Cuando un "incidente" puede acabar en Tercera Guerra Mundial

Cuando un "incidente" puede acabar en Tercera Guerra Mundial

Los ataques rusos a 25 kilómetros de suelo OTAN han elevado la preocupación ante la internacionalización de la guerra. Los Aliados insisten: no van a entrar en Ucrania.

Nube de humo tras un ataque ruso contra el casco urbano de Leópolis (Lviv), el pasado viernes por la mañana. via Associated Press

“Todo el mundo. Todos estamos en guerra”. El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, lo dijo en su primer vídeo tras la invasión rusa: la batalla se despliega en su país, pero su dimensión es planetaria. En estos días se habla mucho de la posible internacionalización del conflicto, pero ese es un salto que se dio el primer día que Rusia movilizó a países amigos para su andanada -Bielorrusia. Chechenia- o que las potencias occidentales comenzaron a imponer sanciones a Moscú. “Es guerra, pero otro tipo de guerra”, como afina el secretario de Prensa del Pentágono estadounidense, John Kirby.

Lo que está tras ese debate de la internacionalización es, en realidad, la pregunta de si la OTAN entrará o no en liza. Desde su cuartel general de Bruselas lo repiten insistentemente: no habrá intervención armada en Ucrania y no se facilitará tampoco una zona de exclusión aérea, como reclama Kiev. Esta semana, el día 24, se celebra una cumbre extraordinaria de la Alianza en la que se debe analizar la situación y plantear apuestas, pero parece que ese “no” será inamovible. Y, sin embargo, Estados Unidos avisa: como se toque un pelo a un aliado atlántico habrá una Tercera Guerra Mundial, podría invocar el artículo 5 de su tratado que permite a un socio pedir el apoyo de todos en caso de agresión y la guerra convencional desbordaría las fronteras de Ucrania.

¿Es este un escenario factible? Sí, lo es, pero muy lejano. Fuentes de la OTAN consultadas por El HuffPost llaman inicialmente a la calma, porque no hay previsión en sus informes de que el presidente ruso, Vladimir Putin, vaya a intentar algo contra alguno de los países cercanos que son parte de la OTAN, por más que se remita el “nadie sabe lo que pasa por su cabeza”. No obstante, reconocen que existe el “riesgo” de “incidentes” que agraven la situación. Una chispa, como puede ser la caída de un misil ruso por accidente o mal cálculo, puede prender. Y entonces tocaría actuar “con todas sus fuerzas”, dice el presidente norteamericano Joe Biden.

Más al oeste

En los primeros 15 días de contienda los ataques rusos se concentraron en la zona oriental de Ucrania, la más alejada de los países que sí forman parte de la OTAN o de la Unión Europea. Sin embargo, la pasada semana el oeste también comenzó a ser diana. Lo que se llama el “riesgo de contacto” ha crecido, como demuestran los tres ataques a instalaciones militares que han hecho saltar las alarmas: el bombardeo de los aeródromos de Lutsk e Ivano-Frankivsk y de la base de Yavoric. Los dos primeros distan unos 80 kilómetros de la frontera con Polonia pero la última se queda a sólo 25. Sólo ese golpe, que es el más documentado por ahora, ha dejado 35 militares muertos y 134 heridos.

No fue un error de cálculo ni un disparo perdido el que reventó esta instalación. Rusia fue a por ella porque en ella solían hacerse entrenamientos y maniobras conjuntas de Ucrania con ejércitos del entorno OTAN. Era igualmente la base de la Legión Extranjera -integrada por combatientes occidentales en su mayoría, a los que Rusia llama “mercenarios”- y del Centro Internacional para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad, en el que enseñaban sobre todo docentes de EEUU y Canadá. Rusia lo ha vendido como un “enorme éxito”: eleva a 180 los muertos y sostiene que ha “reventado” una importante remesa de armas.

