Niko, 24 años, trabaja en un carguero de Finlandia: "Vivo una vida de vacaciones cada dos semanas"
"En el barco, piensas solo en lo que ocurre ahí. En casa, te olvidas por completo del trabajo".
Para Niko Nokkanen, de 24 años, la vida está dividida en ciclos perfectos: dos semanas de trabajo intenso en un buque de carga y dos semanas de libertad absoluta en tierra, tal y como cuenta a este medio local. No es una metáfora. Es literalmente así. Mientras muchos jóvenes de su edad pelean con turnos fragmentados, calendarios apretados y salarios ajustados, él pasa medio mes en el mar sin gastar prácticamente un euro y el otro medio viviendo como si estuviera de vacaciones.
En cada vuelta a casa, puede dedicarse a lo que quiera: descansar, viajar o incluso hacer algún que otro trabajo extra. En el barco, tiene la mesa puesta desde el amanecer hasta la noche; come sin preocuparse por la cuenta y, si le da hambre entre comidas, baja a la cantina y se sirve pan, yogur o cereales. Es un beneficio laboral que después paga en impuestos, sí, pero que en conjunto convierte su rutina en una experiencia extraña para quien nunca ha pisado un barco: ordenada, austera y sorprendentemente cómoda.
Evidentemente, la vida marítima tiene un precio emocional. Niko ha pasado Navidades, fiestas de San Juan, cumpleaños y celebraciones familiares mirando el mar por la ventana de su camarote. Sabe que estar lejos, sin posibilidad de volver rápido, es la desventaja inevitable de su profesión. Aun así, la mayoría de los días libres los puede pedir con antelación y, según cuenta, casi siempre se los conceden. Con el tiempo, ha aprendido a vivir en esta dualidad: mitad rutina, mitad aventura; mitad disciplina, mitad libertad. Y lo más curioso es que, para él, ambas mitades encajan a la perfección.
El trabajo de Niko es exigente y muy variado. Es marinero de cubierta, una labor que incluye vigilar la navegación, controlar el radar, asistir al timonel, supervisar la carga, amarrar en puertos y realizar tareas de mantenimiento que van desde pintar hasta eliminar óxido acumulado por la sal y el viento.
Si está de guardia nocturna, recorre los pasillos del barco en patrullas contra incendios para asegurarse de que todo esté en orden mientras el resto duerme. Su mundo, durante esas dos semanas, es una burbuja flotante donde cada tarea tiene un propósito inmediato y concreto: mantener el barco seguro y en movimiento.
En su tiempo libre dentro del barco, el ritmo cambia. Niko se encierra en su camarote, un espacio pequeño pero suyo, donde se tumba a ver películas, duerme o simplemente desconecta. Otros días se junta con compañeros para jugar a juegos de mesa, o baja al gimnasio y a la sauna del barco, dos refugios que ayudan a combatir la monotonía del océano.
Dependiendo del mes y de los turnos asignados, gana entre 2.500 y 3.000 euros. Lo sorprendente es que, incluso cuando está en casa descansando, sigue cobrando su salario base. Suma además todas las vacaciones habituales, de modo que, al final del año, solo trabaja realmente la mitad del tiempo. Esa posibilidad de desconexión total —trabajo en el barco, vida propia en tierra— es lo que más valora. “En el barco, piensas solo en lo que ocurre ahí. En casa, te olvidas por completo del trabajo”, resume.