La 'fatiga de Ucrania' llegó: la guerra enquistada que pone al límite la paciencia de Occidente

La 'fatiga de Ucrania' llegó: la guerra enquistada que pone al límite la paciencia de Occidente

Moscú avanza lentamente mientras que Kiev aún no tiene la ayuda ni la formación prometida y los países aliados se preguntan hasta cuándo podrán mantener la ayuda.

Soldados ucranianos del batallón Khartia se protegen en un refugio cerca del frente de Jarkov, el 12 de julio de 2022. Evgeniy Maloletka via AP

“Por favor, por favor, no caigamos en la fatiga de Ucrania”. El aún primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, rogaba a sus pares en el G7, el mes pasado, para que nadie se olvide de la guerra que está a punto de cumplir cinco meses ya. Sus aliados, con Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea en bloque, insisten en que estarán con el Gobierno de Kiev “todo el tiempo que sea necesario”, “hasta que haga falta”, “hasta que la crisis se supere”. Y, sin embargo, el enquistamiento de la invasión lleva al miedo a que la paciencia de Occidente se agote o se cuelen en la agenda esas otras cosas urgentes que se anteponen a las importantes. Que se olvide que la gente sigue muriendo.

Vemos dos ejércitos exhaustos, enredados en una guerra de desgaste, pero, sobre todo, las cosas no están especialmente bien para los invadidos. El pasado 3 de julio, con la caída de Lisichansk, Moscú anunció que tenía ya en su poder toda la región de Lugansk, una de las dos que componen el Donbás (la otra es Donetsk). De seguido, y pese a escaramuzas puntuales, puso el foco en esa otra provincia que le queda por dominar, con la que se haría con el mejor bocado del sur del país, una zona que se autoproclamó independiente en 2014, que desde entonces está parcialmente dominada por prorrusos y en las que los combates están siendo especialmente fieros.

Tras lograr el control sobre la región oriental de Lugansk, las tropas rusas centran sus esfuerzos en las últimas horas en conquistar zonas de la vecina región de Donestk que aún están en manos de los ucranianos, según el último parte del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Las fuerzas rusas están realizado otro intento ofensivo, tratando de penetrar las defensas de Ucrania cerca de las ciudades de Spirne y Novoluhanske. Su empeño es el de mandar en ciudades industriales esenciales para el país y estratégicamente situadas, con salida al Mar de Azov, fácilmente conectables con la caída Mariupol, ideal para abrir ese corredor que ansía el Kremlin entre territorio ruso y el misterioso enclave de Transnistria, en Moldavia, más al oeste.

Algunos especialistas sostienen que, vistos los avances, el presidente ruso, Vladimir Putin, podría haber ordenado una pausa para reordenar sus fuerzas para “descansar, reacondicionar y reconstituir”. Eso podría dar tiempo al ejército de Ucrania para prepararse y defender las partes en juego de Donetsk que todavía tiene, principalmente el cinturón industrial que corre hacia el sur desde la ciudad de Sloviansk. De lo que pase en esa zona dependen en gran medida los resultados finales de la guerra.

Sin embargo, el mandatario ruso se ha encargado personalmente de cortar esos comentarios. “Aún no hemos empezado nada serio en Ucrania”, ha afirmado, amenazante. Anne Claessen, investigadora del Real Instituto Superior de Defensa belga, entiende que no es bravuconería, sino “una realidad”. “Las fuerzas rusas están pasando por un buen momento, si lo comparamos con el inicio de la ofensiva, el 24 de febrero. Obviamente no estamos ante la guerra rápida que soñó Putin, pero ha habido progresos en su ofensiva y una estabilización en sus fuerzas, a ratos desarboladas”. indica.

