Así lidia Alemania con el auge de la ultraderecha

Así lidia Alemania con el auge de la ultraderecha

La crisis política de Turingia, donde por primera vez dos partidos demócratas han roto el cordón sanitario contra la AfD, pone a prueba el bloqueo a los radicales

Protesta en Berlín, el 24 de septiembre de 2017, contra la AfD, tras una serie de incidentes antisemitas. Michael Probst / ASSOCIATED PRESS

Al enemigo, ni agua. En Alemania, eso lo han tenido muy claro cuando el adversario en cuestión era la ultraderecha, algo lógico en un país que tiene demasiadas cicatrices causadas por el nazismo. Desde la pasada semana, aunque el debate viene de lejos, esas filas ya no están tan prietas: en las elecciones regionales de Turingia se ha roto el cordón sanitario que dejaba siempre a estos radicales fuera de las instituciones, lejos de los pactos de Gobierno y de cualquier toma de decisión real y, aunque se ha dado marcha atrás, la caja de los truenos no hay quien la cierre.

El debate se ha reavivado: ¿cómo hay que tratar a esta gente?, ¿hay algún margen para hablar o pactar con ellos? ¿Es posible obviarlos por completo, teniendo en cuenta su ascenso innegable y el fragmentado escenario político nacional?

De dónde venimos

Lo que pasó en Turingia se resume en que un liberal se hizo con el mando del territorio tras un proceso de tres votaciones, pasando por encima de La Izquierda (legítimo ganador de los comicios), y gracias a los votos de dos grupos: la ultraderechista AfD (Alternativa para Alemania) y el partido del Gobierno nacional, la Unión Demócrata Cristiana (CDU).

Nunca hasta ahora, nadie, se había encumbrado con los apoyos de los ultras. Thomas Kemmerich, que es como se llamaba el mandatario de Turingia, ha dimitido ante el revuelo causado por la elección de sus aliados, y sobre todo, tras unas contundentes declaraciones de la canciller, Angela Merkel, recordándole a él y a su propia gente de la CDU que con la AfD no se va ni a la vuelta de la esquina.

“Ha sido un mal día para la democracia, un día que rompió con la larga y orgullosa tradición de los valores de la CDU. Esto no está en línea con lo que la CDU piensa, con cómo hemos actuado durante la existencia de nuestro partido”, dijo en una comparecencia desde Sudáfrica, obligada por la crisis. Intervino ella, porque su sucesora en el partido y, se esperaba, en el Ejecutivo, no tomó las riendas con la rapidez y contundencia esperadas. Annegret Kramp-Karrenbauer tuvo que dimitir el pasado lunes.

Un bloqueo férreo

Hasta ahora, lo que siempre prevalecía es lo que los alemanes llaman brandmauer, cortafuegos, el cordón sanitario que data de hace décadas por el que las fuerzas democráticas del país se alinean, sin importar el color político, siempre contra la extrema derecha.

Los demás partidos, desde que estas formaciones (la AfD especialmente) empezaron a despuntar hace años, les han dispensado un idéntico trato. Como en Francia, no hay relación ni en las instituciones ni en lo personal, tomarse un café con un diputado de esta ideología te expone a sanciones y regañinas y hasta una foto como la de Pablo Iglesias e Iván Espinosa de los Monteros sería complicada de explicar, ni siquiera aludiendo a la pura educación o la cortesía.

La AfD es hoy la tercera fuerza parlamentaria y la primera de la oposición en Alemania, ya que el Gobierno se sustenta en una alianza entre los conservadores de Merkel y los socialdemócratas, los dos primeros partidos en votos. Los ultras tienen 89 escaños en la Cámara baja (Bundestag), de un total de 709. Podrían, por tanto, ostentar un poder notable en el hemiciclo, pero los demás impiden que así sea, algo de lo que la clase política germana ha estado, hasta ahora, bastante orgullosa.

