Por qué Trump odia a Ucrania y a Zelenski
El desaire en la Casa Blanca, el bloqueo de la ayuda militar o las concesiones para la paz son las formas en que cristaliza un encono de años. La culpa la tienen Biden, una llamada y un 'impeachment'. Y que al republicano le gusta Putin, también.
Donald Trump, que no necesita abuela, se vanagloria entre otras muchas cosas de no olvidar fácilmente. Desde luego, con Ucrania lo demuestra. Durante 40 minutos, en su recuperado hábitat -el Despacho Oval-, el presidente de Estados Unidos humilló a su homólogo de Kiev, Volodimir Zelenski, evidenciando que no hay ni sintonía personal entre los mandatarios ni respeto del republicano a la soberanía de un pueblo sometido desde hace más de tres años a la invasión directa de Rusia. Hay rencores pasados.
El magnate ha encadenado palabras y actos que constatan un rechazo visceral a Ucrania y sus dirigentes. Que si la culpa de esta guerra es suya (cuando es la víctima, no el agresor), que si va camino de generar una Tercera Guerra Mundial, que si Zelenski es un "dictador" por no haber convocado elecciones bajo las bombas de Vladimir Putin, que si no se conforma con nada cuando se le está forzando a un "lo tomas o lo dejas" negociando casi en exclusiva con Moscú...
Su postura va más allá de un intento de presionar para firmar un acuerdo sobre tierras raras o sentar a Kiev en la mesa de negociaciones con el Kremlin, bajo sus exigencias. Hay mar de fondo, un encono viejo de años que tiene que ver con Joe Biden, su antecesor demócrata en la Casa Blanca.
Para explicar las raíces profundas de esta animadversión hay que remontarse a los primeros indicios de interferencia rusa en la campaña presidencial estadounidense de 2016 (aquella que su rival, Hillary Clinton, ganó por voto popular), pasando por una investigación de un fiscal especial y hasta llegar al impeachment o juicio político de Trump en 2019, el primero de los dos a los que se vio sometido, algo único en la historia del país. Un tiempo en el que la política doméstica de EEUU pasó por Kiev, pero no para gusto de Trump.
Clave fue una llamada telefónica que el republicano mantuvo con Zelenski en su primer mandato en EEUU, la llave para ese primer impeachment, cuando presionó al líder ucraniano para que investigara a Biden y a su hijo, Hunter, que tenía negocios en el país europeo. Zelenski no respondió como él quería, así que le hizo la cruz, como se suele decir, y hasta hoy. Ahora se la está cobrando, intereses económicos y geopolíticos aparte.
"Trump odia a Ucrania", resume a POLITICO directamente Lev Parnas, un empresario ucraniano-estadounidense que trabajó como intermediario en Ucrania para el abogado de Trump, Rudy Giuliani, y que luego se volvió contra el expresidente. "Él y la gente que lo rodea creen que Ucrania fue la causa de todos los problemas de Trump", censura.
Érase una vez en Ucrania
Vayamos por partes, por tiempos y personajes, que son muchos y complejos. El enredo de Trump con Ucrania se originó en los rescoldos de la revolución del Euromaidán en Ucrania, en 2013 y 2014. Y comienza con un hombre de su confianza, Paul Manafort, que llegó a ser su jefe de campaña per aún no lo era. Manafort había trabajado en Ucrania para el expresidente Víktor Yanukóvich, un político claramente prorruso que huyó del país, derrocado por la revolución, por las masivas manifestaciones contra su decisión de alejar a Ucrania de la Unión Europea (UE) y acercarla más aún a Moscú, hasta hacer del país un nuevo satélite, a la bielorrusa, justo lo que Putin aún desea hacer con la presente guerra.
Durante las protestas, la sede del partido de Yanukóvich fue incendiada y fue allí donde un activista y exdiputado ucraniano encontró lo que se conoció como el Libro Negro (Black Ledger), una especie de lista de la vergüenza en la que se contabilizaban pagos secretos y sobornos del partido del entonces mandatario a funcionarios, periodistas, legisladores o empresarios para que comieran de su mano. La oposición hizo pronto bandera de este descubrimiento como muestra de la podredumbre del sistema con el que estaban acabando.
