En Italia, esperando a Godot

En Italia, esperando a Godot

Cincuenta y seis días esperando a Godot. Pero nada. Italia se hunde, sin gobierno, ahora sin izquierda, y todo sigue igual: Giorgio Napolitano sale y entra otra vez al Quirinale por su puerta giratoria, con 738 votos y siete años más al mando de un país que no sabe cambiar.

Cincuenta y seis días esperando a Godot. Pero nada. Italia se hunde, sin gobierno, ahora sin izquierda - la que sea - y todo sigue igual: Giorgio Napolitano sale y entra otra vez al Quirinale por su puerta giratoria, con 738 votos y siete años más al mando de un país que no sabe cambiar. Así que un hombre, un abuelo de 87 años -con todo respeto-, es la unica salvación que se les ocurre a los partidos en estos tiempos de crisis.

Atados, bien atados con cuerdas, como en la tragicomedia de Samuel Beckett, los italianos en estos cincuenta y seis días han tenido de todo: un dictador, un esclavo, un ciego, un mudo.

Pier Luigi Bersani, que acaba de dimitir como secretario del Partido Demócrata, ha hecho el papel de ciego y esclavo. Se va, después de haber destrozado el partido que habia ganado las elecciones el pasado febrero. Se va, sordo ante las reclamaciones de todos los que lo habían votado, primero como secretario del PD, luego como posible primer ministro. Se va y se lleva también algunos dirigentes. ¡Por fin!, habrá pensado todo el mundo. Se acabó la estrategia débil, empezada con el nombre de Franco Marini, luego el salto a Romano Prodi, y al final el revolcón del PDL y Monti, con el acuerdo que llevó otra vez Giorgio Napolitano a ser el presidente de la República.

En lo de Beckett, dictadores en realidad hay dos. Por un lado Silvio Berlusconi, sonriente en las fotos del Parlamento, que sale ganando. Y eso que al principio del 2013 Il Cavaliere estaba políticamente muerto. Pero así va el país: en poco mas de cien dias volvió, perdió las elecciones -en realidad sin una derrota que todo el mundo imaginaba-, y gracias a las divisiones internas de la izquierda, o mejor dicho de los dirigentes del PD, ayer ganó otra vez. Por que ahora está bastante claro que el próximo gobierno será un ejecutivo donde la derecha mande. Y Berlusconi tiene, por lo visto, el as en la manga.

El otro dictador ha sido Beppe Grillo. Primero, con su orgullo monárquico, no ha querido pactar con Bersani para hacer un gobierno -"como digo yo, o si no nada de nada, monada" -, luego ha buscado un compromiso sobre el jurista Stefano Rodotà. Después gritó «golpe de Estado» y buscó una marcha sobre Roma, como en los tiempos de Mussolini.

En fin, el mudo de Samuel Beckett en el psicodrama italiano es Mario Monti, aun técnicamente nuestro primer ministro. ¿Quién lo vió? ¿Está escondido?

Fuera de metáforas, no se puede buscar un solo chivo expiatorio para todos los errores y para una deserción masiva parlamentaria que se distribuye en partes iguales entre las tribus del los diputados y senadores. Queda por ver si después de esta hoguera de la personalidad y la vanidad, el resultado de una mezcla de complacencia y el amateurismo, será posible ahora presentar algo más cercano a un gobierno compartido, que haga las reformas que Italia está esperando ya hace años.

La fractura de la izquierda -que recordamos ganó, aunque por poco- sugiere una subordinación política al centroderecha. Lo que ha ocurrido hasta ahora dice que la lógica y los diagramas se omiten, sin que el Partido Demócrata haya sido capaz de percibir y aceptar las consecuencias. El fracaso electoral primero de Marini y después de Prodi es también simbólico. No sólo se puso fin a la primacía de un PD engañado por la mayoría obtenida de una ley electoral vergonzosa: terminó una era.

La tragedia es que la agonía dura ya cincuenta y seis días. Se refleja en el Quirinale, donde no cambia nada. O peor, se vuelve atras. Y todavía no está claro cómo y si será posible la emancipación de Italia de una clase política que desafía peligrosamente la paciencia del pueblo.

«¡Qué! ¿Nos vamos?», preguntaba Vladimir en la obra de Beckett. «Sí, vámonos», contestaba Estragon. Pero nunca se movían. Y nunca se mueven.