Arabia Saudí, donde la disidencia y la crítica se pagan con la vida

Arabia Saudí, donde la disidencia y la crítica se pagan con la vida

Prensa silenciada, cierre de organizaciones, manifestaciones vetadas, detenciones arbitrarias, torturas, pena de muerte... Lo de Khashoggi es un caso más, solo que público y truculento.

Un grupo de manifestantes con caretas de la activista Samar Badawi y su hermano Raif, bloguero, pidiendo justicia para ellos en París, en 2015.STEPHANE DE SAKUTIN via Getty Images

La desaparición y prácticamente segura muerte del periodista saudí Jamal Khashoggi a manos de su propio país es apenas un botón de muestra de cómo se las gasta Riad. Tras él, hay toda una mercería -entre sombras, lúgubre, espantosa- que acumula amenazas, detenciones, torturas medievales y ejecuciones, las que la casa real saudí aplica a los disidentes y críticos con su gestión.

Este caso acapara titulares porque es extraño que un asesinato así salga a la luz y porque los detalles que lo rodean son casi tan chapuceros como aterradores, pero es uno más en la línea habitual de persecución a informadores, activistas por los derechos humanos y opositores. Crímenes que se ejecutan con impunidad, la que dan las monarquías absolutas y la fidelidad de los aliados occidentales, demasiado dependientes del petróleo que les compran y las armas que les venden.

Lo que vas a leer a continuación es un repaso a las artes saudíes para poner mordaza a quien ose señalar lo que es mejor callar.

Persecución interna

Javier Martín, delegado de la Agencia EFE en el Norte de África y autor de La Casa de Saud (Libros de la Catarata), explica a El HuffPost vía correo electrónico que "en Arabia Saudí no existe una disidencia organizada, ni exterior ni interior, más allá de los movimientos salafistas radicales. Pero sí un sentimiento de oposición a la familia real que ha crecido en los últimos años". "La opresión ha sido brutal y sistemática desde que a finales de los 70 los pietistas asaltaran la gran Mezquita de la Meca y exigieran la renuncia de la casa de Saud. Sin embargo, ésta se ha endurecido desde la llegada del rey Salmán bin Abdulaziz", añade.

El rey Salman se ha distinguido por su mano dura contra la minoría chií, la prensa, los activistas sociales, los líderes estudiantiles o las defensoras de los derechos de las mujeres. A estos colectivos se les aplican detenciones injustificadas, malos tratos en dependencias policiales, juicios sin representación legal... Todo un abanico de "restricciones severas" a las libertades de expresión, asociación o reunión, como lo define Amnistía Internacional, y aplicadas a partir de leyes denunciadas por Naciones Unidas.

Así, el relator especial de la ONU sobre la promoción y protección de los derechos humanos en la lucha contra el terrorismo ha dicho públicamente que la legislación antiterrorista de Arabia Saudí incumple las normas internacionales y ha instado al gobierno a que ponga fin a los enjuiciamientos de personas comprometidas con la defensa de los derechos humanos o autoras de blogs u otros escritos, sólo por expresar opiniones no violentas.

El gobierno, lejos de atender esas quejas, ha apretado especialmente las cuerdas con una reorganización de la estructura política y de seguridad, transfiriendo de Interior a la Fiscalía (bajo mando real) algunas atribuciones esenciales y creando la Presidencia de la Seguridad del Estado, que depende de Salman e incluye las investigaciones de terrorismo.

En este nuevo organigrama tiene un papel esencial Mohamed bin Salman, el príncipe heredero. El actual rey ha apostado por él para su sucesión, enfadando notablemente a otros príncipes de la familia real que creen que también tienen derecho a ese trono. Hasta ahora, cuando un mandatario fallecía se convocaba una asamblea especial, compuesta por los herederos del fundador de la monarquía. La decisión se tomaba por consenso y entre todos, pero Salman ha roto con la costumbre. Ha concentrado todo el poder posible en su elegido (le ha ido dando las competencias en seguridad interna y defensa, del Consejo Económico del reino, de la petrolera estatal, del principal órgano anticorrupción) y éste, con su anuencia, está quitando del escenario a todo aquel allegado que pueda hacerle sombra.