Según la Oficina Nacional Anticorrupción de Ucrania, el apellido del norteamericano Manafort aparecía al menos 22 veces como destinatario de unos 12,7 millones de dólares. Esta oficina indicó en su momento que la inclusión de su nombre en el libro de contabilidad no significa "necesariamente" que recibiera esas sumas, que Manafort siempre ha negado haber recibido.
"Fue imposible probar la autenticidad de la firma junto al nombre de Manafort en el libro de contabilidad", dijo literalmente Yuriy Lutsenko, un exfiscal general que durante un tiempo apoyó los esfuerzos de Trump para abrir una investigación de corrupción sobre Hunter Biden. Muchas otras anotaciones fueron verificadas con el tiempo y la llegada de nuevos gobernantes. El libro de contabilidad, que Ucrania todavía trata como un documento clasificado, nunca ha salido por completo a la luz.
En agosto de 2016, el diario The New York Times informó por primera vez de estas sospechosas cuantías y el contexto ya era muy muy diferente: Manafort estaba con Trump y en tres meses había elecciones presidenciales, con Clinton arriba en las encuestas. Fue una de las primeras historias que vinculaban a Trump con Ucrania y posiblemente con Rusia y sus aliados, un tema que acosaría al republicano durante todo su mandato.
Historias inventadas por una prensa mentirosa y woke, según su versión y la de su entorno, que siempre ha insistido en que todo formaba parte de un "complot" del Partido Demócrata para debilitar a su oponente.
Finalmente, Manafort fue acusado en EEUU de 12 cargos de lavado de dinero, evasión fiscal y violaciones de cabildeo (de acciones lobistas) en 2017. Fue condenado a 47 meses de cárcel por ello. Los cargos no estaban relacionados con el Black Ledger, que no se utilizó como prueba en su contra.
Trump, más allá de este caso contra uno de sus máximos asesores, en el que ya usó la excusa de que estábamos ante una "caza de brujas", odia a Ucrania porque cree que ella fue la que interfirió en las elecciones de 2016, y no Rusia, insiste Parnas en su entrevista de POLITICO. "Todo empezó cuando empezó el Russiagate", conocido en España como "trama rusa", las acusaciones de piratería del Kremlin en los comicios que finalmente llevaron al nombramiento de un fiscal especial, Robert Mueller, para investigar lo ocurrido. "La gente de la campaña de Trump le dijo que eran los ucranianos, no los rusos, los que interferían en las elecciones", y esa idea le aguanta.
La victoria electoral de Trump se vio empañada por acusaciones, luego confirmadas por agencias de inteligencia estadounidenses, empresas de inteligencia privadas e investigadores federales, de que Rusia había pirateado los correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata (CND), el brazo estratégico y de financiación del partido progresista, y los había publicado en 2016 para desacreditar a la oponente de Trump, Clinton.
Trump ha promovido constantemente una teoría conspirativa según la cual fue Ucrania la que llevó a cabo el hackeo para incriminar a Rusia y que el país todavía estaría ocultando un servidor con los datos. Ahora no lo repite en público, pero lo ha hecho hasta hace poco y es su percepción, han reconocido sus asesores a diversos medios norteamericanos. En julio de 2019, durante esa conversación central con un Zelenski recién llegado al cargo.
"Me gustaría que nos hicieras un favor, porque nuestro país ha pasado por muchas cosas y Ucrania sabe mucho sobre eso", le dijo Trump a Zelenski entonces. "El servidor, dicen que lo tiene Ucrania", añadió a las claras. Quizá lo tenía una empresa, no el Gobierno. "Aún quiero ver ese servidor", dijo en la Fox un año más tarde. "El FBI nunca ha conseguido ese servidor. Eso es una parte importante de todo este asunto". Así sigue.
