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Soldados israelíes rompen su silencio: "Vi los cadáveres de dos niños. Yo lo había hecho. Ganas de vomitar"

Soldados israelíes rompen su silencio: "Vi los cadáveres de dos niños. Yo lo había hecho. Ganas de vomitar"

Integrantes de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) revelan al diario 'Hareetz' los macabros actos que les avergüenzan y que han golpeado su salud mental, como la de incontables tropas: "Sus rostros vuelven a mi mente y no sé si alguna vez los olvidaré".

Un soldado del Ejército israelí, en una imagen de archivo.
Un soldado del Ejército israelí, en una imagen de archivo.REUTERS/Shir Torem

"Sufro de flashbacks de ese evento". A pesar de que sabe perfectamente que "evento" es un eufemismo. "Sus rostros vuelven a mi mente y no sé si alguna vez los olvidaré". Aunque sea consciente de que lo más probable es que nadie pueda enterrar en la memoria el recuerdo del asesinato de niños que no superaban los 10 años. Estas palabras pertenecen a Yoni, un soldado de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) que como otros han dado el paso y han roto su silencio sobre las acciones y órdenes que llevan a cabo en su invasión de la Franja de Gaza, en declaraciones al diario israelí Hareetz.

En su caso, detalla sin tapujos lo ocurrido hace apenas tres meses, a finales de mayo, en Beit Lahia, al norte de Yabalia cuando, de repente, uno de sus compañeros comenzó a gritar "¡terroristas, terroristas!" y todo se convirtió en un infierno de balas, metralla y polvo. Lo hace después de que, al igual que otros compañeros, su participación en la campaña militar e invasión israelí sobre Gaza le haya pasado factura en términos de salud mental y secuelas psicológicas. 

El relato de Yoni en el diario progresista israelí constituye un pequeño retrato, un acercamiento a lo que puede sentir una persona que se da cuenta que está apretando el gatillo contra civiles inocentes. Y que mañana y el día siguiente tendrá que volver a hacerlo. De cómo esos casquillos les dejan heridas irreparables. De quien entiende también que sus secuelas mentales no son tan irreparables como las de las vidas que siegan con sus balas, drones o bombas.

"Llegó el comandante y dijo: 'Es su culpa, así es la guerra'"

En este sentido, la funesta jornada que rememora Yoni deja entrever que la rutina dentro del Ejército quizás no es la esperada durante el aprendizaje y formación. En las filas de la Brigada Nahal, aquel día de finales de mayo el soldado paseaba despreocupado por entre las ruinas de viviendas. Estaban esperando, no a un heroico movimiento de otra unidad ni a un rescate de rehenes digno de película de Hollywood, sino a que llegase maquinaria pesada. No, tampoco un blindado necesario para una intrincada operación. Aguardaba a que llegase una excavadora para demoler el amasijo de escombros y hierro que antes fueron viviendas de palestinos.

"Entramos en un frenesí, y yo me subí a la Negev de inmediato y empecé a disparar cientos de balas (...) Había sido un error"
Yoni, soldado de las IDF

"Nunca imaginé que haría esto durante mi servicio. Que me convertiría en guardia de seguridad de maquinaria pesada", reflexionaba Yoni hasta que escuchó el antes mencionado grito que alertaba de la presencia de "terroristas". Los momentos que sucedieron a esa alarma fueron dignos de un ejército sin profesionalización. "Entramos en un frenesí, y yo me subí a la Negev [ametralladora ligera que puede ser utilizada como arma de posición] de inmediato y empecé a disparar cientos de balas. Entonces cargamos hacia adelante, y me di cuenta de que había sido un error", admite el soldado.

Cuando Yoni fue consciente del resultado de aquel 'campo de batalla' no halló terroristas de Hamás entre los sangrientos cadáveres ametrallados. Eran cuerpos más pequeños. "Vi los cadáveres de dos niños, de unos 8 o 10 años, no tengo ni idea", reconoció el soldado a Hareetz, describiendo que "había sangre por todas partes, muchas señales de disparos, sabía que todo era culpa mía, que yo lo había hecho". Fue entonces cuando "me dieron ganas de vomitar".

Instantes después, comprendió que su sensación no era compartida por todos los integrantes del Ejército israelí: "Después de unos minutos, llegó el comandante de la compañía y dijo con frialdad, como si no fuera un ser humano: 'Entraron en una zona de exterminio, es su culpa, así es la guerra'".

Un francotirador israelí: "Gritaban por la radio: '¿Por qué no los están derribando?'"

Yoni pudo contactar con un oficial al cargo de la atención por problemas de salud mental. Tras contarle lo que le pasaba, acabó siendo apartado de las tareas de combate. "Le conté todo y me explicó que existe un concepto llamado 'daño moral'. Dijo que es un estado en el que actúas en contra de tus propios valores y quedas atrapado en una especie de disonancia entre los valores en los que crees y tu comportamiento", resumió. 

