Aunque el dedo señale a May, también deberíamos mirar a Corbyn
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Aunque el dedo señale a May, también deberíamos mirar a Corbyn

Jeremy Corbyn, en una imagen de archivo.Simon Dawson / Reuters

Todos miran a May cuando en realidad también deberían mirar a Corbyn, aunque él no quiera.

Digo esto porque tras la Cumbre Europea de Salzburgo, que ha propinado un sonoro portazo a la primera ministra británica rechazando su último (por ahora, claro) plan para el abandono de la UE, bastaría con que el líder laborista abandonara su calculada ambigüedad para que el escenario cambiara sensiblemente a pocos meses del fatídico 29 de marzo de 2019.

Sabemos que el Partido Conservador está dividido y se acerca a una Convención anual tormentosa. Sabemos que el Gobierno tiene un problema serio porque Chequers no ha obtenido ni el acuse de recibo por parte de la UE. Sabemos que un Brexit sin acuerdo (una catástrofe aún mayor que la que representa por sí mismo el Brexit) vuelve a ser una posibilidad encima de la mesa. Todo eso sabemos por un lado.

Pero, por otro lado, conocemos que el movimiento anti-Brexit crece cada día. Conocemos que, de forma transversal, antiguos dirigentes como Blair, Major y Clegg están moviéndose con fuerza en esa dirección. Conocemos que en el Partido Conservador hay quien no apuesta por la salida. Conocemos que la mayoría de los británicos demanda un segundo referéndum sin mentiras. Conocemos que buena parte del Parlamento se opone a esta locura. Y conocemos que, a pesar de la mayoritaria opinión proeuropea del electorado laborista, Corbyn sigue jugando al abandono aunque sea de una manera suave.

Lo tremendo es que Corbyn pase a la historia por haberse evadido de sus responsabilidades

La pregunta es por qué Corbyn da la espalda a su electorado y a sus miembros en los Comunes y los Lores. La pregunta es por qué Corbyn no demanda un segundo referéndum. La pregunta es por qué Corbyn hace oídos sordos a la creciente sociedad civil –sobre todo joven- que quiere que el país siga en la UE. La pregunta es por qué, de no convocarse, no propone unas elecciones anticipadas. La pregunta es por qué Corbyn está colaborando de una manera u otra con el desastre.

Los socialistas europeos miran con estupor a Corbyn y no acaban de creerse que confunda su euroescepticismo ideológico viejuno con la posibilidad de poner en peligro el futuro del Reino Unido y sus trabajadores si sale de la UE, precisamente en el mundo de Trump. Tampoco terminan de creerse que sea ni por un momento capaz de imaginar que su programa de mayor igualdad y bienestar es factible extramuros de la Europa comunitaria.

Puede que May fracase y pase a la historia por haber cambiado de caballo (era in y luego fue out para llegar a Downing Street) y provocar no solo su caída, sino la su nación. Pero no dejará de ser el destino de una conservadora en un Partido marcado desde hace décadas por un debate europeo envenenado. Lo tremendo es que Corbyn pase a la historia por haberse evadido de sus responsabilidades. Primero, en el referéndum de 2016. Y luego, al dejar de pedir un segundo referéndum. El tiempo y la política apremian.

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