Que le den a la filosofía Mr. Wonderful

Que le den a la filosofía Mr. Wonderful

Si estás jodido no compres tazas ni charlas motivacionales; ve a terapia y busca ayuda de verdad.

Ilustración del autorALEJANDRO ROMÁN CRESPO

Aristóteles, en uno de sus tantos postulados sobre la finalidad de la vida nos aportó la siguiente reflexión: “El fin supremo del hombre es la felicidad” y es ahí, en la búsqueda de la misma —así como en la frustración de no encontrarla— donde la rapiña y los aprovechados han visto la oportunidad de hacer negocio.

Según la RAE, tanto la psicología como la psiquiatría son ciencias, estudios basados en el método científico y con una larga lista de evidencias a sus espaldas; mientras que el coaching son frases bonitas que poco o nada tienen que ver con la realidad, embotelladas y preparadas para ser vendidas al postor más desesperado. Hacer negocio y no terapia con la desesperación humana es un acto vil se mire por donde se mire, pues habrá personas dispuestas a consumir lo que haga falta con tal de que su situación mejore.

Un profesional de la salud mental no quiere venderte nada, quiere ayudarte. Por el contrario, el único objetivo del coaching o de cualquiera de estas empresas que ofrecen alegría y prosperidad con estampados de colores, es el lucro. A veces se nos olvida, pero la felicidad no es un bien de mercado, es una emoción —un sentimiento— y por eso no tiene precio. Tampoco se encuentra en interiorizar un discurso que te ayude a salir adelante, ni en comprar cursos, charlas o una agenda con pegatinas. Antes de escribir el artículo hice un pequeño muestreo y estas son algunas de las joyitas con las que me encontré:

“Deja de darle a todo vueltas y sonríe”, “Si te esfuerzas no habrá sueño que se te resista”, “Hoy vas a conseguir lo que te propongas” y el clásico “don’t worry, be happy”.

Hacer negocio y no terapia con la desesperación humana es un acto vil se mire por donde se mire, pues habrá personas dispuestas a consumir lo que haga falta con tal de que su situación mejore

El otro gran peligro de esta vertiente buenrollista es clasificar las emociones como positivas o negativas, sumergirnos en esa dicotomía no es sano. Todas, todas las emociones son buenas y perfectamente válidas. Está bien sentir alegría, pero también tristeza. Hay que darle un lugar a todo lo que brote de dentro. Tampoco estoy inventando nada nuevo, según los griegos, el Oráculo de Delfos antes de plantear cualquier consulta a los dioses obligaba al viajero a investigar sobre su propia esencia: “Conócete a ti mismo”, decía un grabado en lo alto del templo. Por lo tanto, como punto de partida: conócete a ti mismo; con lo bueno, lo malo y lo regular.

Creo, en mi humilde opinión, que todo está muy ligado al otro gran cáncer social: el falso discurso de la meritocracia: “Eres pobre porque quieres, porque no te has esforzado lo suficiente y porque estás todo el día llorando y quejándote de tu situación. ¡Reinvéntate, sal ahí y cómete el mundo, todo es cuestión de actitud!” Mira, oye, pues no. La responsabilidad del sufrimiento, de la precariedad, de no poder en ocasiones con lo que la vida te arroja en la mochila no es exclusivamente de uno mismo, en su gran mayoría lo es del entorno social, familiar y económico; lo es de los problemas estructurales y del contexto en el que nos encontremos. Es cruel culpar únicamente a las personas de lo que les sucede. Y esto, analizado con un poco de perspectiva, encaja a la perfección con el dogma neoliberal que fomenta el individualismo, una especie de mantra que viene a decir algo así como: cuando te vaya bien es únicamente gracias a ti, no lo compartas; cuando te vaya mal es únicamente por tu culpa, jódete y mejora.

La propaganda positivista goza de buena salud por su alineación de intereses con la hegemonía de los poderes económicos. Es su materia prima, relatos que sirven de justificación mientras encubren las grandes desigualdades de nuestros tiempos: el niño rico que montó una empresa de gafas con el dinero de sus padres y ahora da charlas de emprendimiento; las chicas que crearon una bebida alcohólica de colores y gracias a los contactos familiares se distribuye en

todas las cadenas de alimentación; el gurú económico con tatuajes en el cuello que quebró una SICAV en menos de un año y, a pesar de ello, vende cursos de bolsa y superación personal. Y así, un largo etcétera de vividores que jamás han dado un palo al agua, chupópteros de dinero hereditario y grandes fortunas que dicen “se hicieron a sí mismos” sin contarnos lo que había detrás. A sus espaldas: un largo reguero de víctimas al borde del precipicio que creyeron

en ellos y lo perdieron todo.

Todo está muy ligado al otro gran cáncer social: el falso discurso de la meritocracia: “Eres pobre porque quieres, porque no te has esforzado lo suficiente y porque estás todo el día llorando y quejándote de tu situación. ¡Reinvéntate, sal ahí y cómete el mundo, todo es cuestión de actitud!” Mira oye, pues no.

Los nuevos vendehúmos: los criptobros, otra panda de inhumanos haciendo negocio con la desesperación y el drama juvenil. Una cruel mutación del coach: ya no son frases bonitas, ahora son consejos de inversión de la mano de un youtuber que ni tiene los conocimientos de un asesor financiero ni los de un ingeniero informático para entender la complejidad de los productos que recomienda. Simplemente cuenta con la legitimidad de estar respaldado y financiado por la empresa que publicita, esa que le hará rico mientras empobrece a todos sus seguidores. Un dato: en cuestión de un par de meses, la capitalización de mercado de las criptomonedas se ha desplomado en más de un billón de dólares, que para aquellos que no estéis familiarizados con la terminología económica es el equivalente a la caída de toda la economía española (medida por el PIB anual). ¿Cuántos chavales, cuántos pequeños inversores, cuántos parados estarán atrapados en esa gran burbuja?

Por resumir: lo que es verdad en el coaching no es del coaching, sino que lo han cogido de la psicología. Y lo que es del coaching no es verdad. Así de simple.