Pone ejemplos de los avances rusos: se ha logrado eliminar la mayoría de la defensa aérea ucraniana en el Donbás; ha consolidado el control del cinturón del sur, a base de tremendos bombardeos, en una estrategia que le ha funcionado por ejemplo en Severodonetsk; se ha mitigado el poder de los drones ucranianos; y ha mejorado su logística y su estructura de mando -“antes no tenían ni un comandante general, violando la unidad de mando, lo que dio lugar a muchas lagunas”-. Sus ventajas en armamento y potencia de fuego han comenzado a mostrarse, además, porque han apostado por irse concentrando en áreas pequeñas, más manejables, y les funciona. “Han ganado ciudades estratégicas y ha expuesto las limitaciones en el arsenal de Ucrania”.

También sigue habiendo problemas: no logra romper las líneas ucranianas en el norte, donde dijo que se iba a retirar pero donde aún batalla, entre Izium y Sloviansk, donde sigue acumulando tropas a las que podría apoyar desde suelo ruso con grupos tácticos de batallón. “Pese al anuncio, en abril, de que se iban del norte y de Kiev para centrarse en el este, siguen peleando por la zona, lo que evidencia que Putin aún tiene en mente el propósito inicial: ir a por toda Ucrania, si se deja”, señala la experta. Lo que han cambiado son las prioridades y los tiempos.

Los avances de estas semanas pueden “alentar” a Putin a “buscar una mayor expansión de sus objetivos”, que podría incluir una subida hasta el río Dnipro, que parte en dos el país. “Moscú inicialmente quería tratar de colocar una marioneta en el Gobierno, al modelo de Bielorrusia, dejando que dirija el oeste del país, mientras él se anexiona una gran parte del país al este del río Dnipro”, ahondando en el control que ya tiene en parte del Donbás y Crimea y conectando pasillos importantes hacia el Mar Negro, indica. La posibilidad la ve “lejana”, pero está sobre la mesa.

“Sigue teniendo un importante problema de mano de obra, es muy complicado dar relevo a los soldados que mueren o quedan fuera de combate, y por eso está Putin buscando fórmulas de tener más manos pero sin llamar a una movilización general, que vendría de la mano de una declaración formal de guerra”, indica. Ya ha comenzado a posicionar reservistas en la frontera con Ucrania para próximos ataques. “Es muy probable que las tropas rusas que lucharon en Severodonetsk y Lysychansk necesiten un período significativo para descansar y reacondicionarse antes de reanudar las operaciones ofensivas a gran escala”, además.

Se añade el obstáculo de lo material ya quemado, ya gastado. El uso de armamento obsoleto e inapropiado está comenzando a ser la tónica general para los rusos, obligados a cambiar el tipo de armas que utilizaban hasta ahora contra objetivos terrestres al quedarse sin misiles, mientras han comenzado a posicionar reservistas en la frontera con Ucrania para próximos ataques.Según publican medios como el tabloide británico The Mirror, el bando ruso no sólo emplea misiles Kh-22, diseñados para destruir portaaviones, en sus ataques contra edificios comunes o centros comerciales, sino que además también ha empezado a redirigir misiles de defensa tierra-aire.

La Inteligencia británica, una de las más fiables en esta contienda, sostiene que se está modificando armamento para suplir las necesidades, que se instalan GPS para poder ganar en precisión, algo que las armas más viejas no tienen y que puede acabar causando un importante número de víctimas civiles o, incluso, provocando un ataque no pretendido contra países UE-OTAN próximos, como Polonia o Rumanía.

¿Pueden estos inconvenientes que arrastra Rusia dar esperanzas a Ucrania? No muchas, a tenor de los informes del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW, por sus siglas en inglés), con base en Washington. Sus expertos señalan que lo esencial para impedir que Moscú siga acumulando progresos, aunque sean pequeños y lentos, es recibir armamento internacional. Tiene que acabar con su artillería, sus sistemas de cohetes y sus puestos de mando, lo más lejos posible de la línea del frente, para reducir la potencia de fuego que ahora tienen los rusos, señalan.

