La moda entre los jóvenes de compartir la ubicación permanentemente preocupa a los expertos: "Es un problema social de primer nivel"
"La ubicación es un dato tan sensible como tu número de tarjeta de crédito".

Si hoy coges el teléfono de un adolescente, lo más probable es que encuentres un mapa con decenas de puntitos de colores. Algo que para muchos puede resultar extraño, para nuestros jóvenes es un hábito de lo más común. Pero cómun no significa sano, ni seguro.
Cada uno de estos puntos, que pueden llegar a compartir hasta con 30 personas, indica la posición exacta de alguien de su entorno: su grupo de amigos, su pareja, sus compañeros de clase, sus padres... Es decir, que lo que empezó como una función práctica, enviar la ubicación para encontrarse, se ha transformado en algo mucho más profundo y, según los expertos, peligroso: compartir la geolocalización de forma permanente como muestra de amor, confianza o fidelidad.
Y la ciencia lo avala. Un estudio de Civic Science revela que un 65% de la generación Z comparte su ubicación permanentemente. Varias expertas explican a El HuffPost cuáles son sus implicaciones en el ámbito de la ciberseguridad, qué efectos psicológicos y sociales tiene, qué pueden hacer los padres y qué están haciendo las tecnológicas para dar solución a este problema. Spoiler: nada.
"Lo he visto de cerca y es mucho más común de lo que la gente cree. La ubicación se ha convertido en la nueva 'moneda de confianza' entre jóvenes, pero compartirla con tanta naturalidad es un riesgo enorme: estás entregando tu intimidad en tiempo real. Desde el punto de vista de la ciberseguridad, es como dejar la puerta de tu casa abierta para que cualquiera pueda entrar cuando quiera", asegura María Aperador, experta en ciberseguridad y divulgadora con más de 517.000 seguidores en Instagram.
Algo que corrobora Tamara Fernández, portavoz de la asociación Adolescencia Libre de Móviles (ALM), quien lo sabe por su experiencia en el trabajo con jóvenes. "Compartir su ubicación se ha convertido en una prueba de amistad, de confianza e incluso de amor. Y esto les sirve para ser controlados y para controlar", comenta.
"Ellos, por ejemplo, lo que hacen es comprobar en cualquier momento dónde están sus amigos. Lo que incrementa esa sensación de incertidumbre de '¿han quedado sin mí?', y que al final alimenta y aumenta esa preocupación e inseguridad", añade la portavoz de ALM.
El problema, explica Fernández, es que esa supuesta confianza se convierte en una forma de control: "Un día no compartes tu ubicación y ya empiezan las dudas. La confianza no se construye con aplicaciones ni con vigilancia, todo lo contrario. Y además es que necesitan tener espacio e intimidad".
Aperador coincide y va un paso más allá: "A nivel de ciberseguridad, esto es problemático a un nivel muy alto. Estamos hablando de que un ciberdelincuente o incluso alguien del propio entorno con malas intenciones puede saber dónde estás, dónde no estás y con quién. Esa información se puede usar para acosar, manipular, robar o incluso chantajear. La ubicación es un dato tan sensible como tu número de tarjeta de crédito".
El espejismo de la seguridad
Tanto Fernández como Aperador subrayan que esta práctica transmite una falsa sensación de seguridad, sobre todo para los padres.
"Tener constantemente la ubicación encendida para que determinadas personas puedan saber dónde estoy permanentemente es de todo menos seguro. 'Yo comparto mi ubicación y si me secuestran así saben dónde estoy', es una de las premisas con los padres", afirma Fernández.
Sin embargo, la portavoz desmonta rápidamente este argumento, bajándolo a la realidad y poniendo sobre la mesa que si te secuestran, lo primero que harían sería tirar tu móvil por la ventana y llevarte a otro sitio. "O sea, que no te va a servir de nada", apunta. Además, también incide en que "es muy poco probable" que te secuestren en España.
"Lo más probable es que ese niño, que cuanto más pequeño, menos límites sabe poner y menos límites propios tiene, se vea envuelto en relaciones en las que se tumben rápidamente las barreras de lo que es sano y acabe en una cosa abusiva", destaca la portavoz.
