Elecciones en Israel: un caos sobre el que sólo Netanyahu puede reinar

Elecciones en Israel: un caos sobre el que sólo Netanyahu puede reinar

El primer ministro aspira a formar el Gobierno más ultra de la historia, aunque aún las sumas no son definitivas. El bloque opositor no tiene posibilidades de quitarle el trono.

Benjamin Netanyahu es incombustible. Lleva 12 años en el poder, está procesado por corrupción y, aún así, ha vuelto a ganar las elecciones en Israel. Aunque ya no es como antes. No basta con convencer a un puñado de diputados de otros grupos para sumar y cuajar un gabinete de derechas más o menos clásico, halcón siempre.

En los dos últimos años han sido necesarias cuatro elecciones hasta llegar a esta mañana, en la que todo sigue más o menos igual: su Likud es la primera fuerza pero, a esta hora, no tiene mayoría clara para gobernar. Lo único a su favor es que frente a él no hay nadie más que pueda formar una mayoría alternativa. El otro grupo que lo quiere echar, mezcla heterogénea de facciones de izquierda, derecha y centristas que podría encabezar el expresentador de informativos Yair Lapid, también está por debajo del mínimo para tener mayoría. Es Bibi o ir a quintas elecciones. Desesperante.

En un hemiciclo atomizado (se presentaron 37 listas a los comicios de ayer), sólo él tiene posibilidades reales de formar una coalición. La pasada madrugada, hasta que se rozó el 90% del voto escrutado, se daba por sentado que Netanyahu necesitaría a los partidos ultranacionalistas y ultraortodoxos para sumar los 61 escaños necesarios que dan la mayoría absoluta de la Knesset, el parlamento. Pero con eso no bastaba: con sus pobres 30 diputados y los socios radicales con los que cuenta llegaba a 59, se veía obligado a llamar a la puerta del Yamina, una formación cuya base son los colonos que residen ilegalmente en los territorios palestinos de Jerusalén Este y Cisjordania, liderada por Naftali Bennett.

¿Un socio más al que convencer? No, uno de sus máximos enemigos, su exasesor, el que fuera su hombre de confianza y hasta ministro, con el que se lleva a matar. Saben demasiado uno del otro. Sin embargo Bennett, práctico y ambicioso como es, no ha dicho en campaña ni que sí ni que no a un pacto con el actual primer ministro israelí. Una puerta abierta que, aún, podría llevar al pacto.

Eso era, decimos, hasta el 90% del recuento, pero a primera hora de la mañana los datos se le complicaban al Likud: la Lista Árabe Unida, el único partido árabe del país, que llevaba toda la noche quedándose fuera del parlamento, acababa por lograr grupo y obligaba a esperar hasta el final para saber qué ocurre. Tendría su aquel que el partido de la población más pisoteada de Israel, la minoría no desdeñable de cerca de dos millones de personas, acabara aguándole la fiesta.

¿Puede haber otros grupos que saquen a Netanyahu del atolladero? Complicado, porque son fuerzas que se han jugado el tipo justamente yendo contra él, listas lideradas por antiguos colaboradores con los que también acabó fatal como Gideon Saar que han hecho de esa oposición su bandera. No obstante, Netanyahu se ha mostrado exultante en su primera comparecencia, anoche, y habla de un “logro tremendo” de su formación.

Más allá del minuto 90, habrá prórroga, pues quedan por sumar 450.000 votos determinantes, sufragios de soldados, diplomáticos, discapacitados o personas en cuarentena. Los resultados definitivos no se conocerán hasta el viernes, de hecho.

  Benjamin Netanyahu, anoche, valorando los resultados electorales. Amir Levy via Getty Images

No ha habido efecto covid

Israel es uno de los países donde más vacunas contra el coronavirus se están poniendo, gracias a una exitosa política de compra de dosis, a cualquier precio, y de logística y orden en el reparto. Netanyahu quería que esa ola de optimismo por los buenos datos por la protección y el menor contagio, tras pasarlas canutas en primavera y en otoño de 2020, cristalizara en un apoyo masivo en las urnas. Hasta se adueñó del eslogan de su ministerio, “Volvemos a la vida”, mezclando Gobierno y partido.

