Esto es lo que sucedió cuando sufrí abusos sexuales mientras dormía en un avión

Esto es lo que sucedió cuando sufrí abusos sexuales mientras dormía en un avión

airplane with passengers on seats waiting to take offairplane with passengers on seats waiting to take offAwaylGl via Getty Images

A primera hora de la mañana del 17 de julio, en algún lugar a 12.000 metros sobre alguno de los Grandes Lagos de Norteamérica, me desperté siendo víctima de abusos sexuales.

Estaba en un vuelo nocturno desde Los Ángeles con mi hermana, mi cuñado y mi sobrina para pasar unos días en familia en Nueva York. No me senté con ellos, ya que yo había reservado mi billete por mi cuenta, pero no me importaba porque tenía pensado ir dormida todos y cada uno de los minutos del viaje.

Una vez a bordo, descubrí que no solo me habían asignado el temido asiento del medio, sino que también me tocaba tener al lado a la peor pesadilla de todo viajero agotado: el parlanchín.

Parecía bastante inofensivo: en torno a los 50 años, blanco y bien vestido, pero en cuanto me senté, me empezó a hablar. No tardé en enterarme, sin tener que preguntar, de que iba a Nueva York para ver a su esposa y a sus dos hijas y que le resultaba imposible dormir en los aviones.

Parecía bastante inofensivo: en torno a los 50 años, blanco y bien vestido, pero en cuanto me senté, me empezó a hablar.

Le respondí que a mí me resultaba sencillo y, esperando que pillara la indirecta, me envolví en mi abrigo y le dije que llevaba idea de dormir durante el vuelo porque estaba tremendamente cansada. A ver, ¿de qué otro modo le puedes decir a una persona de forma educada que te deje en paz cuando vas a pasar las siguientes cinco horas a su lado?

Por desgracia, responderle fue como abrirle las puertas.

"¿Vas o vuelves?", quiso saber en la que sería la primera de una larga ristra de preguntas banales. "¿De dónde eres? ¿Por qué estás tan cansada? ¿Tienes frío?".

Seguí hablando con desinterés de mí, de mi marido, de mis viajes y de mis estudios sobre la salud mental. No dejé de bostezar en todo el rato, pero estaba claro que él tenía ganas de hablar.

Dejamos de hablar cuando el avión inició el despegue y los motores rugieron, así que aproveché para dormir. Me desperté al oír que mi compañero de vuelo hablaba con algún asistente de vuelo. Me había comprado un par de mantas. Intenté pagárselas, pero se negó e insistió en que las aceptara.

El gesto hizo que me sintiera incómoda, pero quise creer que solo estaba siendo amable. Le di las gracias y, más por obligación que por otra cosa, seguí hablando con él hasta que atenuaron las luces del avión y otro pasajero le hizo callar. Me tomé eso como una oportunidad para arrebujarme bajo las mantas y me sumí en un sueño profundo.

Horas más tarde, me desperté con la inconfundible sensación de estar siendo tocada por otra persona. Se me debía de haber subido el mono por la parte de abajo mientras dormía, ya que podía sentir varios dedos bajo la manta acariciándome la parte interna del muslo derecho desnudo. No supe distinguir si el hombre de mi derecha, el que me había estado hablando antes, estaba roncando o solo respirando fuerte. Yo estaba adormilada y, esperando que solo hubiera sido un accidente debido a la proximidad de los asientos, no dije nada y cambié de postura ligeramente. No tardó en apartar los dedos, pero permanecí despierta, prácticamente aguantando la respiración.

En cuestión de minutos, volví a sentir una mano hábil abriéndose paso bajo la manta hasta colocarse completamente sobre el mismo muslo.

Me quedé sin voz. No podía chillar. No podía moverme. Me sentía paralizada. Sentía como si al aguantar tanto tiempo la respiración se me hubiera quedado el aire atrapado en los pulmones.

En cuestión de minutos, volví a sentir una mano hábil abriéndose paso bajo la manta hasta colocarse completamente sobre el mismo muslo.

Sin embargo, en los segundos que siguieron a mi shock, la mano empezó a trepar más alto y me vi obligada a agarrarla y devolvérsela a su dueño.

Aparté las mantas y, aún callada y en shock, me giré hacia el sobón. El hombre estaba despierto y dijo tartamudeando: "Lo siento, no estaba seguro pero parecía que estabas interesada". Cerró los ojos y giró la cabeza hacia otra dirección.

El avión estaba a oscuras y en silencio. Todo el mundo dormía, incluido el agresor, a quien podía oír roncando —o fingiendo ronquidos― de nuevo. Sopesé la idea de avisar a alguien para pedir ayuda. Me sentía atrapada en el asiento del medio y pensaba: ¿Cómo ha podido pensar que estaba interesada en él? ¿Por haber aceptado las mantas? ¿Ha sido por mi culpa? ¿Ahora qué hago? ¿Me preguntarán por qué me quedé quieta o por qué no tuve valor para chillar cuando ocurrió? ¿Ha pasado ya demasiado tiempo? ¿Y si pulso el botón para llamar a algún asistente de vuelo? No, que tendré que hablar, ¿y qué pasa si me oye el hombre?

No podía hablar, pero sí que podía escribir. Saqué el móvil e hice lo único que se me ocurrió en ese momento. Escribí y escribí hasta que el avión empezó el descenso. El hombre se despertó, pero en ningún momento abandonó su asiento. Y, lo que fue aún más frustrante e increíble: empezó a hablarme como si nada, pero me negué a seguirle la conversación.