Aperador lo explica desde el punto de vista técnico: "Compartir la ubicación de manera permanente no te hace más seguro. Al revés: te hace más vulnerable. Y lo peor es que se está normalizando entre las generaciones más jovenes. Y cuando algo se normaliza, baja nuestra percepción de riesgo".
"La generación Z está creciendo con la idea de que la privacidad es algo opcional, y eso les deja más expuestos a manipulación y control. Lo más peligroso es que, una vez compartes tu ubicación, no tienes control de cómo se va a usar ni durante cuánto tiempo", recuerda la especialisa en ciberseguridad.
Un hábito que nace en casa
¿Por qué se ha extendido tanto esta moda? Una parte importante, dicen las expertas, tiene que ver con los propios padres. "Hay muchísimos padres que le dan el móvil a sus hijos no porque consideren que sea una buena herramienta para ellos, sino porque tienen la necesidad de controlarlos. Porque les da miedo este paso a la pubertad en el que los niños son más autónomos y no saber dónde están pues les genera muchísima inquietud", señala Fernández.
"Pero claro, desde nuestro punto de vista, la solución no está en darle un teléfono con acceso a internet con todos los riesgos que conlleva. Al final es una herramienta que entraña muchos riesgos y hasta que los beneficios no superen estos riesgos, yo creo que es mejor no darles ese dispositivo, aunque a ti te genere tranquilidad", añade la portavoz.
Para las expertas, los padres "tienen que interiorizar que no les están haciendo un favor a sus hijos". Más bien al contrario, "están generando una relación de dependencia y de miedos infundados que esos niños no deberían tener". Por lo que aseguran que ésta "es una posición que les hace percibir el mundo como un lugar peligroso en el que les tenemos que proteger constantemente".
Por su parte, Aperador matiza: "Es comprensible que un padre quiera saber dónde está su hijo. Pero el problema es que, sin quererlo, se transmite un mensaje contradictorio: 'para que confíen en ti, tienes que ceder tu privacidad'. Eso es muy peligroso y puede llevar a que los chavales asuman que la intimidad no es un derecho".
Ambas coinciden en que el control no es la vía, y que el foco está en la educación y en la confianza mutua. "Es un arma de doble filo porque lo que estamos enseñando es que los chavales vean normal compartir datos sensibles con cualquiera que se lo pida con la excusa de 'es por tu bien'", insiste Aperador.
Implicaciones pscológicas: miedo y dependencia
El impacto no se queda solo en el plano digital. Según Fernández, una de las cosas más preocupantes es cómo esta práctica afecta al desarrollo personal: "Este eterno acompañamiento a los menores no es solo que realmente no les proteja, sino que directamente les perjudica".
Las expertas insisten en que "tiene que haber todo un aprendizaje fuera del mundo digital. En el mundo real, relacional, de independencia, de autonomía...". Y alertan sobre que, al final, este control "no permite que los chicos aprendan a ser autosuficientes y responsables" y que lo que hace es "volverles muy dependientes y retrasar su desarrollo individual como personas".
Por este motivo, Fernández defiende que ésto no es algo que se deba potenciar en los menores, y que hay que apostar más bien por lo contrario: la confianza y la capacidad para resolver. "Y también entra en juego no exponerles a situaciones para las que no estén preparados", aconseja Fernández.
"Tiene que haber una confianza. Si quiero saber dónde estás, te llamo y te pregunto: oye, ¿por dónde vas?. O si soy tu mamá, pues te digo: ¿dónde vas a estar esta tarde? 'Nada, voy con unas amigas al cine'. Yo no tengo por qué dudar de eso. Si dudo de eso es que hay un problema ya relacional, no es por el teléfono o por la ubicación", comenta.
"Nada va a cambiar porque el chaval te mande la ubicación, porque es que te puede enviar una ubicación distinta, por ejemplo. Hay millones de aplicaciones para sustituir la veracidad de lo que estás haciendo, y te aseguro que ellos o sus amigos se las van a saber todas antes que tú", afirma la portavoz.
Bajo esta perspectiva, Fernández asegura que "nada es tan fiable ni te va a garantizar tener un control absoluto sobre tu hijo", y sostiene que lo que tiene que haber son relaciones sanas de confianza. "Y si no hay esa confianza, a lo mejor es que tu hijo no está preparado para quedar con sus amigos e ir al cine por la tarde", asevera.
