En el pueblo de la Tierra más cercano al espacio se habla español y sobreviven con el 50% de oxígeno disponible al nivel del mar
La falta de oxígeno no es el único problema de la región.
Cuando un aventurero asciende por una montaña comienza a sentir cómo cada paso exige más esfuerzo, la respiración se hace corta y el pecho pide oxígeno con insistencia. Para quien escala, ese ahogo es una prueba pasajera, pero imagina vivir en un sitio con altitud de forma permanente: el aliento tenue deja de ser un reto puntual para convertirse en lo habitual. Aunque no es lo normal, esta es la realidad de los habitantes de este pueblo.
En lo alto de los Andes peruanos se ubica La Rinconada, la localidad de la Tierra más cercana al espacio: a más de 5.100 metros sobre el nivel del mar. Un lugar donde el aire tiene cerca de la mitad del oxígeno que se respira a nivel del mar y donde la vida cotidiana se articula alrededor de la minería aurífera. En esas condiciones extremas el cuerpo humano se encuentra en una batalla constante por la falta de aire.
Según recoge El Nacional.cat, muchas personas que habitan La Rinconada presentan casi el doble de glóbulos rojos y hemoglobina que un cuerpo promedio. Se trata de una respuesta fisiológica para transportar más oxígeno, un rasgo que protege frente a la hipoxia pero que también eleva el riesgo de problemas cardiovasculares y de viscosidad sanguínea. Además, bajo estas condiciones la esperanza de vida rara vez supera los 35 años.
La ley del caos
La extracción de oro atrae a trabajadores de toda la región esperanzados por encontrar una fortuna que en pocas ocasiones sale a relucir. En su lugar, los viajeros que llegan hasta aquí se adentran en lo que se conoce popularmente como la “ciudad sin ley del Perú”, donde la ausencia de planificación urbana y de servicios básicos lo convierte un enclave de precariedad: calles sin alcantarillado, viviendas improvisadas e infraestructura mínima.
En las entrañas de la montaña, muchos mineros viven atrapados en el sistema conocido localmente como “cachorreo”, es decir, un mes entero de trabajo sin salario a cambio de la promesa de un solo día en el que pueden quedarse con todo el oro que encuentren en la mina. Una mecánica que no compensa con la cantidad de humos peligrosos que inhalan en las galerías y con el riesgo permanente de derrumbes.
Al mismo tiempo, la falta de bancos obliga a llevar oro y efectivo en los bolsillos, lo que convierte a los trabajadores en blancos fáciles de robos, agresiones y extorsiones. Además, las calles están saturadas de basura y aguas residuales que provocan un olor persistente al que se han tenido que acostumbrar los casi 50.000 habitantes que subieron a la montaña atraídos por la promesa de oro.
Vivir en La Rinconada significa, para muchos, apostar todo a la posibilidad de encontrar una veta que cambie la suerte. Para combatir el mal de altura, los residentes mastican hojas de coca o beben infusiones de hierbas conocidas como “emolientes”, aunque esto no acaba con la sensación constante de asfixia y los consecuentes mareos, vómitos y dolores de cabeza. Si no se plantea ningún cambio estructural, la montaña seguirá dando oro pero cobrando vidas.