Un pequeño grupo de occidentales revela cómo es vivir en Corea del Norte: "Están ubicados en edificios sin rostro y debes entrar para ver qué hay allí"
Viven bajo estrictas condiciones, pero con más libertad que los turistas.

Vivir en Pyongyang, la capital de Corea del Norte, es completamente diferente a hacerlo en cualquier otro lugar del mundo. Varios occidentales, diplomáticos acreditados por sus países, residen en esta ciudad bajo estrictas condiciones, pero con un grado de libertad que los turistas, siempre acompañados por guías del régimen, no tienen.
En declaraciones a The Telegraph, varios exdiplomáticos han compartido cómo es vivir en uno de los países más herméticos del planeta. Mike Gifford, embajador británico entre 2012 y 2015, relata que conseguir dinero en efectivo era una odisea logística: "Cada mes, yo u otro miembro del personal volábamos a Pekín para retirar 30.000 o 40.000 euros en efectivo".
En este sentido, recuerda escenas surrealistas en el aeropuerto: "Estabas en el aeropuerto y viste al tercer secretario de la embajada alemana cargando una bolsa con dinero. […] Pero eso hicimos todos porque no había otra opción".
Para conseguir comida y bebida, existían supermercados para extranjeros, pero la oferta era limitada. Gifford cuenta que las compras debían planificarse con precisión. "A veces los refrigeradores estaban llenos de agua Perrier, y eso era genial, pero no siempre quiero agua Perrier", dice entre risas.
Así, los diplomáticos viajaban con frecuencia a China para comprar productos básicos, como mantequilla o tocino, y recibir atención médica. Alastair Morgan, embajador entre 2015 y 2018, cuenta el caso de la mujer de un diplomático mal diagnosticada en Pyongyang. "Finalmente, la llevaron a China, donde los médicos inevitablemente le diagnosticaron una apendicitis", afirma.
Dificultad para integrarse
Por su parte, Lindsey Miller, cuyo marido trabajó en la embajada británica, destaca lo difícil que era entablar relaciones reales con la población local. "Nunca se sabía lo que la otra persona pensaba realmente, y no se podía preguntar", comenta.
La vida cotidiana se desarrollaba entre paseos, taekwondo, spas y visitas a tiendas escondidas en edificios anónimos. "Entras en un edificio con una tienda que vende cortadoras de césped y queso. Al otro lado de la calle hay una cafetería tan escondida que ni siquiera te darías cuenta de que está ahí. Luego la atraviesas y ves un gimnasio al fondo, muy bien equipado", recuerda. "Están ubicados en edificios sin rostro, por lo que sólo hay que entrar para ver qué hay allí", añade.
Thomas Schaefer, ex embajador alemán, resume la sensación que muchos vivieron al salir del país: "Cuando cruzamos el puente de Corea del Norte a China, y esto suena ridículo, sentimos como si finalmente estuviéramos en un país libre".
Pese a las dificultades, las embajadas cumplían un rol clave. "Pudimos darle a la administración mensajes que no podíamos dejar en manos de los diplomáticos extranjeros [de Corea del Norte]", concluye Morgan.