No ha sido así. Los ciudadanos están cansadísimos de ir a votar tanto y de que los políticos, luego, no sepan llegar a acuerdos duraderos y estables, poniendo por encima sus intereses partidistas. A esta cita con las urnas los israelíes llegaban con desencanto y fatiga, porque en las pasadas pusieron a Netanyahu contra las cuerdas, elevando a los Azules y Blancos del exjefe del Ejército Benny Gantz, el único rostro fresco que podía hacerle competencia. Los pusieron casi parejos y, tras mucho pelear y negarse mutuamente, acabaron pactando. Dos años en la cumbre para cada uno y Gobierno común, era el plan. Sin embargo, una pelea por los presupuestos hizo estallar la coalición.

¿Y perdió Bibi? No, nunca. Gantz fue el que quedó mal, el que se suicidó políticamente: había cedido y pactado con aquel a quien quería echar, traicionando a sus votantes, y no supo meterlo en cintura en siete meses de alianza. Por eso ayer su fuerza quedó en nada, ocho escaños. La participación ha sido más baja y eso no ha ayudado.

A la derecha de la derecha

Si Netanyahu logra sumar al bloque de la derecha con lo que resta de recuento, Israel tendrá el Gobierno más ultraderechista y religioso de la historia. Lo que diría David Ben Gurion, primer mandatario del país y socialdemócrata como casi todos los fundadores, si levantara la cabeza...

Los hacedores de reyes, los partidos que pueden encumbrar al aún primer ministro, son de los que dan miedo: una alianza de grupos de extrema derecha que incluye candidatos abiertamente racistas y homófobos, que no sólo tendrán peso parlamentario (todos tienen entre 6 y 9 escaños) sino que querrán quedarse con ministerios clave y condicionarán la política en educación o sanidad, esenciales. 

Entre ellos está el partido Sionista Religioso, una nueva encarnación del movimiento kahanista, un grupo extremista judío proscrito como terrorista por Israel, Estados Unidos y otros países occidentales, que tiene por meta incitar a la violencia contra los árabes israelíes y los palestinos. Grupos afines han llevado a cabo matanzas en los últimos años, sin despeinarse y sin que eso les haya acabado llevando a la ilegalización. 

Este ascenso presagia un nuevo giro hacia la derecha en el país en cuanto al conflicto con los palestinos se refiere, ese gran olvidado que no ha aparecido apenas en la campaña, monopolizado todo como estaba con el coronavirus. Un conflicto viejo de más de 70 años que no entra ni en los programas más actuales, pero sí está en los viejos, y ese argumentario queda: quieren más asentamientos judíos (hay ya 600.000 personas residiendo ilegalmente en ellos, según Naciones Unidas) y se oponen a la creación de un estado palestino con sus derechos.

Un gobierno sólidamente de derechas probablemente podría chocar con las políticas algo más conciliadoras (al menos de palabra) del nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, que ha presionado para que se reanuden los esfuerzos de paz pero que sigue posicionándose en los organismos internacionales claramente a favor de Israel.

Pero a Netanyahu ahora mismo eso le da igual. Quiere sumar. Y luego, ya encandilará a quien toque. Lleva haciéndolo desde 1996, cuando llegó por primera vez al cargo. Y tienen un empeño, extra, más allá del poder: el mes que viene se retoma el proceso judicial en su contra por corrupción (soborno, fraude y abuso de confianza) y necesita seguir estando protegido y tener inmunidad como jefe de gobierno. A costa de pactar con el diablo, si hace falta. 

¿Podrá seguir haciéndolo con los mimbres de su 23-M o tendrá que ir a elecciones de nuevo? La respuesta, en breve.