El día después del tiroteo es casi peor
Los partidos se están echando la culpa entre sí y los italianos toman parte. Para algunos Prieti acaba de transformarse en un héroe. Para otros el hombre fue la mano derecha de Beppe Grillo. Y por lo que pasó el domingo todavía no se pueden buscar culpables.
El día después es casi peor. Los seis disparos que el domingo rompieron en la pelea política de las últimas semanas habían logrado silencio. El silencio de una mañana de sol en Roma, el silencio de los silbatos sordos, de la lágrimas de un padre con su hija que lo vee todo, el silencio de los gritos de los dos carabinieri heridos y de una ambulancia que llega allí, en frente de Palazzo Chigi. Y Luigi Prieti, un hombre desesperado, solo, sin trabajo ni familia; también él se quedó en silencio.
Como en una vieja fotografía. Clic, clic. En cada sesión a los italianos le venía a la cabeza la bomba del año pasado en la escuela de Brindisi, los disparos en Bolonia que mataron al profesor de derecho de trabajo Marco Biagi hace poco más de diez años, y a los que acabaron también con el colega Massimo D'Antona. Otro clic y es 1993, cuando siempre alrededor del Palazzo Chigi, en una Italia ya sacudida por las bombas de la mafia -y cada vez más por la crisis y la incertidumbre política-, se encontraba un Fiat 500, lleno de explosivos. Hace 35 años, otro clic más letal: la masacre de via Fani, el secuestro de Aldo Moro. Era sin duda un país diferente, en una temporada de plomo que ya no existe. Pero el contexto podría ser ese: la crisis económica, los partidos destrozados y enfrentados.
Sin embargo, el día después es casi peor: los partidos se están echando la culpa entre sí y los italianos toman parte. Para algunos Prieti acaba de transformarse en un héroe, se le abren páginas en favor en Facebook, se le ofrece solidaridad y apoyo. Para otros el hombre fue la mano derecha de Beppe Grillo. O mejor dicho, el resultado de años de palabras de odio contra la clase política y las instituciones. La única culpa que tiene el Movimiento 5 Estrellas es de haber desatado una forma de lucha diferente: no es protestar en la calle, en la plaza, en el web. Es derrotar a las instituciones, como en una partida de Risk. Una guerra de gritos, a veces bastante violenta, que se lleva detrás la desesperación del pueblo.
Por lo que pasó el domingo todavía no se pueden buscar culpables, como hicieron el lunes algunos periódicos y el domingo algunos políticos, a Grillo y Casaleggio. Más bien, eso es peor.
Tendríamos que respirar hondo y reordenar la mente antes de comentar sobre los acontecimientos que ocurrieron frente al Palazzo Chigi. Tener prudencia y hablar sin echar mano de la imaginación. Los políticos no son nada cautelosos: el alcalde de Roma, Gianni Alemanno dijo: "No ha sido un acto terrorista, pero está claro que el clima de los últimos meses no ha ayudado en absoluto".
Lo que sí está claro es que Italia está partida en dos: políticos y pueblo, berlusconiani y grillini, ricos y probres, trabajadores y gente en paro. Por un lado el cortocircuito de la información, cada vez más evidente y dramático, entre la clase dirigente italiana y el resto del país. Por otro lado la exasperación de un pueblo que no puede ya vivir como antes, de jóvenes que ni siquiera pueden imaginar tener familia. Un clima destructivo, que puede empujar a los más vulnerables a actos extremos: la semana pasada ocurrió en Milán, cuando dos amigos decidieron suicidarse. Y este es precisamente el momento en que tendríamos que respirar hondo y pensar, y dejar que la clase política, y por supuesto el nuevo Gobierno de Enrico Letta, haga algo, lo que sea. Pero ya.
Antes los italianos deben condenar la acción de Luigi Prieti. Si no se hace de manera clara la balanza de la justicia tendrá otro peso. Y el día después será peor, seguro.