Una chef catalana revela lo que pasa siempre que subes a un avión y comes: "Pierden un 30% de capacidad"
¿Por qué la comida de los aviones sabe a poco?

Con el verano en pleno apogeo, los aeropuertos de todo el mundo registran cifras récord de viajeros. Cada día, más de 100.000 vuelos despegan y aterrizan, y el ritual de la comida a bordo se repite entre los pasajeros: un menú que muchos describen como “insípido” sigue siendo motivo de queja habitual. Pero ¿y si el problema no fuera la comida, sino la forma en que la percibimos?
La chef catalana María Nicolau ha revelado en la Cadena Ser un fenómeno poco conocido: nuestro sentido del gusto y del olfato pierde parte de su capacidad durante el vuelo. “El sabor a más de 10.000 metros de altura y en un espacio presurizado artificialmente es distinto. Nuestras papilas gustativas funcionan diferente, se adormecen por la presión y pierden un 30% de su capacidad”, asegura la experta alimentaria.
María asegura que durante los vuelos desaparece la percepción del dulce y del salado tal y como lo conocemos, en su lugar esto pasa a convertirse en neutro, por eso la comida de los aviones es tan insípida. “En el avión la comida sabe a básicamente poliespán porque ni tu nariz es capaz de funcionar con normalidad a causa de la falta de humedad, ni tus papilas gustativas están haciendo rendimiento”, explica.
¿Cómo es esto posible?
El 80% de lo que percibimos como sabor en realidad es olor, por lo que dependemos mucho de este sentido para saborear los distintos alimentos. La humedad en un avión rara vez supera el 15%, muy lejos del 60% óptimo para el buen funcionamiento de la mucosa nasal. Cuando esta se reseca, disminuye la evaporación necesaria para que las partículas aromáticas lleguen a los receptores olfativos, por lo que la percepción de sabores disminuye un 30%.
Además, con altitudes de crucero se reduce la saturación de oxígeno en la sangre, lo que dificulta que nuestra nariz procese los aromas tal como lo haría en tierra. Por ello, alimentos que consideramos “normales” en restaurantes nos resultan insípidos en el avión. No obstante, hay una excepción: el zumo de tomate. Gracias a su riqueza en glutamatos, este no solo resiste la pérdida de sensibilidad, sino que se realza en el ambiente ruidoso y seco de la cabina.

Pero esto no queda aquí. “Hay estudios que demuestran científicamente que el ruido de fondo, en este caso de los motores de las turbinas, afecta a cómo percibes los sabores. A más de 85 decibelios el dulce desaparece”, explica en adición la experta. En definitiva, no es que la comida de los aviones sea sistemáticamente de baja calidad, sino que las condiciones ambientales alteran drásticamente nuestras sensaciones.
