"Cuanto peor, mejor para todos": el abismo que la guerra comercial de Trump traza con el mundo
El presidente de EEUU ha declarado una contienda planetaria a base de aranceles generalizados, con los que quiere mejorar la economía y crear empleo. Las predicciones de quien sabe son las contrarias. Va a arrastrar a todos con su furia.

"Estos no son tiempos normales". Lo repitió machaconamente en su discurso de 25 horas y cinco minutos el senador por Nueva Jersey, Cory Booker, el pasado martes. El demócrata no sólo quería pronunciar el speech más largo en la historia de la Cámara Alta de Estados Unidos sino, sobre todo, lanzar un mensaje de alerta sobre las políticas del nuevo presidente, Donald Trump. El republicano, apenas un día más tarde, iba a darle la vuelta al comercio mundial anunciando los aranceles más severos conocidos en la historia reciente y devolviendo a su país a un proteccionismo propio hace dos siglos.
El plan del también empresario es mejorar la economía y crear empleo, depender menos del países externos y que el made in USA sea preponderante. Reconoce que en los primeros tiempos de aplicación de su plan puede haber dolor, como en un paciente que se somete a una intervención para luego mejorar. Sin embargo, exceptuando sus palmeros, no hay un analista en el planeta que avale ese cuento de la lechera. Viene dolor y más dolor, tras un tajo sin anestesia que nadie sabe cómo taponar o cicatrizar. ¿Es mejor plantarle cara a EEUU con una respuesta similar? ¿Hay que negociar? ¿Queda roto para siempre el sistema de relaciones multilaterales al que, además, fuerza la globalización?
Tras el peor batacazo de Wall Street desde la pandemia, Trump se hace el ciego. "Está yendo muy bien", replica a la prensa. También empieza a dejar la puerta abierta a negociaciones bilaterales, país a país, rompiendo bloques como la Unión Europea (UE) y priorizando los intereses particulares que tenga en cada nación. Está dispuesto a hablar siempre que haya algo "fenomenal" de por medio. Era esperado: tras el puñetazo sobre el tablero, cierta vuelta atrás si le conviene hacerse el bueno y recalcular. Todo es negociable para un señor que gestiona un país como una de sus empresas. Hay que recordar que a seis de ellas las llevó a la bancarrota.
Cómo quedan las cosas
El 2 de abril, el llamado "Día de la Liberación", Trump anunció un arancel global del 10 % para todas las importaciones, que se incrementa en un 34 % en el caso de China (se queda en un 54% sumando lo ya ordenado el mes pasado), en el 20 % para los productos de la Unión Europea (a la que el mandatario calificó de "patética", por cierto) o del 24 % a Japón, estos últimos, supuestos aliados.
Trump decidió en cambio dar un alivio a México y Canadá, sus principales socios comerciales, al posponer nuevamente la imposición de tarifas para los productos mexicanos y canadienses blindados por el tratado de libre comercio (T-MEC).
"Este es uno de los días más importantes, en mi opinión, en la historia de Estados Unidos. Es nuestra declaración de independencia económica", afirmó el mandatario en un gran evento en la Rosaleda de la Casa Blanca rodeado de trabajadores manufactureros. El arancel base para todos es del 10 %, aunque Estados Unidos agrega un arancel adicional para aquellas naciones o bloques económicos que Washington considera como los "peores infractores" y que Trump dijo que, pese a todo, eran menores al que se aplica a los bienes estadounidenses.
Taiwán, un socio vital en semiconductores, sufrirá un incremento del 32 %; la India, del 26%; Corea del Sur, un potente exportador de automoción o electrónica, del 25 %, e Israel, del 17 %. Hay países latinoamericanos que también estarán sujetos a aranceles más altos como Venezuela, que pagará el 15 % para exportar a Estados Unidos, y Nicaragua, exportador de oro y ropa a EEUU, del 18 %.
El arancel mínimo del 10 % entrará en vigor el sábado 5 de abril, mientras que la parte adicional que afecta a cada nación comenzará a aplicarse el día 9. Para imponer estos aranceles, Trump ha declarado una "emergencia nacional" alegando que la situación comercial actual supone un riesgo para la seguridad de Estados Unidos, detallaron esos funcionarios.