Mueller, el fiscal especial, acusó hasta a 12 ciudadanos rusos en 2018 por piratear las computadoras del Partido Demócrata dos años antes, el origen de los emails personales de Clinton y de las críticas y mofas de Trump a una señora que no sabía ni manejar su información, como para querer ser la primera mujer presidenta de EEUU. Cuatro años más tarde, con el pescado vendido, Yevgeny Prigozhin, el líder de los mercenarios del Grupo Wagner muerto en un oscuro accidente aéreo en 2023, admitió que Rusia había intervenido en la política norteamericana. "Hemos intervenido [en las elecciones estadounidenses], estamos interfiriendo y seguiremos interfiriendo -dijo orgulloso- Con cuidado, con precisión, quirúrgicamente y a nuestra manera, como sabemos hacerlo".
La llamada "perfecta"
Aunque no surtió el efecto esperado, Trump en su momento dijo que la famosa comunicación con Zelenski había sido una llamada "perfecta". El magnate instó al exactor a iniciar una investigación sobre Biden y su hijo y sus andanzas en el país y le avisó de que lo pondría en contacto con Giuliani y el fiscal general William Barr. "Llegaremos al fondo del asunto", garantizó el presidente estadounidense a su homólogo ucraniano. "Estoy seguro de que lo resolverán".
Giuliani y su equipo tenía desde 2018 el ojo puesto en un proceso que podía manchar a Biden, el aspirante demócrata a la Casa Blanca. El detonante fue un vídeo en el que el entonces vicepresidente de Barack Obama y luego sucesor de Trump en la presidencia describió cómo dos años antes había amenazado con retener fondos al entonces presidente de Ucrania, Petro Poroshenko, si Kiev no despedía a un fiscal concreto. En ese momento, Rusia ya había invadido Crimea -se la anexionó en 2014- y estaba apoyando a los rebeldes de Donetsk y Luhansk, en el este del país, que querían la independencia unilateral; hoy esas regiones, junto a Zaporiyia y Jersón, son territorio de la Federación Rusa, según Putin.
"Giuliani abrió mucho los ojos. ‘Lo tenemos, tenemos a Joe’, dijo", en palabras del entonces amigo Parnas. El abogado creía que se podía demostrar que Biden había presionado para que el fiscal, Viktor Shokin, fuera despedido porque estaba investigando a su polémico hijo. Hunter había aceptado un trabajo en Burisma, una empresa de gas ucraniana que era objeto de una investigación por corrupción. "Dos semanas después le mostramos el video a Trump -agregó Parnas-. Después de eso, Ucrania estaba en su mente. Fue entonces cuando comprendí que Ucrania estaba acabada", indica.
No hay pruebas que respalden las acusaciones de Giuliani. Si bien Biden solicitó la destitución de Shokin, fue como parte de un esfuerzo coordinado con el Departamento de Estado de EEUU y la Unión Europea por las preocupaciones de que el fiscal estuviera bloqueando las investigaciones de corrupción en el país, en plena muda de piel democrática. Shokin no estaba investigando a Hunter ni a Burisma en el momento en que Biden abogó por su destitución.
Parnas señala en su testimonio -de referencia en este caos pese a ser un tipo oscuro, sentenciado a 20 meses de prisión por delitos de fraude y financiamiento de campañas-, que el objetivo del equipo de Trump era convencer a Ucrania de que cooperara con él y así asegurar su respaldo, echando porquería encima al número dos del Gobierno. "Para eso, necesitábamos que uno de los presidentes [Poroshenko o Zelenski] anunciara una investigación sobre Biden", dijo. "Pensamos que, si hacían lo que él quería, Trump estaría en deuda con Ucrania".
Zelenski prometió investigar lo que se podía hacer, pero Kiev finalmente no abrió una investigación. "Así que ahora Trump odia a Zelenski con pasión -insiste Parnas-. Y Zelenski lo sabe". Para Zelenski, la exigencia de investigar a los Biden era un dilema. Dependía en gran medida de la ayuda de Washington para financiar su lucha contra las fuerzas rusas en el este de Ucrania y una demora en la ayuda militar estadounidense (o su fin, directamente) podría haber sido catastrófica.