Cada viernes, el Pentágono estadounidense anuncia un nuevo paquete de ayuda militar a Ucrania, en una rutina que nadie sabe cuándo se rebajará o se acabará. Ya lleva 54.000 millones en asistencia. Pero movilizar los medios, económicos y materiales, y formar a los ucranianos en el manejo de estas armas desconocidas lleva tiempo. Se habla estos días del sistema de cohetes HIMARS, de 70 kilómetros de alcance, pero cuando llegue requerirá de semanas para ser usado. Y semanas es demasiado tiempo para Donetsk, sin ir más lejos.

El ISW recuerda que las mejores tropas del Ejército ucraniano, las más experimentadas y con mejores medios, están concentradas en el sureste, que es donde los combates son más duros y desgastantes, y que estos efectivos “no son fáciles de reemplazar”. El Ministerio de Defensa se vanagloria de que ha eliminado los obuses M777 suministrados por EEUU.

“Hablamos de una guerra que, más que de ciudad a ciudad o metro a metro, va de centímetro en centímetro. El empuje ruso es grande y la resistencia ucraniana, sorprendentemente resistente. Ninguna de las partes se puede permitir ni enjugarse el sudor”, concluye Claessen. El ISW insiste en esta visión y en que a Moscú, ahora mismo, le conviene “llevar a cabo un conflicto prolongado y buscar avanzar en los esfuerzos de movilización para apoyar objetivos militares y políticos a largo plazo en las áreas ocupadas de Ucrania”. Lo ha verbalizado incluso Avril D. Haines, directora de Inteligencia Nacional de EEUU: “Creemos que Rusia tiene efectivamente los mismos objetivos políticos que teníamos anteriormente, es decir, quiere tomar la mayor parte de Ucrania”. Lo afirmó el pasado 29 de junio.

No se sabe de qué manera se romperá la situación actual. Parece claro que Rusia seguirá el camino que ha forjado a través de Lugansk, moviéndose hacia partes de Donetsk controladas por Ucrania e intentando desgastar y rodear a las tropas ucranianas en ese oblast, también. Hacerlo arrancaría completa la simbólicamente significativa región de Donbas y completaría el objetivo principal que Putin estableció cuando lanzó su invasión en febrero, cuando afirmó falsamente que esas regiones son espiritual y culturalmente rusas, y que los hablantes de ruso estaban siendo perseguidos en la zona. Las ciudades de Sloviansk y Kramatorsk, en el norte de Donetsk, amenazan con copar sangrientos titulares, están en la diana de ese avance.

  Viktor Kolesnik llora sobre el cuerpo de su esposa Natalia tras un ataque ruso en Jarkov, el pasado 7 de julio.Evgeniy Maloletka via AP

Lejos del campo de batalla, de las bombas, los tanques, los mapas de estrategia, los muertos y los desplazados, en los despachos enmoquetados, esta guerra es una especie de concurso de resistencia geopolítica entre bloques. Es algo que quedó claramente de manifiesto en la Cumbre de la OTAN de Madrid de hace dos semanas.

Como escribe Hal Brands en Foreign Affairs, este conflicto “ha resaltado y profundizado la división global fundamental actual: el choque entre las democracias avanzadas que están comprometidas con el orden internacional existente y las autocracias euroasiáticas que intentan derrocarlo”. Con esa idea de fondo deberán trabajar los aliados en los meses por venir, ante el previsible parón del verano -cuando la guerra no es en casa, también hay vacaciones-, para no perder de vista en sus agendas un conflicto esencial en el cambio de mundo de hoy.

“Corremos el riesgo de que nos volvamos impacientes, exigentes, porque las sanciones están haciendo daño pero no hunden a Putin ni lo fuerzan a la mesa de negociaciones o a una tregua, al menos”, indica el europeísta belga Matthias Poelmans. Putin, dice, “apuesta a eso” desde el principio, a la desunión del bloque aliado, pero hasta el momento lo que ha habido es “una abrumadora unidad mundial y grandes partidas de ayuda militar al ejército y humanitaria a los civiles ucranianos”. “Eso no debe cambiar, porque esta guerra de juega en casa”, constata.

