La soledad de Teresa Ribera
Los avances de los partidos populistas e iliberales en Europa y en el mundo modifican sensiblemente los equilibrios tradicionales.

Teresa Ribera, vicepresidenta primera y comisaria de la Competencia de la Comisión Europea desde diciembre del pasado año, antigua ministra de Transición Ecológica y vicepresidenta del Gobierno de Pedro Sánchez, está en una delicada posición de aislamiento en Bruselas, que comienza a caracterizarse como una atronadora soledad tras los avances de los partidos populistas e iliberales en Europa y en el mundo, que han producido deslizamientos en la UE que modifican sensiblemente los equilibrios tradicionales.
Las elecciones europeas de junio de 2024 representaron un debilitamiento de la tradicional mayoría formada por la alianza entre el centro-derecha y el centro-izquierda. Aquella X Legislatura que arrancaba fue conmocionante para el centrismo predominante en la Unión. Las fuerzas ultra crecieron significativamente en aquellas elecciones. Si se hubiesen juntado todos los eurodiputados de extrema derecha (187), hubieran conformado el segundo grupo parlamentario más numeroso, por encima de los socialdemócratas (136) y con apenas uno menos que los populares (188). Pero la extrema derecha está dividida pues, si bien los partidos comparten gran euroescepticismo y son en su mayoría contrarios a la inmigración, difieren en puntos clave como la relación que debería tener la UE con Rusia y el rol de la OTAN en la seguridad europea. Esta brecha se refleja en su separación en tres grupos: Conservadores y Reformistas Europeos (ERC) con 78 diputados, Patriotas por Europa (PfE) con 84 y Europa de las Naciones Soberanas (ESN) con 25.
Con todo, a pesar del hecho de que la extrema derecha no forme una única unidad de combate, la realidad es la que es, y la presidenta de la Comisión, Úrsula con der Leyen, aunque firmemente anclada al universo socialcristiano que es un bastión en Alemania, no puede desconocer que ya no es de aplicación el antiguo automatismo que daba como resultado la sistemática alianza ente los dos bloques centrales. Von der Leyen está sujeta a presiones de todo tipo, incluso del centro derecha, sobre todo en la cuestión del cambio climático, en la que, además de convicciones, juegan un papel relevante los intereses. Además, los argumentos verdes han adquirido una crecente relevancia electoral, de modo que muchos partidos temen que exigir sacrificios conservacionistas puede tener para ellos un alto coste en votos.
La defensa de un mundo ambientalmente sano, que tiene como se ha dicho un importante valor electoral, no puede reducirse sin embargo a este ámbito prosaico. El gobierno de Europa tiene la obligación moral de ponerse de parte de la comunidad científica, que no duda en alertarnos de los riesgos de la inacción en esta materia.
El 25 de abril de 2024 murió el Papa Francisco, quien había representado un motor intelectual importante en favor de la lucha contra el cambio climático. Y si la caída de la socialdemocracia en las elecciones europeas de junio supuso un traspiés en esta sensible materia, la fortaleza política de Ribera, que provenía en buena medida de la sensibilidad de la izquierda, no es impermeable a la crisis española. En el Colegio de Comisarios, formado por 27 personas, hay en la actualidad solo cinco socialdemócratas. El presidente español Sánchez es el principal bastión de la izquierda en la Unión Europea, y si se consumase su declive, la posición de Bruselas no permanecería inmutable. Máxime cuando algunos partidos conservadores clásicos, como el PP español, no tienen empacho alguno en hacer concesiones a la ultraderecha negacionista con tal de conseguir cuotas de poder.
La realidad de esta inquietante situación se ha visto el pasado 2 de julio, fecha en que la Comisión Europea ha presentado su propuesta de nuevo objetivo de emisiones de efecto invernadero para 2040: aboga por mantener el objetivo de una reducción del 90% de estos gases, pero no ha tenido más remedio que hacer concesiones y suavizar las políticas para lograrlo, abriendo la puerta a la compra de compensaciones fuera de la UE. Este trámite se ha realizado, con meses de retraso, de la mano del Comisario del Clima de la UD, el neerlandés conservador Wopke Hoekstra, quien reporta ante Ribera: el paso no se ha dado hasta que este último ha conseguido pactar una serie de concesiones con los países más reacios. Y cuando estaba a punto de realizarse el anuncio, hubo que postergarlo porque Macron hizo unas declaraciones en las que reclamaba una pausa en materia medioambiental. Finalmente, tras febriles gestiones entre bastidores, salía adelante lo acordado entre Ribera y Hoepkra, que estarían cumpliendo un designio inteligente de von der Leyen que consiste en situar el ‘pacto verde’ en un marco transversal formado, en efecto, por Ribera —la heredera del socialista Timmermans— y el conservador Hoekstra. Ambos han entendido el encargo, y de momento el equipo funciona
Ahora, este paquete complementario que acompaña a los objetivos de 2040 deberá ser acordado con los Gobiernos y con el Parlamento Europeo, cuyos miembros en muchos casos están intentando rebajar la ambición en la lucha contra el calentamiento global, presionados por potentes lobbies empresariales que buscan su propio beneficio. Todo lo cual indica la fragilidad de las posiciones europeas más audaces, que chocan también con el clima general generado por el trumpismo desbocado que las amenaza desde la otra orilla del Atlántico.
En suma, el encargo de la UE a Ribera es arduo y complejo. Y los partidos españoles deberían entender su posición inestable para facilitar las cosas a quien, después de todo, está luchando contra los grandes molinos de viento de las multinacionales para hacer habitable el planeta que heredarán nuestros hijos.