Por suerte, la mujer de mi izquierda, que llevaba desde el despegue durmiendo con los auriculares puestos, por fin se despertó. Fingiendo que miraba por la ventana, coloqué el móvil en el reposabrazos compartido y, cuando por fin hicimos contacto visual, le indiqué que tomara mi teléfono.

La mujer leyó en silencio lo que había escrito. Sus ojos se iban alarmando conforme leía. Asintió en silencio en respuesta a mi petición de ayuda y esperó conmigo hasta que el hombre desembarcó. Me acompañó hasta el asistente de vuelo más cercano y me escudó conforme pasaban los demás pasajeros.

Jadeé en busca de aliento al intentar pronunciar mis primeras palabras desde que me había quedado dormida.

"Me desperté... y el hombre que había a mi lado... me manoseaba", susurré débilmente. Empecé a sollozar.

Los miembros de la tripulación se pusieron en movimiento inmediatamente y alertaron a los miembros de seguridad del aeropuerto para que localizaran al pasajero que había abusado de mí. Tras reunirme con mi hermana, salimos del avión. Nos esperaba un miembro de seguridad, que me pidió de forma brusca que prestara declaración, que describiera al hombre y que le dejara mi carnet de conducir. También le mostré un vídeo corto y oscuro que había logrado grabar del hombre justo antes de que se fuera.

Los miembros de la tripulación se pusieron en movimiento inmediatamente y alertaron a los miembros de seguridad del aeropuerto para que localizaran al pasajero que había abusado de mí.

El miembro de seguridad me preguntó si quería presentar cargos. Apenas sabía cómo me encontraba yo misma y me derrumbé en otra oleada de lágrimas.

Me ha manoseado. Es un depredador. Pero tiene mujer e hijas. ¿Merece la pena arruinarles la vida a ellas? ¿Y las vacaciones de mi hermana? No quiero fastidiar también eso. ¿Sería egoísta por mi parte decírselo a mi marido, a mis padres y a mis amigos? No quiero hacerles daño. Pero no puedo mantener esto en secreto.

Intenté que mis llantos no despertaran a mi sobrina de 4 años, que dormía plácidamente en su carrito, pero me di cuenta de algo: ¿Es este el futuro que le esperaba a ella también?

Lloré por ella. Lloré por mí. Lloré por haber sido manoseada en el avión. Lloré por la oferta sexual que me hicieron en Londres. Lloré por haber sido acosada en París. Lloré por haber recibido piropos por la calle en Beirut. Lloré por mi silencio previo y por la parte de mí misma que se sentía traicionada por el mundo y por mi inacción en el momento de los abusos.

Y luego empecé a llorar por todas las chicas que se habían sentido como yo y por las que temía que también lo acabarían haciendo.

"Sí, yo también", conseguí susurrar para mí. "Yo también, yo también, yo también, yo también". Me senté con la espalda encorvada, balanceándome y susurrando con solemnidad esas palabras que tantas veces había oído en el último año pero que nunca fui suficientemente valiente para decir. Llevaba demasiado tiempo callándome.

Estaba dormida. No di mi consentimiento para que ese hombre me hiciera eso. "Quiero presentar cargos", dije al final.

***

Han pasado ya varias semanas desde el incidente en el avión. Por desgracia, el hombre que abusó de mí consiguió salir del aeropuerto antes de que lo encontraran los miembros de seguridad. La Policía me dijo que los miembros de la tripulación habían colaborado entregándoles la información de contacto del pasajero y que notificarían al FBI y a la TSA (Administración de Seguridad en el Transporte). Mandé dos correos a la aerolínea a lo largo de la semana siguiente, pero no he tenido noticia de ellos ni de ninguna agencia desde entonces.

Este incidente de abuso sexual me hizo más fuerte, y no más débil, ya que hice algo que es tan valiente como reaccionar en el momento.

Acorté mi estancia en Nueva York para darme un respiro, pero sigo teniendo en mente volar sola a Inglaterra y un mes después a China. Este incidente de abuso sexual me hizo más fuerte, y no más débil, ya que hice algo que es tan valiente como reaccionar en el momento: encontré la voz y lo denuncié cuando me sentí preparada.

Me llevó algo de tiempo, pero no les importó ni a la asistente de vuelo que me abrazó ni al policía que me dio las gracias ni a mi marido, que me apoyó. Cada vez que he contado esta historia, la experiencia no ha dejado de ser tan dolorosa y bochornosa como al principio, pero lo he denunciado.

Horas antes de volar a casa desde Nueva York, tuve la suerte de conseguir entradas para ver de pie el musical de Mean Girls. Mientras veía el espectáculo, de repente y de forma inesperada, sentí que me hablaban directamente a mí:

A girl's gotta do

What a girl's gotta do

I did it for me, sure

But really for you!

So that you can live fearlessly too

Imagine fearless!

Una chica debe hacer / lo que una chica debe hacer. / Lo hice por mí, claro, / pero en realidad fue por ti, / para que puedas vivir sin miedo tú también. / ¡Imagínate vivir sin miedo!

El mensaje estaba claro: plantar cara a los depredadores, sobre todo a esos con los que llevas toda la vida acostumbrada a ser amable, no te convierte en una persona borde. Te convierte en una persona valiente.

Estas palabras me dieron la esperanza de que mi sobrina crecerá en un mundo en el que el #MeToo ya no será tendencia. Estas palabras me dieron la esperanza de que jamás volveré a quedarme callada. Y estas palabras me dieron la esperanza de que mi historia podrá ayudar a una mujer, aunque sea, para que alce también su voz.

Este post fue publicado en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.