Los diputados radicales están presentes en 24 comisiones permanentes, porque a eso le dan permiso sus apoyos, pero no ocupan puestos de responsabilidad, ni siquiera la vicepresidencia de mesa que, con el 12,6% de los votos, les podía corresponder. Los demás partidos le han hecho el vacío, todos a una, relegando nombramientos, rechazando nombres de candidatos o perfiles muy escorados, siempre buscando el “menos nocivo” de ellos.

Ha habido casos señalados de ostracismo contra estos poco democráticos políticos: a finales de año, los legisladores despojaron a un parlamentario de extrema derecha de su papel como presidente de un comité de la Cámara, el de asuntos legales, porque había hecho comentarios ampliamente condenados como antisemitas-. Algo así no había pasado en los últimos 70 años. Mientras, el pasado junio, la AfD se quedó sin su primera alcaldía, la de Görlitz, porque todas las fuerzas se unieron para impedirlo.

El Gobierno alemán tiene, al menos, a tres ministerios trabajando de la mano para tratar de frenar ideologías extremistas, con plenas conexiones con formaciones que no están en el gabinete, además.

Eso no quiere decir que no haya grietas, dudas: varios de los candidatos que se quedaron esperando a suceder a Merkel en la CDU y que ahora preparan de nuevo el asalto a la cima del partido eran partidarios de abrirse a estas fuerzas, porque si no, las sumas son complejas; por eso y porque, a qué negarlo, hay algunas materias en las que pueden coincidir, como en una visión más dura de las políticas migratorias, frente a una canciller que ha hecho historia abriendo las fronteras a los refugiados en crisis como las de 2015.

El contagio

Alternative für Deutschland es un partido complejo, que no es derecha ni izquierda, abiertamente xenófobo, contrario a la inmigración (y a quienes llegan al país y profesan el Islam, en concreto), con un encuadre basado en reforzar el concepto de “identidad alemana” frente a la “amenaza” de fuera, que defiende el cierre de fronteras y la expulsión de todo demandante de asilo cuya petición sea rechazada.

A pesar de haberse desmarcado del movimiento Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, aún más radicales), el papel de esta organización en las bases ideológicas de la AfD sigue estando presente. “Las férreas leyes alemanas para luchar contra el antisemitismo, que no tienen reflejo en otros casos de xenofobia e islamofobia, han sido la ventana de oportunidad de la intolerancia”, recuerdan en los informes de la Fundación Por Causa.

Su presencia en el Bundestag, por ejemplo, ha vulgarizado los debates parlamentarios y sus campañas centradas en la migración y la identidad nacional han roto los viejos tabúes alemanes y desplazado la política hacia la derecha. El efecto contagio en la agenda y en los planteamientos ha sido claro, aunque obviamente el resto de formaciones se mantiene dentro del respeto a la legalidad. Es uno de sus mayores triunfos.

Ahora, con el golpe de Turingia, se frotan las manos. La brecha está abierta y no se sabe qué se puede colar por ahí: los socialdemócratas presionan a su socio, la CDU, para que se “aclare”, por lo que el futuro de la coalición puede estar en riesgo si no se dan señales claras, mientras que la ultraderecha hurga en esa herida y se vanagloria de que, sin ellos, será muy complicado conformar ayuntamientos, gobiernos regionales... y hasta uno nacional, si las encuestas siguen dándole buenos datos, a un año de la marcha de Merkel. Aún sin gobernar, son protagonistas porque están imponiendo contenidos a la derecha tradicional y porque dejan en evidencia a las otras fuerzas, de siempre, con sus contradicciones al aire.

El consejo más sensato se ha escuchado de boca de la colíder de Los Verdes germanos, la última gran revelación en las urnas. “Los partidos no deben actuar ahora con tacticismo, sino lograr que el cortafuegos con la AfD se mantenga. La inestable situación de Turingia (donde se van a repetir las elecciones) no debe contagiar al resto del país”, ha dicho Annalena Baerbock.

