CIS, Vox sigue sumando apoyos a pesar de los señalamientos a los de Santiago Abascal por su apoyo a Donald Trump.

El líder de Vox, Santiago Abascal.Rober Solsona/Europa Press via Getty Images

En menos de 24 horas, los presidentes Nayib Bukele y Donald Trump cerraron no sin sorna las puertas a la repatriación de un salvadoreño deportado y encarcelado sin motivo; el influencer misógino Andrew Tate enfrentó la vista preliminar de un juicio en el Reino Unido acusado de violación, agresiones y control coercitivo; y el último barómetro del CIS desveló que la extrema derecha en España continúa en ascenso. Estos tres hechos, aunque puedan parecer diferenciados, expresan una tendencia global desesperada. De manera irremediable, uno piensa también en Elon Musk y en la pregunta que salta al abrir X: ¿qué está pasando?

Cuando Donald Trump anunció aranceles para todos los países del mundo en una jornada que él mismo definió como el Día de la Liberación, en Vox, el partido liderado por Santiago Abascal, parecieron asustarse. Debían mantener inquebrantable su apoyo al presidente estadounidense al mismo tiempo que necesitaban sostener su propia posición proteccionista. ¿Cómo defender a España y a Trump si las empresas nacionales van a verse afectadas por las altas tasas que debían pagar para seguir exportando? Desde el Gobierno, pero sobre todo desde el Partido Popular, se frotaron las manos. Sin saberlo, en realidad preocupándole bien poco, Trump había dado a la oposición a Vox la oportunidad inédita para resaltar las contradicciones de la ultraderecha. ¿Pero cómo es posible, entonces, que el CIS entregue unos resultados así? Trump anunció sus aranceles el día 2 de abril, aunque se intuía desde hacía días, y el CIS realizó sus encuestas entre el 1 y el 8 de abril, en plena crisis global y con los mercados de valores de las diferentes bolsas gritando auxilio.

Una vez anunciados los aranceles, en Vox recurrieron a dos de las estrategias que mejor funcionan a la extrema derecha. Primer paso, victimismo. Las acusaciones contra Vox, dijo Abascal, respondían a “una mentira y una manipulación”. “A mí estos días me han comparado no solo con ETA sino hasta con la mafia soviética. No hay límites para el bipartidismo, no hay límites para los medios de comunicación financiados por el bipartidismo. Van a decir eso y muchas cosas más”, aseguró. Segundo paso, el contrataque populista. “Aranceles es gastarse el dinero en putas como han hecho los partidos que están en el Gobierno”, espetó el líder de Vox. Y ya. Los de Santiago Abascal no precisan mucho más. El problema es pensar, como recuerda el periodista especializado en extrema derecha Miquel Ramos, que a la ultraderecha se la puede vencer solo con la certeza de saberse con la razón.

Como sucede con Trump, o con personajes de la talla de Andrew Tate, en Vox son conscientes de que la ola reaccionaria global juega en su favor. La extrema derecha se ha normalizado, y las alertas del lobo a punto de llegar ya no funcionan, sobre todo porque en este caso el lobo lleva tiempo entre las ovejas. O, como denuncia el politólogo neerlandés Cas Mudde, la extrema derecha ya es “mainstream”. El Partido Popular, por ejemplo, pretende contrarrestar a Vox al tiempo que alcanza acuerdos para mantenerse en los gobiernos autonómicos mediante la asunción de las políticas antimigratorias y negacionistas del cambio climático. Es lo mismo que sucede en Alemania, donde la nueva coalición entre derecha y socialdemocracia ha comenzado a aplicar las mismas medidas antimigratorias que defiende la extrema derecha de Alternativa por Alemania, como si defender sus políticas sirviera para aplacar su cada vez mayor apoyo electoral en lugar de legitimarlo. Es difícil pensar que se pueda vencer a la extrema derecha haciendo lo mismo, incluso aunque eso llegase a suponer un freno en votos. ¿Qué más da, si ya se hace lo que quieren?

En Estados Unidos, la oposición demócrata a Donald Trump ha comenzado ya a organizarse no solo en base a la idea de que el presidente estadounidense supone una amenaza, sino también en torno a la autocrítica. El Partido Demócrata, aunque su liderazgo más férreo no quiera verlo, tiene mucho que ver con la reelección de Trump. Como recordaban estos días en The Atlantic, “numerosos análisis retrospectivos han argumentado que los demócratas perdieron votantes ante el trumpismo porque se han convertido en el partido de las élites que ha perdido el contacto con los estadounidenses de a pie, quienes sienten que tienen poco interés en el sistema”. Es lo mismo que pasó en Argentina con la victoria de Javier Milei. En Estados Unidos, Bernie Sanders y Alexandra Ocasio-Cortez están ahora tratando de llenar el vacío. El histórico senador de Vermont, a quien las élites demócratas rechazaron una y otra vez, dijo lo siguiente en su gira conjunta con Ocasio-Cortez, llamada “Combatiendo la oligarquía”: “No me hablen de democracia cuando el propio Musk puede invertir 270 millones de dólares para elegir a Donald Trump y luego ser recompensado con el puesto más importante del Gobierno. Pero no se trata solo de Musk y los republicanos; también se trata del Partido Demócrata. Sus multimillonarios les dicen a los candidatos: ‘No se enfrenten a los poderosos’, y demasiados demócratas les están haciendo caso”.

Más allá de los aranceles o de las políticas económicas de Donald Trump, Vox sigue siendo, en España, el vehículo utilizado sobre todo por hombres jóvenes para canalizar su rabia. No apoyan todos sus postulados, pero tampoco van a alejarse solo porque Abascal diga entender lo que hace Trump. Parte de las respuestas están en el propio barómetro del CIS. Ni la política exterior, ni Estados Unidos, ni siquiera las guerras, preocupan demasiado a la población, que se decanta, de nuevo, por situar el acceso a la vivienda como el mayor obstáculo de vida.

De nuevo, y como decía a El HuffPost Lucas Gottzén, profesor de Estudios sobre la Infancia y la Juventud en la Universidad de Estocolmo, las personas jóvenes necesitan “políticas económicas que aborden la precariedad”. En lugar de “simplemente luchar una guerra cultural e intentar cambiar actitudes antiliberales, misóginas y racistas, [...] preferiría ver una nueva economía política radicalmente progresista que ayude a los jóvenes, brinde soluciones prácticas para los jóvenes, incluidos los hombres jóvenes blancos, y aborde sus vulnerabilidades y situaciones precarias, todo ello reconociendo las otras desigualdades estructurales en nuestras sociedades basadas en la clase, el género, la raza/etnia, la sexualidad y otros factores”.