La zona, en los alrededores de Leópolis, ha sido usada en las últimas semanas por las embajadas de medio mundo para situar sus oficinas, tras el cierre de las legaciones oficiales de Kiev por la presión de los combates. También es un punto de paso clave de refugiados hacia Polonia, donde han llegado ya 1,6 millones de desplazados. Y lo que le interesa a Rusia: por allí han entrado misiles Stinger y armas antitanque de EEUU (que ha liberado 350 millones de dólares en ayuda militar a Ucrania) y armas de todo tipo de la UE, como drones, morteros, lanzagranadas o misiles portátiles (que le ha sumado 490 millones más).

  Ejercicio multinacional con tropas de Lituania, Polonia y Ucrania en Yavoriv, en julio del pasado año. YURIY DYACHYSHYN via Getty Images

También se investiga un extraño suceso con un dron que se habría estrellado el 10 de marzo en Zagreb, capital de Croacia, un Tupolev Tu-141 Strizh fabricado en los años 1970 y 1980 para el ejército soviético, utilizado en misiones de reconocimiento pero que portaba explosivos. Usado también habitualmente por Ucrania, se desconoce su origen. Lo que sí se sabe, pero no se entiende, es que llegó a un parque donde se hizo trizas tras pasar por países OTAN como Rumanía, Hungría y la propia Croacia. Ya hay abierta una investigación para conocer su origen y los errores en su detección.

A eso se suma una amenaza verbal que también pesa: el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, avisó de que se tomarían como “objetivos legítimos” todos los convoyes de armas que se enviasen a Ucrania, fuera quien fuera su origen. No aclaró si se decidirían a atacarlos sólo en suelo ucraniano o también en as fronteras, en el momento de la entrega, pero el aviso están lanzado. Se sienten autorizados a golpear. Ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el embajador ruso Vasili Nebenzia también afirmó el jueves que ese suministro de armas supone “echar leña al fuego” y tener “repercusiones trágicas”. “Vemos cómo se siguen suministrando armas de toda ralea [a los ucranianos] por parte de capitales occidentales (...) El hecho de poner armas en manos de civiles, ¿saben los occidentales el riesgo que representa para su propia seguridad, cuando misiles tierra aire y lanzagranadas caigan en manos de cualquiera?”, indicó.

La guerra no está siendo el paseo militar que Putin esperaba y hay que medir el gasto de material y armamento. Moscú, como segunda potencia militar del mundo que es, tiene armamento avanzado y preciso -por más que se haya desactualizado en algunos puntos- pero es caro, también, y conforme la contienda se enquiste más tendrá que recurrir a armamento menos preciso, añaden estas fuentes. “El mejor es más escaso y más caro”, aclaran. Es entonces cuando la incertidumbre se agiganta.

Es complejo vigilar los más de 500 kilómetros de frontera que comparten con Ucrania los polacos y los rumanos, por ejemplo, por lo que es la zona que más preocupa. En Eslovaquia no pasan de 100, por lo que es un espacio más fácilmente controlable. Hungría, que es el otro país donde la OTAN está alerta, tiene menos riesgos: su relación con Moscú es más fluida -aunque ha acabado condenando la guerra- y sólo ha autorizado el paso de fuerzas, y no de armas, por su territorio hacia Ucrania.

Qué va a hacer la OTAN

“Tenemos la responsabilidad de asegurar que este conflicto no tiene una escalada más allá de Ucrania”, es una de las frases más repetidas estos días por el secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, y que será sobre la que pivote el encuentro de la semana entrante. Por ahora, ha duplicado su presencia en el este de Europa desde que a principios de febrero se detectó como inminente la ofensiva contra Ucrania: tropas, aviones, buques de guerra... No se ha ido más allá ni siquiera cuando Moscú anunció que ponía en alerta su sistema de disuasión nuclear. Mejor la prudencia.