En Estados Unidos, el presidente Joe Biden y su gente está buscando cómo seguir con esta estrategia a largo plazo, pero también con el ansia de que sus miedos están más en China y el Indo-Pacífico, algo de lo que quiso convencer a sus socios en la reunión de la OTAN. La perspectiva de un acuerdo negociado aún lejana, muy lejana, y apenas hay algunos movimientos con el turco Recep Tayyip Erdogan como mediador, sin avances.

El senador Chris Coons, senador demócrata citado por el diario The New York Times y muy cercano al presidente, reconoce que el factor de la fatiga del que alertaba Johnson “preocupa”, “debido a los costos económicos y porque hay otras preocupaciones apremiantes”. La apuesta por ayudar se mantiene, en Washington o Bruselas entienden que la inacción llevará a un escenario mucho peor, pero el cómo y el por cuánto tiempo son la incógnita.

Poelmans defiende que el mensaje que se está transmitiendo a las fuerzas ucranianas es el de consolidar el frente con la ayuda exterior, pero el presidente Volodimir Zelenski quiere más, reclama armas “no para aguantar sino para contraatacar, para dar una ofensiva que permita no ya resistir y cansar al adversario, sino recuperar el territorio”. Y eso necesita más de lo que ya se está dando, señala. El mandatario ucraniano pidió al G7 un esfuerzo para poner fin a la contienda antes de final de año, pero es un horizonte que hoy por hoy nadie comparte. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, insiste en que lo normal es que dure “años”.

Será difícil mantener el mismo nivel de apoyo material a medida que crece la fatiga de la guerra, pero por ahora en ninguna de las dos orillas del Atlántico se quiere dar la imagen de que se presiona a Kiev para que se conforme con una pérdida de territorios en el sur y el este, un mensaje que la prensa alemana dijo que iba a trasladar en la capital ucraniana su propio canciller, Olaf Scholz, en su visita de junio.

“Se espera que la ayuda militar aprobada por el Congreso de EEUU y la que envían los países de la UE dure hasta el segundo trimestre del próximo año, pero la pregunta es cuánto tiempo pueden durar los suministros actuales de armas y municiones sin degradar los presupuestos de los países implicados. en un momento de elevadísima inflación”, dice el analista. En resumen: si seguir ayudando a Ucrania le saldrá rentable a los estados si los ciudadanos se levantan ante el coste de la vida.

Funcionarios estadounidenses citados por el NYT o la CNN han alentado a otros países a proporcionar las reservas sobrantes de armamento de fabricación soviética con el que los ucranianos están más familiarizados, un tema en la agenda de Biden para un viaje a Medio Oriente de esta semana, cuando tiene previsto reunirse con los líderes de los estados árabes como Arabia Saudí que alguna vez fueron clientes de Moscú.

La idea general es de que Ucrania no será invadida por completo ni pasará a ser un estado satélite del Kremlin, pero nadie sabe a qué coste y cuándo podrá acabar la ocupación. Con el campo destrozado, su sustento económico preocupa desde ya, porque no hay por ahora ni fondos comprometidos para su reconstrucción -aún se destrozan infraestructuras a diario- ni campo con actividad normal que permita sacar grano e inyectar dinero por esa vía, tan valiosa siempre.

A estas alturas de la guerra, se entiende en Occidente “que se han defendido los valores comunes con Ucrania; se ha estancado al segundo ejército del mundo y se le ha bloqueado notablemente en lo económico; se ha evitado por ahora un conflicto entre superpotencias, una Tercera Guerra Mundial en toda regla; y se ha fortalecido el orden internacional en torno a los valores occidentales”, dice el experto, pero es “apenas un marco, porque el conflicto persiste y sus consecuencias se extienden por el mundo”. “Esto está muy lejos de terminar y el próximo semestre será crítico”, concluye.

Quedan aún muchas tumbas por cavar.

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