Como abunda Javier Martín, el rey, en su escalada, no sólo ha cargado "contra el poderoso estamento clerical y los defensores de la reforma y la apertura, sino también contra el poder económico que contesta las políticas del monarca y su hijo. Basta recordar el episodio del encierro hace un año de numerosos príncipes en un hotel de lujo de Riad, entre ellos un antiguo aspirante al trono y los dos de los hombres más ricos del país", en uno de los intentos de evitar que nadie haga sombra al actual rey y a su sucesor.

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Ni libre ni independiente

La prensa en Arabia Saudí -como los partidos, los sindicatos o las organizaciones de derechos humanos- no son ni independientes ni libres. Son parte del atrezo. Reporteros Sin Fronteras (RSF) denuncia que la autocensura de los informadores es "muy fuerte" por temor a represalias y que el llamado periodismo ciudadano y los blogs son de las pocas vías por las que se intenta contar algo distinto, pero los autores de estas páginas alternativas son severamente castigados, sobre todo, a cuenta de leyes sobre terrorismo y cibercriminalidad. Estas normas, que se aplican también en el plano activista, plantean una definición de los actos de terrorismo imprecisa, muy abierta, un coladero para cualquier denuncia, en la práctica.

La crítica al rey o a alguna de las medidas de su gobierno puede acabar en acusaciones de blasfemia, insulto a la religión, incitación al caos, hacer peligrar la unidad nacional o atacar la imagen del monarca y el estado. El castigo: arrestos arbitrarios, sin procesos justos, y castigos "bárbaros" como latigazos. Los principales temas intocables son los derechos humanos, la guerra de Yemen, la pugna contra Irán y, más recientemente, la ruptura de relaciones con Qatar.

En esta persecución destaca el caso del bloguero Raif Badawi, distinguido por Europa con el Premio Sajarov, que fue detenido en 2012 por la imputación de haber "insultado al Islam por medios electrónicos", acusación a la que se le sumaron otras más tarde, como la de apostasía. Está condenado a 10 años de prisión, mil latigazos y una multa.

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El exilio es una práctica habitual entre los periodistas saudíes, en un intento de salvar su libertad y su vida. Khashoggi -que era más un crítico que un disidente- eligió marcharse y vivía en EEUU, con visitas ocasionales a Turquía, de donde procede su prometida, la que se quedó esperando a las puertas del consulado saudí en Estambul donde entró el 2 de octubre para no ser visto ya jamás. Kashoggi se fue por la presión ejercida contra él por su censura a las violaciones de derechos y la guerra de Yemen.

"Kasshoggi era un caso diferente, un objetivo especial para el príncipe heredero saudí, que lo consideraba un traidor. Era nieto de uno de los médicos personales de Abdelaziz bin Saud, el fundador de la Arabia Saudí moderna, y había sido consejero del príncipe Turki al Faisal, antiguo jefe de los Servicios de Inteligencia, brazo opresor del régimen vinculado al yihadismo, y por ello conocía muchos secretos. Su asesinato no hay sido una sorpresa, pero sí la forma burda en la que se ha hecho y el lugar elegido para hacerlo, Turquía, un país que con el Riad tiene una relación muy tensa. Ambos tienen cuentas pendientes", sostiene Martín.

Arabia Saudí ocupa hoy el puesto 169 de los 180 que componen la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa elaborada por RSF. Y cayendo.

¿Derechos humanos? ¿Igualdad? ¿Libertad religiosa?

Amnistía Internacional, en su último informe anual, hace una demoledora recopilación de la persecución contra activistas por parte de Riad. Habla de organismos clausurados que siguen inactivos sine die (la Asociación Saudí de Derechos Civiles y Políticos, la Unión por los Derechos Humanos, el Centro Adala de Derechos Humanos, el Observatorio de Derechos Humanos en Arabia Saudí), con sus activistas detenidos, acusados o exiliados. "Dos años después de la aprobación de la ley de asociaciones, no se había creado ninguna nueva organización independiente de derechos humanos en aplicación de sus disposiciones", abunda.

Aunque copen llamativos titulares, las aperturas en lo que a la mujer se refiere (participación básica en las elecciones, permiso para conducir coches) son mínimas y poco prácticas. Las saudíes siguen teniendo que pedir autorización de un tutor varón —padre, esposo, hermano o hijo— para matricularse en un centro de enseñanza superior, buscar empleo, viajar o casarse y, por supuesto, carecen de protección en casos de violencia doméstica o sexual, con leyes donde la visión islamista y machista es la que impera.