Asimismo, la portavoz de ALM subraya, invitando a la reflexión colectiva: "Hay que tener mucho cuidado, porque estamos construyendo personas que son temerosas, dependientes y que están dispuestas a ceder su intimidad en pro de unas relaciones que a lo mejor no son las más sanas. Todo lo que se lleva peleando para generar relaciones sanas, que no sean tóxicas... bueno, pues esto va totalmente en contra de eso".
Las grandes corporaciones en el punto de mira
Tanto Fernández como Aperador coinciden en señalar a las grandes compañías tecnológicas como corresponsables. "No hay ningún interés en poner límites", critica la portavoz de ALM. "Lo que quieren las empresas es que los chavales entren cuanto antes en las redes sociales, porque cuanto más jóvenes, más tendencia a la adicción. Con 12 años el autocontrol es ninguno, y con 17, en cambio, tienes más capacidad para poner límites a los demás y a ti mismo. Y las empresas eso lo saben".
Aperador va en la misma línea: "Las empresas tienen una responsabilidad enorme. No puede ser que un menor de 12 o 13 años tenga acceso a compartir su geolocalización sin filtros. Considero que también debería haber más responsabilidad legal para las plataformas. Hoy los padres están desbordados con configuraciones que no entienden y los niños van siempre tres pasos por delante".
Y Fernández no se queda ahí, ya que también apunta que hay que levantar la voz frente al Estado, ya que son ellos los que "tienen que forzar a las grandes corporaciones a tomar cartas en el asunto", y recuerda que "hay maneras de control de accesos por edad".
"O sea, si tú puedes activar la cuenta del banco con tu huella digital, ¿por qué no se puede hacer para las redes sociales? Si eso se puede vincular perfectamente", pregunta de forma retórica Fernández.
Un problema social de primer nivel
Para las dos expertas, este debate no es para nada una cosa menor. "Estamos ante un problema social de primer nivel, igual que en su día se debatió sobre el tabaquismo o el alcohol en menores: la exposición masiva de los jóvenes en internet", afirma Aperador. "Y no hablamos de futuro, está ocurriendo hoy. Por eso necesitamos familias formadas y empresas responsables", añade.
"Además, es que esto no es un problema individual, es algo que conforma el tipo de sociedad vamos a tener", interviene Fernández, quien apuesta por educar y dar ejemplo en lugar de controlar y vigilar.
La portavoz recuerda que la confianza no se construye con control; sino con tiempo, con límites razonables y con respeto a la intimidad. "Lo importante es que sepan que pueden contar contigo, y que entiendan que si les pones límites es por una razón", señala Fernández.
Respecto a este punto, la portavoz pone los pies en el suelo, asumiendo que "todos los adolescentes harán cosas que se supone que no tienen que hacer", aunque ha roto una lanza a su favor, afirmando que "eso forma parte de su desarrollo" y que "es un paso de iniciación a la vida adulta".
"Me desligo, hago mi propia vida, pruebo límites y veo hasta dónde puedo llegar. Es normal en el desarrollo de los adolescentes, es algo que sus padres también han hecho y, sobre todo, es algo necesario", apunta.
"Y luego los padres yo creo que tienen que trabajarse mucho el desligarse de sus hijos. O sea, yo sé que es pavoroso, yo tengo dos hijos y entiendo que da miedo. Le dices: vete a comprar tú solo. Y pasas angustia, claro, porque piensas que le puede pasar algo. Pero es que es un trámite que hay que pasar. O sea, no lo vas a poder evitar. El niño tiene que acabar siendo una persona autónoma, independiente, y desligada de ti", añade Fernández.
Algo en lo que también coincide la experta en ciberseguridad: "La responsabilidad de los padres es muy grande. Y ya no tanto por pedir la ubicación, sino por no enseñar a sus hijos a gestionarla. La clave no está en prohibir, sino en educar. Es crucial explicarles qué significa compartir datos y cómo poner límites. La ciberseguridad empieza en casa, igual que enseñar a cruzar la calle con cuidado".
Por último, Aperador concluye con un mensaje de esperanza: "La tecnología no es el enemigo. El objetivo es que sea un aliado, pero para eso es necesaria una educación digital desde edades tempranas y una tecnología que proteja de verdad. La gente debe entender que estos problemas no son tecnológicos, sino humanos y sociales".