Sin embargo, Zelenski también se mostraba cauteloso a la hora de meterse en la política interna estadounidense. Los informes sugieren que sus asesores finalmente decidieron que el peligro de alienar al Partido Demócrata era superado por los beneficios de la asistencia de seguridad estadounidense. Sin embargo, apenas unos días antes de que Zelenski anunciara la investigación en la CNN, estalló una disputa en EEUU por la amenaza de la Administración Trump de congelar la ayuda.
Y es que Donald no puede dejar de ser Donald y recurrió al matonismo: frenó la ayuda a Ucrania para hacer que Zelenski bailara a su son, unos 400 millones de dólares. Justo como ahora acaba de cerrarle el grifo de su asistencia militar y de inteligencia. Ucrania nunca tuvo pruebas de que Biden o su hijo violaran las leyes del país y por eso no se les investigó entonces ni ahora.
Pasado el tiempo, Biden se convirtió en presidente y Trump se tuvo que conformar, ya en años de invasión pura y dura, con bloquear el envío de ayuda financiera, militar y humanitaria a Ucrania. Lo peor fue cómo impidió que se diera luz verde a un paquete de 61.000 millones de dólares: fue aprobado en abril de 2024 tras meses de retraso, en un momento crítico de la lucha contra Rusia, que llevó a la pérdida de "incontables vidas" y de territorios como Avdiivka, dice Kiev.
Le gusta Putin
Aparte de esta pasado reciente tan enmarañado, no hay que perder de vista que, más allá de que a Trump no le guste Ucrania, lo que le pasa, también, es que le gusta Vladimir Putin. Y mucho.
Para muestra, un botón: en la polémica reunión ante los medios en la Casa Blanca de hace diez días, un periodista preguntó al republicano qué pasará si Rusia violara el alto el fuego que Trump está tratando de negociar y ante el que, dice, está tan bien dispuesta. "¿Qué sucedería si algo sucedería? ¿Qué sucedería si una bomba cayera sobre tu cabeza ahora mismo?", respondió Trump, como si la posibilidad de que Putin violara la soberanía de un vecino fuera descabellada, pese a los precedentes. "Déjenme decirles que Putin pasó por muchas cosas conmigo. Pasó por una falsa cacería de brujas, en la que lo utilizaron a él y a Rusia. Rusia, Rusia, Rusia... ¿Han oído hablar de ese acuerdo?… Fue una estafa demócrata falsa. Tuvo que pasar por eso. Y lo pasó".
Ya estaba dicho: Trump piensa que por aquellos años de la trama rusa el líder del Kremlin también sufrió lo suyo, que fue en parte como un compañero de fatigas, y por eso lo respeta. Por eso y porque son parecidos: ultranacionalistas, defensores de lo suyo, autoritarios, desprecian a la oposición y a los débiles, les gusta la fuerza y la testosterona. Se entienden. Y los seguidores MAGA (Make America Great Again) de Trump repiten en masa en las redes los argumentos rusos porque son de su agrado. Ucranianos nazis, asalariados, desagradecidos.
Trump se quejó de que Zelenski siente un "tremendo odio" hacia Putin. "Es muy difícil para mí llegar a un acuerdo con ese tipo de odio", avisó en su presencia, con un tono mucho más caliente que el que suele emplear. A Rusia, de hecho, no le ha puesto ni una sola condición para sentarse en la mesa de negociaciones, como sí ha hecho con Kiev, pese a ser el agresor. Parece el mundo al revés, pero es sencillamente el mundo de Trump.
La cercanía Trump-Putin se ha forjado en estos años de investigaciones y de escapadas. El fiscal Mueller no pudo demostrar una conspiración criminal y concluyó que la campaña del presidente de EEUU no conspiró con Moscú en las elecciones de 2016. A pesar de la falta de cooperación de los principales lugartenientes de Trump en esta investigación, se acumularon una enorme serie de hechos que, si no dignos de ser llamados delitos, sí retrataban las relaciones entre las dos partes. El libro Collusion, de Luke Harding, es el sumun para entender cómo Moscú ayudó, sin pasarse de la raya. Estaban los negocios de Manafort, los emails de Clinton, intentos de borrado del ordenador de la demócrata... "El patrón de cooperación entre Trump y Putin puede no haber sido demostrablemente criminal, pero fue extraordinariamente condenatorio", como resume en The Atlantic el periodista Jonathan Chait.