Las más destacadas activistas por los derechos de las mujeres están entre rejas. Samar Badawi (hermana del bloguero Raif), Nassima al-Sada, Loujain al-Hathloul, Iman al-Nafjan y Aziza al-Yousef, nombres y rostros conocidos incluso en el exterior, fueron víctimas de una oleada de arrestos perpetrados en mayo. Todas siguen hoy detenidas y sin cargos formales contra ellas.

La minoría musulmana chií continúa también "siendo discriminada debido a su fe, lo que limitaba su derecho a la libertad de expresión religiosa y su acceso a la justicia, y restringía arbitrariamente otros derechos, como los relativos al empleo y los servicios públicos", añade AI. En julio, por ejemplo, fueron ejecutados cuatro hombres chiíes condenados a muerte por delitos relacionados con protestas. Se les acusa en ocasiones de ser espías al servicio de Irán (la enemiga nación de mayoría chií).

Protestar contra todos estos atropellos tampoco es posible, pues están prohibidas todas las concentraciones públicas, incluidas las manifestaciones pacíficas, en virtud de una orden dictada por el Ministerio del Interior en 2011.

No es que te arresten, es que también te matan

Arabia Saudí es hoy el tercer país del mundo que más condenas a muerte impone. Según datos de AI, fueron 146 los casos del último año (un 5% menos que en el anterior), sólo por detrás de China (1.000) e Irán (507). Esta pena máxima se aplica en delitos como los de drogas o por conductas como la "hechicería" y el "adulterio", que siguen vivos en el país de los Saud.

"Muchas personas fueron condenadas a muerte en juicios injustos ante tribunales que las declararon culpables sin investigar adecuadamente las denuncias de que sus "confesiones" habían sido obtenidas mediante coacción. Por lo general, las autoridades no informaban a las familias de los condenados de su ejecución inminente ni inmediatamente después de ella", describe Amnistía.

Las coacciones en los interrogatorios, en los casos de pena de muerte y en los de condenas más leves, pasan incluso por la tortura. Human Rights Watch (HRW) ha emitido numerosos comunicados recientemente en los que constata que ha documentado denuncias de torturas y malos tratos en las cárceles saudíes y el uso de confesiones logradas a través de las vejaciones en los tribunales locales. Se hizo eco, por ejemplo, de que 17 de los custodiados de lujo en un hotel de Riad acabaron en el hospital por los golpes recibidos. Un castigo que llega hasta lo más alto.

Si me criticas, me enfado

La lista de violaciones es larga, pero los aliados de Arabia no parecen verla. No se mete uno con el país con las reservas probadas de petróleo crudo más grandes del mundo (tras Venezuela), ni con el importador de armas que salva la industria defensiva de más de una nación. Tampoco, ni siquiera, para denunciar la expansión del pensamiento islamista más radical.

No hay más que ver la tormenta política que se generó el pasado agosto cuando el Gobierno de Canadácriticó abiertamente la detención de Samar Badawi y las demás activistas por la mujer, en la que ningún país occidental se dignó a apoyar a los de Justin Trudeau por no incomodar a Riad. O el ejemplo más cercano en el tiempo y en la distancia, el del Ejecutivo de Pedro Sánchez envainándose la idea de no vender armas a Arabia Saudí que podrían acabar, con mucha probabilidad, usándose en Yemen.

Con tantos precedentes, una muerte más, como la de Khashoggi, ¿cambia algo? ¿Lo pagará Riad? ¿Se hará justicia? Habla Javier Martín: "La presión pública es mucha, pero poco más se puede esperar que el boicot al foro económico del desierto. El ejemplo más cercano es lo ocurrido en España con el intento de cancelación de un acuerdo de venta de armas. La maquinaria de propaganda saudí enseguida introdujo en el debate contratos como el de Navantia y el Ave a La Meca, entre otras inversiones. Sus lazos económicos, comerciales y financieros con potencias como Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, China o Rusia son mucho más importantes y lucrativos en esos países. Además del primer exportador de crudo del mundo, Arabia Saudí tiene el tercer presupuesto de Defensa del mundo, es el tercer importador mundial de armamento y mantiene multimillonarias inversiones en muchos de esos países, pese a sus violaciones sistemáticas de los derechos humanos".