Una maestra de infantil se jubila y un niño le tenía reservado el mensaje más voraz: "Mi padre dice que gente como tú ya no importa"
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Una maestra de infantil se jubila y un niño le tenía reservado el mensaje más voraz: "Mi padre dice que gente como tú ya no importa"

La reflexión compartida por la docente da mucho que pensar sobre los tiempos actuales y futuros.

Niños en clase, en una imagen de archivo.Getty Images

Después de cuarenta años enseñando a niños de infantil, una maestra estadounidense se despidió del aula con un sabor amargo. Mientras guardaba sus últimos recuerdos en cajas, un alumno de seis años le dijo con total inocencia: “Mi papá dice que la gente como tú ya no importa”. Aquella frase, cargada de la crudeza de los nuevos tiempos, se convirtió en el símbolo de una profesión que, según muchos docentes, se siente cada vez más invisible.

La protagonista, que firma como Clara Holt —un seudónimo, probablemente—, compartió su reflexión en redes sociales, y su texto se hizo viral a comienzos de octubre de 2025. En él no hay rencor, sino tristeza y una llamada de atención sobre cómo la sociedad ha dejado de valorar el papel del maestro. “No pido compasión —escribió—, solo respeto por quienes cuidan de lo más frágil: la curiosidad y la confianza de los niños.”

Holt comenzó su carrera en los años ochenta, una época en la que enseñar era casi un acto comunitario. Recuerda tardes de manualidades, padres que llevaban galletas a clase y tarjetas con corazones recortados torpemente. "Entonces sentíamos que lo que hacíamos importaba”, escribió. Pero, con el paso del tiempo, el entusiasmo dio paso al agotamiento. Las tareas burocráticas crecieron, las pantallas se colaron en las aulas y los maestros empezaron a asumir funciones que van mucho más allá de enseñar: psicólogos, mediadores, asistentes sociales. Todo, con pocos medios y menos reconocimiento.

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Aun así, Clara se quedó. En su despedida recuerda los momentos que, dice, “no caben en una hoja de cálculo”: un niño que confiesa que por fin leyó una página completa, otro que dice sentirse seguro, o una alumna que le recuerda a su abuela. Pequeños gestos que justificaban toda una vida entre tizas, canciones y mochilas de colores.

Pero también describe el cansancio acumulado y la soledad creciente entre el profesorado. “Cada año somos menos, y cada año cuesta más sonreír”, admite. Según datos de la Asociación Americana de Maestros, un 8 % del personal docente en EE.UU. abandona las aulas cada año, y los jóvenes son los que más rápido tiran la toalla. En muchos países europeos, el panorama es similar: largas jornadas, estrés crónico y poco apoyo emocional.

Su despedida no tuvo flores ni discursos. Solo el saludo distraído de un director que miraba el móvil y una carta olvidada de 1998, escrita por un antiguo alumno: “Gracias por quererme cuando era difícil quererme”. Holt confiesa que lloró al leerla. Ese papel amarillento le recordó por qué había resistido tanto tiempo.

“Si conocen a un maestro, agradézcanle”, concluye en su carta viral. “No con tazas ni con regalos, sino con respeto. Porque detrás de cada nota y cada ejercicio hay un corazón que sintió, y que no olvidará jamás a los niños que le dieron sentido a su vida.”

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