Pero a otro exintegrante de la Brigada Nahal no le sirve un cambio de unidad. Benny necesita a toda costa salir de las IDF. No, el no era un soldado más, era uno de los francotiradores de dicha tropa. ¿Su misión? La más habitual -en los escasos momentos que Tel Aviv lo permite- era lo que el Ejército de Israel denomina como control de los puntos de distribución de ayuda humanitaria: "Todos los días tenemos la misma misión: asegurar la ayuda humanitaria en el norte de la Franja de Gaza". Esas colas que se han convertido en una auténtica trampa mortal en la que son asesinados civiles que buscan comida desesperadamente.

Benny explica al periódico israelí que la rutina que acabó con su salud mental estaba profundamente marcada. Empezaba temprano para estar a las tres de la madrugada en su nido, esperando la llegada de camiones entre las siete y media y las ocho y media de la mañana. En ese momento es cuando los famélicos civiles se acercan para buscar una mejor posición en la cola. Pero ese camino interfiere con una línea que le quita el sueño a Benny. Lo que para ellos es una fila, para él es "una línea que, si la cruzan, puedo dispararles". Y lo hacía. Más de medio centenar de veces cada día.

"Disparo entre 50 y 60 balas al día; he dejado de contar las bajas. No tengo ni idea de cuántos he matado, muchísimos. Niños"
Benny, francotirador de las IDF

"Es como jugar al gato y al ratón. Intentan venir desde una dirección diferente cada vez, y yo estoy allí con el rifle de francotirador, y los oficiales me gritan: '¡Acaba con él, acaba con él!'", rememora para dejar claro que hace tiempo que sus 'objetivos' han sido deshumanizados en su mente. "Disparo entre 50 y 60 balas al día; he dejado de contar las bajas. No tengo ni idea de cuántos he matado, muchísimos. Niños", asegura.

Al igual que Yoni, Benny también confirma que al alto mando israelí solo le importan olos resultados, cuando los resultados esperados pasan por asesinar a todo aquel que cruce una línea imaginaria, aunque esté claro que es un niño desarmado. "El comandante del batallón gritaba por la radio: '¿Por qué no los están derribando? Vienen hacia nosotros. Esto es peligroso'", recuerda de algunas órdenes y amenazas que escuchaba cuando decidía no apretar el gatillo. Pero acababa haciéndolo: "Sentíamos que nos estaban colocando en una situación imposible, y nadie nos había preparado para esto. A los oficiales no les importa si mueren niños, ni tampoco lo que eso me haga en el alma. Para ellos, solo soy una herramienta más".

"Me despierto cinco o seis veces por noche. Vuelvo a ver a todas las personas que maté"
Benny, francotirador de las IDF

Entre esas secuelas psicológicas, Benny cuenta a Hareetz que cada vez que huele algo que no le gusta, inmediatamente recibe un golpe de una suerte de macabra sinestesia que le devuelve el olor de los cadáveres que él provocó. Sin embargo, eso es durante el día, las noches son mucho peores, entre pesadillas como que ha llegado a matar a toda su familia. "Me despierto cinco o seis veces por noche. Vuelvo a ver a todas las personas que maté. Hay que entender que un francotirador no es como un piloto: ve a sus víctimas a través de la mira telescópica. Es horrible, inexplicable", trata de explicar el francotirador.

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Soy redactor de actualidad en El HuffPost, donde cada día realizo un seguimiento de todo lo que está pasando y marcando la jornada, con el único objetivo y árdua tarea de trasmitírselo a nuestros lectores de una forma en la que conozcan el contexto y el trasfondo más allá de un mero titular. Es decir, para que tu cuñado no pueda colártela otra vez.

 

Sobre qué temas escribo

Aunque en el día a día acabe escribiendo de cualquier cosa que suceda en el mundo, “puede que me recuerdes” de algunas temáticas que suelen quitarme el sueño con especial frecuencia. Me gusta escribir de política internacional, sobre todo cuando esta es eufemismo de atroces injusticias contra los derechos humanos o el medio ambiente, así como para acercar causas sociales que pasarían inadvertidas (la siguiente podría ser la tuya, así que escríbeme). La morriña también me devuelve en ocasiones a Galicia, sobre todo para que sus historias no se pierdan en el camino a la meseta.

 

Mi trayectoria

Antes de llegar a El HuffPost en 2021, fui periodista en La Voz de Galicia durante cinco años. En aquella etapa también pasé por los micrófonos de ‘Radio Voz’, en distintos programas radiofónicos. Y, aunque parezca poco probable, bebía más café que en la actualidad.


Soy de Ribeira, una bella localidad coruñesa que probablemente recuerdes del marisco, las páginas de sucesos o de personalidades de las que solemos presumir (tenemos a la triplista olímpica Ana Peleteiro y a una de las Tanxugueiras).


Aunque bromeo con que soy doctorado en Periodismo Gonzo, en realidad solo soy licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid (UCM), pero, eso sí, tengo la orla de la misma tienda que la que se la hizo al rey Felipe VI. Aquellos años en Madrid me sirvieron para conocer la ciudad, pero también para entender que el mercado de la vivienda aún podía ir a peor. Ah, también tengo otra identidad secreta bajo la que hago rap o escribo poesía y que solo revelé en la redacción para que me dejasen entrevistar a artistas.

 


 

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