Los 202 de Felipe González: 40 años de una victoria jamás repetida

Los 202 de Felipe González: 40 años de una victoria jamás repetida

Se cumplen cuatro décadas de la mayoría absoluta del PSOE en las elecciones de 1982, el inicio de un cambio histórico en España.

Felipe González, en un acto del PSOE en los 80.United Archives via Getty Images

“Estamos viviendo una jornada histórica y decisiva para nuestro futuro. Histórica, porque hoy comienza el cambio”. Con estas palabras comenzaba su discurso de investidura Felipe González el 30 de noviembre de 1982.

Había pasado un mes de su victoria en las elecciones del 28 de octubre, de la que este viernes se cumplen 40 años.

Una victoria nunca vista y, hasta la fecha, jamás repetida. 202 escaños, 81 más que en las primeras elecciones generales, las de 1979. En la que el PSOE dobló los votos que logró en aquellas primeros comicios, pasando de cinco a diez millones. El 48% del voto fue socialista.

González sacó 20 puntos al segundo partido, Alianza Popular (más tarde, el actual PP), barrió a la UCD de Adolfo Suárez —perdió 157 escaños— y dejó casi en la irrelevancia al PCE de Carrillo, que se quedó con cuatro asientos.

El PSOE sólo perdió en diez provincias y en una sola comunidad autónoma, Galicia.

Aunque es cierto que en las municipales del 79 ya habían logrado un buen puñado de ayuntamientos, lo cierto es que, como dijo Alfonso Guerra, España cambió tanto que no la conocía “ni la madre que la parió”.

Guerra tuvo mucha responsabilidad en ese giro radical en la política española, ya que fue él quien dirigió la campaña electoral del 82 bajo el lema Por el cambio.

El PSOE dobló sus votos en apenas tres años y sólo perdió en diez provincias y una comunidad autónoma, obteniendo el 48%

Una campaña a la que España llegaba en una situación convulsa tras la dimisión de Adolfo Suárez como presidente y con el ruido de sables que desembocó en el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, cuando el teniente coronel Antonio Tejero entró a punta de pistola en el Congreso acompañado de un numeroso grupo de militares y secuestró durante horas al Parlamento cuando celebraba el debate de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo.

Pocos recordarán cuatro décadas después que Tejero pudo presentarse un año y medio más tarde a las generales con su propio partido político, cosechando, eso sí, un estrepitoso fracaso al lograr tan sólo 28.000 votos. Meses después, sería condenado a 30 años de cárcel por su intentona golpista.

Pero antes de todo esto, Felipe González había protagonizado un momento crucial en su vida política y, a la postre, en la vida política del país: la moción de censura a Suárez.

La moción de censura a Suárez fue fundamental en el despegue político de González y su posterior victoria

En medio de una situación de tremenda inestabilidad en UCD, entre enfrentamientos internos y escándalos, el socialista presentó una moción de censura que perdió, pero que le puso en el mapa.

Porque aquel fue el primer debate del Congreso televisado. González forzó que Suárez se retratara ante la Cámara por no dar cuentas ni ante los medios ni ante el Congreso.

El entonces presidente reconoció los errores y se comprometió a cambiar. Demasiado tarde. El golpe de efecto de González fue determinante.

Un año después, el socialista ya estaba en Moncloa tras unas elecciones muy participadas —votó el 80% de los españoles, por aquel entonces, 38 millones— cuyos resultados fueron celebrados en la calle con júbilo.

Tanto fue así, que el PSOE tuvo que celebrar su victoria en el Hotel Palace, frente al Congreso de los Diputados, ya que su sede, entonces en la calle Santa Engracia, se quedaba pequeña.

De aquella noche queda una imagen histórica, la de Guerra levantando la mano de González desde una de las ventanas del majestuoso hotel madrileño.

  Guerra levanta la mano de González en una ventana del hotel Palace de Madrid.Paco Junquera via Getty Images

Y quedan las palabras del recién elegido presidente tras más conocer los resultados: “Ningún ciudadano debe sentirse ajeno a la hermosa labor de modernización, progreso y solidaridad que hemos de realizar entre todos”.

Y desde entonces, tres elecciones y catorce años más en el poder hasta 1996.

El PSOE llegó al Gobierno con un programa muy ambicioso y que muchos dirían hoy muy de izquierdas, quizás ‘podemita’ para algunos. Durante su discurso de investidura, González habló de los tres principios que iban a fundamentar su acción de Gobierno: “paz social, unidad nacional y progreso”.

Los socialistas querían subir la “ridícula pensión de 5.500 pesetas”, garantizar la escolaridad a los menores de 16 años, crear 800.000 puestos de trabajo en cuatro años, construir 400.000 viviendas al año, establecer un Servicio Nacional de Salud, una reforma fiscal para generalizar el pago de impuestos y una jornada laboral de 40 horas a la semana con 30 días de vacaciones. Sí, eran otros tiempos.

Porque por aquel entonces se hablaba de aprobar una ley de Huelga y otra de Libertad Sindical, además de entrar en el Mercado Común Europeo, proyectar a España en el exterior, modernizar las infraestructuras y hacer más transparentes las instituciones estatales.

