Bartomeu, el Barça y el síndrome del político
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Bartomeu, el Barça y el síndrome del político

El actual presidente llegó de rebote y se irá en silencio, incapaz de haber dejado huella alguna. Su legado quedará embarrado por la sanción de la FIFA y los chanchullos numéricos de la llegada de Neymar. Su mejor decisión, convocar elecciones, vuelve a llegar tarde. Como los políticos.

Al presidente de una entidad de más de 170.00 socios se le presupone una actitud de cierta discreción y una tendencia a tirar pelotas fuera. La misma capacidad de relativizar los errores propios como de vociferar sus éxitos; como si la gestión de un mandato siempre tuviera que ser positiva. Al menos, así ha sido durante muchos años.

El problema aparece cuando, en una rueda de prensa donde llegas una hora tarde, no explicas los motivos específicos de la marcha de tu director deportivo, desmientes sólo las noticias que te interesan, aseguras que la tensión del entorno es desmesurada, afirmas que el socio está contento y avalas que el crack de tu plantilla, enfrentado a tu entrenador y que hace guiños a un conocido rico club londinense, es muy feliz en Barcelona.

Si hay algo que está cambiando estos últimos tiempos en la sociedad es la visión que la gente tiene del poder. No solo del político, sino en todos los niveles. No todo vale y aquello que no funciona debe cambiarse. O, al menos, explicarse. La gente quiere saber el por qué de errores y aciertos, y en el mundo del fútbol pasa exactamente lo mismo.

El lógico interés que Josep María Bartomeu mostró para limitar el descontento de gran parte del tejido colectivo azulgrana sonó a justificación y excusa. Podría haber dicho que el club "está en la Champions League de la economía del fútbol", parafraseando a un reputado expresidente socialista; o quedarse tan ancho diciendo que "esta crisis será cosa del pasado", en homenaje a la oratoria de Rajoy. Mucha confirmación indemostrable y de contenido sospechoso. El problema es que estos discursos, por reiterados y cansinos, alertan a cualquier mente pensante. Demasiado río sonante.

El presidente del Barça no fue contundente en ninguna de sus explicaciones y se mostró contradictorio en la relación de Luis Enrique y Messi, negándose a asegurar su mal rollo pero asegurando su mediación. Sí, es lo que debía decir. También transmite suspicacias. El colmo fue garantizar la continuidad del argentino "porque tiene contrato", como si en el fútbol las firmas tuvieran un vínculo más relevante que el del cobro de tantos millones. ¿De Zubi? "Fueron algunas cosas que ahora no vienen a cuento", como si la rueda de prensa fuera para hablar del tiempo.

El actual presidente llegó de rebote y se irá en silencio, incapaz de haber dejado huella alguna durante su corto mandato. El proyecto Espai Barça, aceptado por mayoría y sin restar transcendencia a su contenido, no deja de ser una lógica remodelación que habría sido aceptado con cualquier otra junta. El resto de su legado quedará embarrado por la sanción de la FIFA y los chanchullos numéricos de la llegada de Neymar.

Si algo bueno trajo la crisis fue el despertar social, la capacidad de determinar los responsables de tanta desvergüenza. El Barça no solo tiene crisis de resultados y juego sino de identidad y de estructura. Denunciar una mala gestión o el desacuerdo con las decisiones tomadas no es sinónimo de mal barcelonismo o de inestabilidad provocada, tal como nos han recordado demasiadas veces. El "traidor a la patria", como usó Pablo Iglesias, es aquél que desde su legítimo poder vela por su interés personal por encima del colectivo: Josep Maria Bartomeu ocupó la presidencia avalado por los estatutos, no por los socios. Su mejor decisión, convocar elecciones, vuelve a llegar tarde. Como los políticos.