Grandes a costa del desgaste y el desencanto

Alemania se había mantenido durante 70 años como la única democracia europea sin un partido de derecha dura con peso. Lo intentaron los nazis, lo intentaron los neonazis, pero ni pudieron ni les dejaron. El país permanecía en una especie de centro templado, con una tranquila alternancia de poder, e incluso compartiéndolo a veces, entre la derecha moderada de los demócratas cristianos y la izquierda reformista de los socialdemócratas.

Ahora, las razones por las que la ultraderecha se ha hecho fuerte en el país son variadas. “Sólo un 34% de los votantes de AfD se inclinan por el partido por convicción, según las encuestas. Pesa el desencanto respecto a los partidos clásicos o die Volksparteien. El resentimiento y la protesta están en la base, pero también la pérdida de credibilidad, en concreto de la izquierda, muy desdibujada en el país. Son dos fenómenos que se dan en toda Europa y hasta en EEUU”, explica el analista Matthias Poelmans.

“A ello se suma la falta de respuestas de las instituciones, porque aunque ha aguantado mejor que otras naciones, la crisis también ha afectado a Alemania, y no hay que olvidar el pasado, una semilla ultra que se mantiene en un país con una historia que todos sabemos”, añade. El ascenso, recuerda, se sumó en el tiempo a la crisis de los refugiados de hace casi cinco años y la aparición de nuevos discursos racistas.

No obstante, Poelmans matiza que la subida no es “homogénea”, que cada zona del país vota de una manera, y que donde están encontrando granero los ultras es en la zona del este. “Los populistas de derecha se han apropiado de las consignas de otra época, sacando a relucir las desigualdades que, aún hoy, más de 30 años después de la reunificación, existe entre las dos Alemanias. Hablan de completar esa unificación, de hacerla total y real, de lograr la igualdad de oportunidades real, de levantar al este... Muchos habitantes de la antigua RDA están decepcionados, no se sienten comprendidos ni tomados en cuenta por la sociedad mayoritaria en el oeste”, señala.

Habla de un cóctel potente: frustración económica, resentimiento identitario y nostalgia de otro tiempo. No es una ideología uniforme, insiste, sino un batiburrillo de nacionalismo, proteccionismo, racismo, economía... y visceralidad. El Instituto Allensbach desvela que el 31% de las personas del este creen que la democracia es el mejor sistema de Gobierno, cuando en el oeste la cifra sube al 70%.

Los datos de los comicios de Sajonia y Brandemburgo de septiembre son contundentes: en Sajonia, AfD es la segunda fuerza con su mejor resultado histórico, un 27,5% (37 escaños), detrás de la CDU, que obtiene el 32,1% (46 escaños), según los resultados preliminares. En Brandeburgo, AfD también es segunda fuerza con el 23,5% (23 diputados) por debajo de los socialdemócratas que tienen un 26,2% (25 diputados). Son datos históricos.

Los socialistas son los que más han perdido por el camino (hasta la mitad de votos en algunos lander), pero el estancamiento de los de Merkel, con bajadas de entre un 5 y un 15%, también es sensible, un buen río revuelto en el que pescar.

El analista sostiene, no obstante, que el cordón sanitario en Alemania funciona y debe mentenerse. “En otros lugares, acrecienta el poder de los radicales, pero estamos hablando de un país peculiar, demasiado señalado cuando hablamos de fascismo. No les queda otra que ser intransigentes. La AfD ha tenido un importante ascenso pero, aún así, ha encontrado freno. A lo mejor es lo que quieren, no gobernar nunca y hacer ruido, pero a la larga eso cala en el electorado y deja de verse como opción de gestión, de Gobierno. No hay que olvidar que, en paralelo a lo político, se está produciendo un importante aumento de agresiones de corte nazi. Eso puede generarles una imagen terrible, Interior ya trabaja con este fenómeno como una de las principales amenazas nacionales. Queda un tiempo difícil, pero el consejo es mantener la firmeza”.