Las circunstancias obligaron al ya presidente a ponerse manos a la obra con la economía antes que con muchas de las promesas de su programa y así lo reconocía  el propio González un año después de su llegada a La Moncloa: “Más que la supervivencia de este Gobierno, me preocupa la supervivencia de la economía española”.

El programa con el que llegó el PSOE al 82 parecería hoy revolucionario, pero se trataba de una España con estructuras en pañales y con muchos avances por hacer

Las crónicas de entonces cuentan la preocupación que existía ante una economía en crisis, que veía el Mundial de fútbol de 1982 como una oportunidad para frenar el desempleo —que rondaba el 16%— y que, cosas de la vida, buscaba paliar una creciente inflación que se situaba entre el 13% y el 15%.

Aquel Gobierno todo de hombres —15 ministros, ni una ministra— tenía ante sí un reto enorme, con una administración totalmente en pañales que su Ejecutivo tuvo que comenzar a construir casi desde abajo. En una entrevista hace unos años en El País junto a Alfonso Guerra, ambos explicaron cómo tuvieron que crear el Gabinete de Presidencia porque no existía.”¡No había un papel, es que no había un papel, que es acojonante!”, decía entonces Guerra.

  Felipe González y George Bush, en la Casa Blanca.Dirck Halstead via Getty Images

Paralelamente, comenzaron a fraguarse las primeras crisis políticas. Una de las más sonoras, que marcó la trayectoria de gobierno de González, la entrada de España en la OTAN a la que en un principio se opuso con el famoso “OTAN, de entrada, no” para, años después, ya en el Ejecutivo, defender su adhesión.

Fue tal el revuelo político por este giro de 180 grados, que González ligó su futuro como presidente al referéndum que tuvo lugar en marzo de 1986: “El que quiera votar que no, que piense antes qué fuerza política gestionará ese voto”, dijo. Y venció el sí con el 56% de los votos.

Lejos de afectarle, González reeditó la mayoría absoluta en las generales de un mes después, en las que logró 184 escaños, volviendo a sacar más de 20 puntos a la derecha.

La crisis, el descontento social y la corrupción marcaron el final de la etapa de González

La entrada en la Comunidad Económica Europea permitió a España acceder a los Fondos Estructurales europeos y dedicar muchos recursos a inversiones públicas, lo que permitió aumentar el PIB y reducir el desempleo. No así la desigualdad, que generó protestas sociales ante lo que muchos consideraban políticas que no eran precisamente de izquierdas, sino más bien liberales por parte del Gobierno socialista.

Para suerte de González, la oposición, representada por Coalición Popular, no terminaba de carburar. Su líder, Antonio Hernández Mancha, presentó una fracasada moción de censura contra González en 1987 y dos años después tuvo que renunciar y aquel partido dio origen a lo que hoy es el Partido Popular.

Pero el descontento social comenzaba a hacerse patente. Las elecciones municipales y autonómicas arrojaron datos que mostraban la pérdida de confianza de los ciudadanos en los socialistas. A ello se sumó la masiva y exitosa huelga general que los sindicatos convocaron en diciembre de 1988 en contra de la reforma laboral aprobada por el Gobierno dos meses antes, que abarataba el despido y creaba los contratos temporales para jóvenes trabajadores.

Tampoco fue óbice para que González consiguiera una tercera mayoría absoluta. Esta vez, en el filo y con las críticas de la prensa internacional, que acusaban al presidente de arrogancia durante sus anteriores mandatos.

Sin embargo, esa fue la última alegría para una etapa que comenzaba a decaer, en medio de una nueva crisis económica, y con la aparición de los primeros grandes escándalos de corrupción, algunos de los cuales ya coleaban de años antes.

  González vota en las elecciones de 1993.Matias Nieto via Getty Images

Como el caso Filesa, relacionado con la financiación irregular de la campaña del PSOE en las generales y europeas de 1989; o el caso Guerra, que forzó la dimisión del vicepresidente Alfonso Guerra tras los juicios a su hermano Juan por tráfico de influencias.

Pero sin duda sería la última legislatura, la única en la que González gobernó sin mayoría absoluta, la que más se vio afectada por los escándalos, especialmente los GAL, el caso de financiación de terrorismo de Estado contra ETA a través de fondos reservados y que acabó con el exministro del Interior, José Barrionuevo, y su número dos, Rafael Vera, ingresando en prisión tras ser condenado una vez el PSOE fuera del Gobierno.

Eso ocurrió en 1996, cuando un PP en crecimiento de la mano de José María Aznar arrebató por primera vez en 14 años la presidencia del Gobierno al PSOE.

Se hicieron famosos los cara a cara entre ambos, con aquella frase tan popular de “váyase, señor González” y sus enconados debates televisados.

Acabó así con una etapa histórica de la política española, en la que el país se modernizó y se situó en el panorama internacional de la mano de un hombre cuya trayectoria ha provocado amores, desilusiones y hasta odios a lo largo de todos esos años.

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Jefe de Política de El HuffPost