También se está prestando especial atención a Finlandia y Suecia, países que no son miembros de la OTAN, aunque sí amigos, y que han sido amenazados por Putin con represalias si deciden dar el paso de sumarse a la Alianza. Representantes de ambos estados estarán presentes también en la cita de Bruselas.

La pasada semana, surgió la posibilidad de que Ucrania recibiera material de guerra directamente desde un país UE-OTAN como Polonia. La idea era que Varsovia se los donaba a Washington y Washington, a Kiev. De esta forma el traspaso no era directo y se evitaba la amenaza de Putin de que si Polonia daba armas a los ucranianos los considerarían enemigos. El gesto sería una declaración de guerra, dijo el Kremlin. Tras sopesar la jugada, la Casa Blanca la rechazó por peligrosa. De nuevo, el objetivo es evitar “una guerra mundial”.

Desde el Gobierno polaco -tensionado por ser el que más cerca ve los disparos rusos, porque es el que más refugiados está recibiendo- también se ha planteado esta semana la posibilidad de que la OTAN envíe una misión de paz a Ucrania, con capacidad para “defenderse” si es atacada. La petición estará sobre la mesa en la cumbre, pero no tiene apoyos, porque su objetivo no es claro y sus consecuencias pueden ser desestabilizadoras, dicen. Recuerdan en Bruselas que necesitaría además del visto bueno del Consejo de Seguridad de la ONU, donde Rusia es miembro permanente y tiene derecho de veto.

Ucrania lo que pide a diario es que se bloqueen sus cielos y Rusia no pueda bombardear Kiev, Mariupol, Odesa... Una zona de exclusión aérea para evitar que vuelen a través de ella las aeronaves rusas, para la que es necesario el uso de medios militares, como sistemas de vigilancia, defensas antiaéreas y aviones que neutralicen a las aeronaves que ingresen indebidamente en el área restringida. Eso se lo tiene que dar Occidente, pero se niega. Dicen EEUU y la OTAN que si lo hacen forzosamente tendrán que derribar aviones de Moscú y eso es un acto directo de guerra y les supone zambullirse en la contienda.

Zelesnki no se resigna a que lo dejen solo, viendo cómo sus ciudades son destrozadas desde el aire, como ha pasado en guerras como la de Siria, también con impronta rusa. Por eso saca el tema en cada discurso.

  Un grupo de soldados traslada el féretro de uno de sus compañeros, muerto en el ataque a la base de Yavoriv, cerca de Leópolis, el 13 de marzo pasado. SOPA Images via Getty Images

Rusia ya ha internacionalizado el conflicto, por su parte. Desde que dio la orden de atacar, sabía la cascada de reacciones que podría suscitar. Ya parece que no hay ni coronavirus, de lo ocupados que están los Gobiernos occidentales en atajar esta crisis que está provocando un cambio de prioridades en la agenda -este iba a ser el año de la Defensa en la UE, por ejemplo- y unas alteraciones del mercado que dañan a los menos pudientes.

Más allá de eso, desde el primer día de ofensiva usó soldados de Bielorrusia, el país satélite por el que abrió uno de los flancos hasta la vecina Ucrania, y de Chechenia, con no menos de 10.000 combatientes. También cuenta con el famoso Grupo Wagner, mercenarios que trabajan en la zona desde la anexión de Crimea y la autoproclamación de las repúblicas del Donbás en 2014, y ha informado de que hay 16.000 voluntarios de Oriente Medio -sobre todo de Siria, a cuyo régimen Putin apoya en la guerra desde 2915-, dispuestos a luchar en su bando.

Esta guerra nos trae números de hace 75 años, como el de los refugiados, ecos de Guerra Fría, aires de bloques del siglo pasado. Acabe como acabe y ponga o no la OTAN botas sobre el terreno y aviones sobre el cielo ucraniano, se le ha dado la vuelta a la Historia y eso afecta al mundo entero. Es la guerra de todos, como dice Zelenski.