Diplomacia abierta: la red es el mensaje
Si cada ciudadano tiene el potencial de ser un informante, un periodista o un analista -vía web-, los diplomáticos, cooperantes y funcionarios del ramo también están en disposición de serlo, haciendo uso de herramientas como Twitter, Youtube, Flickr o creando blogs.
El mundo cambia mucho más rápido de lo que percibimos. La revolución de las comunicaciones ha hecho que internet pase a ocupar el centro del campo de batalla internacional, máxime cuando los conflictos en política exterior se desenvuelven hoy más en el ámbito cultural, económico y de las ideas que en el militar. Es una época en la que además, los actores internacionales han proliferado, así como el número de interlocutores de los Estados, los cuales se encuentran expuestos a nuevos desafíos.
La anterior Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, intuyó estas transformaciones y puso especial atención en la amenaza del ciberterrorismo -al igual que la reciente Estrategia de Seguridad Nacional española-, desarrollando al tiempo una agenda muy centrada en la diplomacia digital. Contó con la ayuda del gurú Alec Ross, experto en innovación, e impulsó decididamente el alcance de la e-diplomacy, fortaleciendo una Oficina que cuenta con 150 profesionales in situ y otros más de 900 repartidos por el mundo. A este precedente le han sucedido los casos de Reino Unido, Canadá o Israel, siendo China la última nación en anunciar, el pasado 20 de junio, la apertura de este tipo de unidad. No podía ser menos tal despliegue, dada la magnitud que ha adquirido la red, en la cual se crean 10 mil nuevas websites cada hora y por la que navegan 2.000 millones de internautas. La aparición a principios de 2000 de la segunda generación de internet, la llamada Web 2.0, que rebasa la comunicación unidireccional y posibilita la interacción a través de múltiples plataformas (Facebook, Spotify, aplicaciones móviles, etc.), no ha hecho sino redoblar su presencia en la vida diaria de los ciudadanos. Los 70 millones de blogs o los más de 200 millones de usuarios que acoge Twitter -un número similar a su análogo chino, Weibo- así lo acreditan.
Las instituciones políticas han tenido que adaptarse a esta realidad inédita, de notable efecto sobre las mentalidades. Una primera impresión quizá lleve a pensar que los políticos tan solo han buscado aprovecharse de los beneficios que pueden extraer de la red. El caso Snowden ilustra esta opinión. Sin embargo, más interesante que el asunto en sí, resulta la puesta al día que se han visto obligadas a acometer las administraciones. Dicha actualización ha tomado el nombre de Open Government -que tanto recuerda a la noción de "sociedad abierta" de Karl Popper- en virtud de las exigencias de transparencia y de cambio organizacional que lleva implícita, además de la apertura de nuevos cauces de comunicación con los ciudadanos. A este respecto, tanto el proyecto español de la ley de Transparencia como el de la reforma de las Administraciones Públicas, abrieron en sus portales online la posibilidad de que todo interesado enviase sus recomendaciones.
Retomando el mismo espíritu, la diplomacia digital consiste en una especie de Open Government aplicado a la esfera internacional, debidamente filtrado por el lenguaje diplomático. La idea-fuerza es que si cada ciudadano tiene el potencial de ser un informante, un periodista o un analista -vía web-, los diplomáticos, cooperantes y funcionarios del ramo también están en disposición de serlo, haciendo uso de herramientas como Twitter, Youtube, Flickr o creando blogs y nodos especializados de trabajo, en aras de servir así al Ministerio y a su país. Un servicio que no sólo cabe interpretar en clave de soft power, de influencia persuasiva, sino que también resulta útil para solventar gestiones puntuales (emergencias consulares, trámites internacionales, voto en el exterior...).
Sin duda, el potencial democratizador de estos usos e iniciativas, ligadas al ejercicio de la libertad política, es inmenso, pero no conviene confiarse: en los sistemas autoritarios es sencillo instrumentalizar las redes sociales y utilizarlas para rastrear conatos de disidencia. Corresponderá de nuevo a los gobiernos y las sociedades occidentales dar ejemplo, velar por la correcta gestión de las redes digitales, deslindar entre la calidad y el infundio y equilibrar las garantías de seguridad con el derecho a la privacidad.