El Bruce Willis griego se retira del combate

El Bruce Willis griego se retira del combate

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Si Yanis Varoufakis hubiera pertenecido a la generación del Mayo del 68 francés, hubiera entrado en la categoría de la gauche divine; esa mixtificación entre izquierdismo y caviar Beluga. Domina el escenario con la audacia insolente de los que saben que su fuerza radica en su soledad, en un universo uniformado de tecnócratas que matarían por tener personalidad propia.

El más iconoclasta ministro de economía que se recuerda en la Unión Europea ha durado poco más de cinco meses en el gobierno griego. Puede parecer poco. En realidad ha sido bastante tiempo si consideramos el número abultado de reglas no escritas que ha transgredido. Varoufakis ha sido un electrón libre en un mundo, el de la política europea, bastante anodino y previsible. ¿Cuánto más podría aguantar un actor de Hollywood en el rodaje de un documental en blanco y negro?

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Varoufakis lleva en moto a su mujer tras anunciar su dimisión / GETTY

Varoufakis es capaz de utilizar el desparpajo que le imprime su propia estética con una dialéctica brillantemente provocadora. Ha sido sacrificado, pero no está políticamente muerto. Su fuerza radica, además, en la animadversión de sus contrarios. Los líderes europeos no reparan en manifestar su desagrado por este heterodoxo político griego de un gobierno que vive con un pie en el abismo, al frente de un país pequeño y herido, pero que se ha dado el placer de sacar pecho donde los poderosos no han dejado de mirarle por encima del hombro.

Cuando Varoufakis llegó a Bruselas el pasado enero, estaba claro que iba a estar muy solo. Syriza, un partido anti-establishment, sin experiencia de gobierno, no tenía más que a Podemos como aliado en toda Europa. Ni un solo gobierno en toda la UE es de su familia política, una mezcla de comunistas y formaciones de izquierda. Varoufakis se encargó desde el primer día de subrayar su soledad a base de mantenerse fiel a sí mismo, por mucho que eso le llevara a resaltar sus diferencias constantemente.

Su estética ha levantado pasiones y burlas a partes iguales en una Europa acostumbrada a ver desfilar a sus líderes en aburridos trajes grises y corbatas azules o viceversa. Una de las primeras imágenes de Varoufakis que pudo captar la prensa fue cuando acudió a la primera reunión del gobierno griego sobre las ruedas de su Yamaha de 1.300 centímetros cúbicos. Para algunos evocó a Butch Coolidge, el boxeador que vive al límite y que es encarnado por Bruce Willis en la película Pulp Fiction. Su imagen de tipo duro comenzó a emerger.

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Varoufakis, tras conocer la victoria del 'no' / EFE

Esa mezcla tan atractiva y odiada al mismo tiempo de ropa informal de marca, gustos refinados y falta de complejos ante las convenciones sociales le sitúan en la mixtura entre héroe y villano. Depende del lado de la barricada en donde primen más los principios o las hojas de cálculo. Su refinamiento y su hedonismo resulta insoportable en la convención de que quienes son de izquierdas no pueden apreciar el Champagne de Reims. Tras aparecer en un reportaje junto a su mujer en la revista Paris Match, mostrando las vistas de su terraza sobre el Partenón de Atenas, su colega francés, el socialista Michel Sapin no dudó en tomarle el pelo diciendo que había estado leyendo la revista Philosophie Magazine, “es mejor que Paris Match”, le dijo. Pasado el tiempo Varoufakis reconocería que el reportaje fue un error.

Un Bruce Willis griego que combinara altanería, músculos y una formación académica excelente era probablemente lo que más necesitaba un país tan herido en su ego nacional más profundo. Aunque quizás su majestuosa capacidad para irritar a sus interlocutores no haya sido lo mejor para un gobierno que cuenta en Europa con muy pocos amigos.

En su primera visita oficial aterrizó en Londres y apareció en Downing Street, sede del gobierno británico, vestido con su chaqueta de cuero y sin corbata. Al día siguiente la prensa británica quedó dividida entre quienes pensaron que su estilo evocaba al de los más rudimentarios macarras de discoteca y quienes vieron en él a un líder que sencillamente vestía como la gente normal. En su última comparecencia como Ministro de Economía, Varoufakis apareció en camiseta de manga corta ante la prensa para celebrar los resultados del referéndum el domingo por la noche. Naturalmente sus detractores resaltan que la sencilla prenda escondía un diseño exclusivo perfectamente calculado.

