La suerte va por barrios: estos son los lugares que nunca han olido el Gordo pese a los más de 200 años de historia
Aunque pueda parecer algo estadístico y que después de dos siglos de historia, en mayor o menor medida, todos los territorios deberían haber saboreado la fortuna, lo cierto es que siguen existiendo territorios donde nunca ha caído el número más famoso del año.

Cada 22 de diciembre, toda España se paraliza ante los bombos del Teatro Real con una mezcla de nervios, tradición y esperanza compartida. La Lotería de Navidad, el sorteo más antiguo y popular del país, no sólo reparte premios millonarios, sino que dibuja año tras año un mapa emocional de la suerte. Un mapa en el que, pese al paso del tiempo, todavía existen zonas en blanco: lugares donde el Gordo nunca ha caído.
Tras más de dos siglos de historia, el caso que más resalta sigue siendo Melilla, la única ciudad española que jamás ha vendido un décimo del primer premio. Desde 1812, año del primer sorteo, la ciudad autónoma ha visto pasar Navidades enteras sin que el número más deseado cruce sus fronteras. Aunque en distintas ediciones sí han llegado algunos premios menores, la ausencia del Gordo se ha convertido en una especie de símbolo para la ciudad en la que se recuerda cada diciembre como una deuda pendiente de Tique, la diosa griega de la fortuna.
Otro de los factores que ayuda a explicar esta ausencia histórica del Gordo en Melilla es el reducido volumen de lotería que se pone en circulación en la ciudad. La consignación por habitante, es decir, la cantidad de décimos distribuidos en relación con la población, se sitúa en torno a 17 euros por persona, una cifra especialmente baja si se compara con el conjunto del país. La media nacional roza los 74 euros por habitante, más de cuatro veces por encima del nivel registrado en la ciudad autónoma.
La distancia se agranda todavía más si se observa el comportamiento de algunas comunidades tradicionalmente muy vinculadas al sorteo de Navidad. Castilla y León encabeza el ranking con una consignación que supera los 117 euros por habitante, mientras que Asturias, que se mueve en cifras similares, alcanza hasta los 115 euros. En estos lugares, la compra de décimos forma parte de una arraigada costumbre social, lo que incrementa como no podía ser de otra manera el número de billetes que se amasan y comparten entre amigos y familiares y, con ello, las probabilidades estadísticas.
En comparación, el bajo nivel de consignación en Melilla limita de forma determinante sus opciones en el sorteo. Menos décimos vendidos implica menos números en el bombo de la suerte y, por tanto, menos posibilidades de que el número premiado haya sido adquirido en la ciudad. Es, en otras palabras, lo mismo a los Juegos del Hambre, donde cuantas más papeletas metieras en la caja, más posibilidades tenían sus personajes de ser escogidos en las cosechas. Aunque en ese caso fortuna no sería la palabra escogida, claro.
Más allá de esta extraordinaria excepción, existen otras geografías marcadas por la espera. Varias capitales de provincia arrastran una larga historia sin haber vendido directamente el primer premio. Ciudades como Jaén, Girona, Tarragona, Toledo o Ávila han pasado décadas observando cómo el Gordo cae en otras partes del país o, en el mejor de los casos, en municipios cercanos de su propia provincia. Este matiz no es moco de pavo: aunque el premio llegue al territorio, el hecho de no haber sido vendido en la capital mantiene viva la sensación de que la suerte se queda a las puertas.
Estas ausencias contrastan con la reiterada presencia del Gordo en grandes núcleos urbanos. Madrid y Barcelona, por ejemplo, encabezan históricamente el número de veces que han vendido el primer premio. La explicación es puramente matemática siguiendo lo anteriormente explicado. A mayor población, mayor número de administraciones de lotería y mayor volumen de ventas, más probabilidades existen de que el número premiado haya sido adquirido allí. No se trata de favoritismos ni de centralismo, vaya.
En los lugares donde nunca ha caído el Gordo, esta realidad estadística convive con la superstición. Hay quienes atribuyen la mala suerte a tradiciones locales, a números "malditos" o a la costumbre de comprar siempre los mismos décimos año tras año. Sin embargo, la probabilidad es inmutable: cada número tiene las mismas opciones de ser 'el elegido', se compre en una gran capital o en una pequeña administración de barrio. Cuántas veces no han descubierto algún remoto pueblo porque la fortuna depositó sus alas en el lugar.
Pese a todo, estas zonas no renuncian a la esperanza. Las administraciones vuelven a llenarse cada diciembre, las participaciones se reparten en bares, asociaciones y hasta empresas, y se vuelven a agarrar al clavo ardiendo de que, algún años, la mala racha se acabe. La Lotería de Navidad no es sólo un juego, es una tradición arraigada hasta en los bolsillos más tacaños del país.
La paradoja es que, cuanto más tiempo pasa sin que el Gordo caiga en un lugar, mayor es la expectativa. La espera alimenta titulares, conversaciones y esperanzas compartidas, convirtiendo la ausencia del premio en parte del relato navideño. "Algún día debería tocar, quizá sea este año", deben de pensar muchos.
Así, mientras algunos territorios celebran repetidamente la visita del número más famoso del año, otros siguen aguardando su estreno que les permita un feliz retiro en alguna playa o paraíso. La suerte, en definitiva, va por barrios, lugares y estadísticas, ¿quién sabe si esta vez el Gordo caerá en Melilla?
