Robe Iniesta o nostalgia de la buena
"Cada canción que hemos vuelto a escuchar ha desbloqueado recuerdos que dábamos por perdidos".
Decía Sabina que no hay que volver a los lugares donde fuimos felices porque el tiempo habrá hecho sus destrozos. Pero estos días, al revisitar los momentos vividos con Robe Iniesta como banda sonora, descubrimos que hay excepciones a esa regla.
Lo que ha desatado la muerte del cabeza de Extremoduro no es la nostalgia gruñona que mira hacia atrás con rencor al presente, sino nostalgia de la buena. Nostalgia que nos permite recordar lo felices que hemos sido sin negar que otros -más jóvenes, con otros códigos y otros errores por cometer- están ahora atesorando vivencias que ya les tocará evocar.
Cada canción que hemos vuelto a escuchar ha desbloqueado recuerdos que dábamos por perdidos. Han aflorado fotos con pintas difícilmente explicables en la actualidad, veranos eternos, la torpeza adolescente intentando explicar sentimientos que no tenían nombre… Despedirnos del trovador extremeño se ha convertido, también, en un potentísimo abrazo a aquellos que fuimos ayer.
Este ejercicio, individual y colectivo, ha sido lo más parecido a meterse en el pensadero de Albus Dumbledore. Se han materializado tardes de botellón en el parque, decenas de conciertos, paseos solitarios escuchando Extremo -primero en el walkman, luego en el discman y después en el móvil-, tantas primeras veces… Robe Iniesta nos enseñó poesía sin pedir permiso, nos regaló nicks para el Messenger cuando no sabíamos explicar qué nos estaba pasando y nos hizo sentir que hablaba de nosotros -de nuestros amigos y de nuestros ligues- aún cuando no entendíamos del todo qué demonios quería decir.
Y entre estos duelos genuinos, de quienes tuvimos a Robe de fondo en momentos que explican quiénes somos hoy, han aparecido también los pésames de postureo: el pésame estilo chatGPT que lo mismo lamenta la pérdida de un artista rupturista como el de un deportista adepto al status quo. Son los mismos que despreciaron su arte y lo intentaron censurar. Aquellos incapaces de comprenderlo en vida ahora intentan subirse al carro de una pérdida colectiva que no les pertenece. Y sin embargo, ese ejercicio de hipocresía desvela otra grandeza del propio Iniesta. Es la evidencia de su trascendencia artística y cultural.
También nos permite no olvidar que durante mucho tiempo escuchar a Extremoduro -y a toda la constelación de grupos en torno a los que orbitaba- forjó el carácter de una generación. Ha producido una forma muy particular de estar en el mundo: de discutirlo, de disputarlo y de disfrutarlo. Una forma llena de intensidad y de ganas de experimentar. Una forma que debemos reivindicar para hacer frente a los tiempos de cinismo que nos ha tocado vivir.