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Michael Ignatieff, un brillante académico canadiense que como Varoufakis pasó por la primera línea de la política, reflexiona en su libro “Fuego y Cenizas” sobre las reglas que debe respetar un buen político para triunfar: “al entrar en política debes renunciar a la espontaneidad y a uno de los placeres de la vida: decir lo primero que se te viene a la cabeza. Si quieres sobrevivir debes colocar un filtro entre tu cerebro y tu boca”. Como es evidente, Varoufakis también se ha permitido saltarse este dogma.

Desde su llegada hizo de la espontaneidad una de sus señas de identidad. Algo bien osado en el universo diplomático de las medias tintas y las palabras huecas. Tras ser elegido diputado con Syriza se comprometió a hablar siempre claro. “Mi mayor miedo, ahora que he aceptado el reto, es que me puedo convertir en un político. Como antídoto, voy a escribir una carta de renuncia y guardarla en el bolsillo de la chaqueta, lista para ser entregada en el momento en el que perciba síntomas de que estoy faltando al compromiso de decirle la verdad al poder”.

Mantenerse fiel a ese compromiso es lo que ha convertido a Varoufakis en un torrente constante de información, bromas, excesos y errores. Sus comentarios francos, como flechas de luz en la niebla que se instala en Bruselas los días invierno, han sido variados. En uno de los más sonoros, que formuló a través de su cuenta en Twitter, donde sus más de 500.000 seguidores dan cuenta del interés que ha generado el personaje, afirmaba lo siguiente: “son unánimes en su odio hacia mí… y yo recibo con agrado su odio”. Varoufakis emulaba las palabras de Franklin D Roosevelt para referirse cariñosamente a sus “socios” europeos con los que tenía que llegar a un acuerdo clave para su país.

Las tensiones en las reuniones del Eurogrupo (a las que asisten los ministros de Economía de los 19 países de la zona euro) se han parecido más a las que viven los matrimonios que no se aguantan y acuden a un especialista demasiado tarde que a lo que acostumbra a verse en Bruselas. Según fuentes del Eurogrupo, el tono y el contenido de sus intervenciones irritaba tanto a sus interlocutores que éstos, en más de una ocasión, procedían a leer el periódico o distraerse con sus tablets mientras Varoufakis se explayaba. Repetía una y otra vez las mismas ideas aislándose de los detalles, como el profesor que repite sus teorías mientras se desvía del programa de estudios, en un clima de presión en el que el tiempo es oro.

Más recientemente, en una entrevistada publicada en El Mundo, Varoufakis, probablemente consciente ya del final de su etapa política, daba un paso más y comparó la actitud de los acreedores europeos con la de los terroristas. Quizás fue un desahogo de última hora. Algunos medios griegos sugieren que los europeos han condicionado el regreso a las negociaciones a la salida de Varoufakis. En todo caso, era bastante claro que la confianza mínima entre él y sus interlocutores estaba totalmente rota y hacían imposible llegar a un acuerdo tras el referéndum. No queda claro, no obstante, desde cuando sabía Varoufakis que su final llegaría ahora. ¿Sería tan irresponsable como para asegurar hace solo unos días que los bancos griegos abrirían mañana martes sabiendo que era probable que no fuera así y conociendo además que ya no sería él el responsable de que eso sucediera?

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No está claro si Varoufakis ha provocado su propia caída, como hiciera Bruce Willis sobre el ring de Tarantino, pero lo que está claro es que quien le va a suceder nada tiene que ver con él. Tras el poli malo llega a la primera línea el bueno, Euclides Tsakalotos, en un momento en que temidas las garras griegas por todas las capitales europeas, hace falta mucho guante de seda.

Tsakalotos, hasta ahora número dos del Ministerio de Exteriores, sustituyó a Varoufakis el pasado abril al frente de algunas negociaciones con los acreedores. Comparte con Varoufakis su formación británica y es también profesor de economía en la universidad de Atenas. Pero es considerado un hombre mucho más pausado, diplomático y de imagen más convencional que Varoufakis. Va a necesitar mucha suerte además de buenas maneras.

Varoufakis ha sido sacrificado y ya es un héroe legendario para muchos griegos. Pero como en muchas series y películas de éxito debemos permanecer atentos porque Varoufakis no está políticamente muerto. De momento continuará siendo diputado en el Parlamento griego y estrella invitada en muchos encuentros de economistas en todo el mundo. Quien sabe si estará ya preparando su resurrección en los capítulos de la próxima temporada de esta telenovela griega.

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