Good bye, Puigdemont!

Good bye, Puigdemont!

El procés está muerto y la cúpula el independentismo, neutralizada.

EFE

1989. El comunismo se derrumba y el muro de Berlín se viene abajo. Pero algunos no se enteran. Tampoco Christiane Kerner, una mujer comunista de la Alemania del este, que poco antes del vuelco político y social, cayó en coma. Cuando recuperó la consciencia su hijo se empeñó en evitarle sobresaltos para que no recayera, y decidió ocultarle los cambios.

2018. El procés está muerto y la cúpula el independentismo, neutralizada. Pero algunos no lo ven. Tampoco Carles Puigdemont, el hombre que declaró una república exprés y luego huyó a Bruselas. Cuando despertó del sueño belga de un Govern en el exilio, el CNI estaba allí, cerca de Hamburgo, en la frontera entre Dinamarca y Alemania.

La primera trama es de Good bye, Lenin!, una película del director alemán Wolfgang Becker, que va más allá de una sucesión de chistes fáciles como los que ayer circularon por la Red cuando España se desayunaba con la noticia de la detención de Puigdemont.

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Aquella película, como la historia del ex molt honrable, tenía un contrapunto dramático. En Good bye, Lenin! fue la reunificación alemana convertida en metáfora de un reencuentro familiar. En Good bye, Puigdemont!, el final de una escapada que acaba con el relato del independentismo, incluido el de un imaginario Govern en el exilio. Ambas historias esconden un clásico de la vida y también de la política: la necesidad de aceptar la realidad de los hechos frente a la tentación de refugiarse en fantasías que acaban pasando factura.

Pugidemont creó una realidad propia con la construcción de una república imaginaria perseguida por un Estado opresor, y pagará ahora las consecuencias. Alemania no es Bélgica, ni Dinamarca, ni Suiza... Allí manda Merkel, conocida aliada de Rajoy, y además rige la Constitución que inspiró el 155 de nuestra Carta Magna.

Tras cinco meses de "exilio", el ex molt honorable subestimó a los servicios secretos y bajó la guardia. Creyó que si el CNI había fallado una vez, lo haría una segunda, una tercera y una cuarta; que tenía "carta blanca" para moverse por Europa y que si la Justicia española se equivocó con la euroorden dictada por la Audiencia volvería a hacerlo cuando la impulsara el Supremo. Confundió también a Lamela con Llarena.

Al PP y al Gobierno les interesa rebajar la tensión, toda vez que la senda judicial está en marcha

Su universo empieza a desmoronarse porque más pronto que tarde acabará en una prisión española como lo está Oriol Junqueras, justo el escenario que quiso evitar con su estampida a Bruselas un domingo de madrugada del pasado otoño. De haberse quedado en Bélgica hubiera conseguido una entrega parcial que limitara su enjuiciamiento al delito de malversación. Y de haber sido así, aun siendo el líder del procés, hubiera tenido una pena inferior a la del resto de procesados. Un final muy distinto al que se enfrenta ahora, ya que la tipificación del delito de rebelión en Alemania es muy similar al del Código Penal español, lo que facilita que pueda prosperar la orden europea de detención y que prevalezca además sobre la petición de asilo político que estudian sus abogados.

Alemania es uno de los países más complicados para esquivar la entrega a España por rebelión, ya que su legislación dedica un capítulo completo a los delitos considerados de alta traición a la patria que, en los casos más graves, están penados hasta con cadena perpetua revisable.

  Miembros de los Mossos impiden el paso de manifestantes en las inmediaciones de la Delegación del Gobierno en Cataluña.EFE/ Andreu Dalmau.

Hasta aquí el horizonte penal. La Justicia ha hecho su trabajo porque los políticos no quisieron antes hacer el suyo. No hay más que añadir, salvo estirar la controversia judicial sobre si el uso de la violencia en los procesados está suficientemente demostrada para sostener la rebelión. De lo que no hay duda ya es de que si el auto de Llarena radicalizó algunas posiciones, la detención de Puigdemont ha ahondado en la fractura social. Y el primer síntoma fueron los miles de manifestantes que salieron a las calles de Barcelona a protestar por el más que previsible encarcelamiento del que consideran su presidente legítimo.

El souflé no ha bajado ni la acción de la justicia ha conseguido que Cataluña vuelva a la normalidad, por mucho que Rivera se jacte de que haya acabado "la fuga de un golpista". El independentismo no es una erupción pasajera, sino un sentimiento que para unos tiene que ver con lo identitario y para otros con los agravios. Y eso no se cura con la cárcel ni con nuevas cargas policiales, sino con la política y con dirigentes capaces de superar los bloques y de llegar a acuerdos.

El independentismo no se cura con la cárcel ni con nuevas cargas policiales

La justicia tiene sus tiempos y sus mecanismos, pero eso no exime al Gobierno de la obligación de tomar las riendas del cada vez más necesario diálogo. La Semana Santa es buen momento para ponerse a ello. Mucho más después de que durante el pleno de la investidura fallida de Turull se hiciera más explícita aún la debilidad de la mayoría independentista y se escenificara una aparente voluntad de regresar a la senda de la legalidad. Si Suárez firmó un Sábado Santo la legalización del PCE y Tony Blair en Viernes Santo logró el principio del fin del IRA, nadie entendería que con Cataluña de nuevo inflamada, Rajoy pensara en descansar la próxima semana.

ERC y los comunes ya han explorado alguna senda de acercamiento para un candidato sin causas pendientes con la justicia y con un discurso parecido al autonomista que glosó Turull desde la tribuna del Parlament antes de ser encarcelado. Con Puigdemont fuera de la sala de máquinas de Waterloo, es más fácil encontrar un candidato con un perfil que fuera aceptado por los comunes y, aunque el PSC no esté por la labor de alcanzar ningún acuerdo con los independentistas, sí parece dispuesto a tejer, como dice Iceta, amplias mayorías que dejen atrás la política de bloques.

Al PP y al Gobierno les interesa rebajar la tensión, toda vez que la senda judicial está en marcha, necesita levantar el 155 para obtener el apoyo del PNV a los Presupuestos y no le interesa en absoluto una nueva convocatoria electoral. Tampoco a los partidos independentistas ni a Catalunya en Comú. Sólo a Ciudadanos le conviene blandir como propia la derrota del independentismo para seguir ganando espacio en el resto de España. Así lo hará sin recordar, quizá, que con ese discurso el PP logró ganar elecciones pero también agrandar la fractura política y social que nos ha llevado hasta donde estamos. Y de aquellos polvos...