La reunión en el Despacho Oval, dice el autor, fue una "trampa" para ahondar en la tragedia que se trae Trump con Ucrania, que beneficia a Putin. Los que la conocen no se han llevado las manos a la cabeza porque lo esperaban: Trump ha estado estado repitiendo lemas rusos, no sólo sobre Ucrania, desde antes de que Zelenski asumiera el cargo; ha defendido la toma de Crimea por parte de Rusia; se ha negado repetidamente a reconocer la culpabilidad del Kremlin por varios asesinatos que hasta serían crímenes de guerra y hasta ha asumido posicionamientos de la Federación sobre Afganistán o Montenegro, rompiendo años de tendencias en la Política Exterior de EEUU.
En las últimas semanas, Trump ha hecho muy pocos esfuerzos por ocultar su inclinación prorrusa. Llamó dictador a Zelenski - "el mayor showman sobre la Tierra", se rió de él en campaña- y, cuando se le preguntó si diría lo mismo de Putin, se negó a hacerlo e insistió: "No uso esas palabras a la ligera". Dijo también que Ucrania “puede ser rusa algún día” y culpó a Kiev de iniciar la guerra. EEUU incluso se sumó a Rusia o Corea del Norte para votar en contra de una resolución de las Naciones Unidas que condenaba la invasión rusa de Ucrania. El magnate, en el Eje del Mal.
Malestar parcial en los republicanos
Hay quien en el seno del Partido Republican defiende que los constantes esfuerzos de Trump por socavar la soberanía de Ucrania, el papel de la OTAN o de la UE, no es más que una manera de presionar para quitarse de encima una guerra que le cuesta mucho dinero y, a la par, hacer que sus aliados occidentales se comprometan más económicamente. Una política de amenazas para sacar a los demás del inmovilismo.
Si es así, se le está yendo la mano hasta el punto de que los republicanos que siempre han estado contra Putin están siendo relegados, casi no se los oye, y temen perder sus posiciones ante la avalancha de órdenes. Unos esperaban suavizarlo al firmar el acuerdo sobre minerales, pero el choque con Zelenski lo ha dejado en punto muerto. Aún así, hay algunas voces que se están levantando ante esta manía que hace daño a todo un país en guerra.
Nikki Haley, que fue embajadora ante las Naciones Unidas en el primer mandato de Trump y luego lo desafió por la nominación republicana para 2024, amonestó al mandatario en una publicación en las redes sociales : "Estos son los clásicos argumentos rusos. Exactamente lo que quiere Putin".
"Señor presidente, Ucrania no inició esta guerra", escribió también el exvicepresidente de Trump, Mike Pence, en X. "Rusia lanzó una invasión no provocada y brutal que se cobró cientos de miles de vidas", añade .
El periódico New York Post, propiedad de Rupert Murdoch y que suele ser un medio afín a Trump, también puso derecho a Trump. La portada del tabloide del viernes mostraba una foto de Putin y el titular: "Presidente Trump: Este es un dictador".
No obstante, en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) del pasado fin de semana, sus correligionarios apoyan su enfoque de este conflicto porque entienden que, antes o después, llevará paz a Ucrania. Las consecuencias, ya tal. Los testimonios recogidos por la NBC lo evidencian. No hay disidencia sobre un posible levantamiento de sanciones a Moscú, que ya se está estudiando, o su reincorporación al G7, aunque sea con condiciones.
Durante la audiencia del primer juicio político a Trump, Kurt Volker, que fue enviado especial de Estados Unidos a Ucrania bajo su gobierno, dijo que el presidente veía a Ucrania como "un país corrupto, lleno de gente terrible". Le gusta más un exjefe de la KGB.