En mismo día 3 entraron en vigor los aranceles del 25 % para todos los automóviles y componentes de vehículos fabricados fuera de Estados Unidos, a excepción de las autopartes hechas en México y Canadá. Trump sostiene que los aranceles provocarán que las empresas trasladen su producción a Estados Unidos, creando puestos de trabajo, pero los incrementos arancelarios no tienen en cuenta a naciones pobres o pequeñas con economías pocos diversificadas o vulnerables a gigantes estadounidenses.
Tienes todos los detalles de las órdenes firmadas por Trump en la siguiente información.
Negros augurios
La Tax Foundation, un grupo de expertos de investigación internacional con sede en Washington que recopila datos y publica estudios de investigación sobre las políticas fiscales estadounidenses, es posiblemente la biblia en cuanto a estudios de su sector. Sirva su análisis como punta de lanza de lo que no se ha dejado de repetir en esta semana: que los planes de Trump no tendrán el efecto que quiere Trump.
"La Casa Blanca no midió realmente los aranceles, la manipulación cambiaria ni las políticas de barreras comerciales empleadas por otros países. En cambio, basó sus estimaciones en algo completamente distinto: los déficits comerciales bilaterales de bienes", denuncia para empezar, dando la medida de lo mal que se ha diseñado la hoja de ruta del presidente, que se basa en datos equivocados, y de la tormenta que eso puede generar. "La fórmula no tiene relación con la política real", insiste.
Aún dejando eso de lado, los expertos de la Tax Foundationel denuncian el "daño" que estos aranceles causarán al crecimiento económico y el impacto distributivo de uno de los mayores aumentos de impuestos en la historia de EEUU. "Actualmente, estimamos que el monto acumulado de los aranceles de Trump ascenderá a 3,1 billones de dólares a lo largo de 10 años, lo que equivale a un aumento de impuestos de aproximadamente 2100 dólares por hogar solo en 2025", auguran. El problema es para los de dentro, también, algo que Trump no asume en público, que rechaza con evasivas.
El método para calcular los llamados "aranceles" de otros países con fines recíprocos es absurdo. Los déficits bilaterales no son aranceles, ni tienen sentido; el comercio de servicios es relevante; y los aranceles no pueden utilizarse para abordar los déficits comerciales generales. El resultado general es un error de política extraordinario que dañará gravemente la economía y no logrará reducir el déficit comercial estadounidense.
"Los aranceles tienden a no lograr su objetivo porque reducen las exportaciones a largo plazo, ya sea por efectos cambiarios o por represalias extranjeras", inciden. "En general, se espera que si se grava algo, se obtiene menos. Gravar un déficit comercial, podría pensarse, reduciría los déficits comerciales. Pero las importaciones y las exportaciones son más simbióticas que eso y sus perspectivas tienden a ir de la mano. Si se grava el comercio, se obtiene menos, tanto las importaciones como las exportaciones. Incluso una versión menos deficiente del plan arancelario de Trump tendría pocas probabilidades de lograr sus objetivos", argumenta.
Los aranceles de importación no los pagan otros países. Los pagan los importadores -en este caso, empresas y consumidores estadounidenses- que compran bienes del extranjero. Estos costos suelen repercutir en la economía, elevando los precios en todos los eslabones de la cadena, indican.
Él no lo quiere ver, pero su Administración ha reconocido que los aranceles corren el riesgo de tener el efecto contrario. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, recientemente descartó unos productos más baratos, que no son "la esencia del sueño americano", tras reconocer que los costos podrían aumentar como resultado de la agresiva estrategia comercial de Trump.
Al republicano Trump le gusta presentar el mundo en blanco y negro. EEUU gana o pierde. Rara vez hay espacio para los matices, tiempo para la complejidad o tolerancia ante hechos inconvenientes. La simplicidad de esta narrativa es su poder. Ahora viene a decir como Mariano Rajoy: "Cuanto peor (para los de fuera), mejor para todos (los de aquí"). Que nadie se sorprenda: lo llevaba en su programa electoral y así venció en noviembre.
¿Aliados o adversarios?
Números aparte, una de las más serias novedades que traen consigo los aranceles es el hecho de que Trump ya no ve más a los aliados históricos de EEUU como tales. Todo el mundo es enemigo hasta que demuestre lo contrario, esto es, hasta que se avenga a negociar con Washington lo que a Washington le interesa. Por eso en estos días se está llamando matón o acosador al presidente de la mayor potencia del mundo, porque está presionando saltándose décadas de trabajo de su propio país, quemando puentes con quien siempre han sido amigos. Ha reconfigurado el orden económico mundial y, de paso, el diplomático.
El ataque en diversos frentes ha dejado a los socios mundiales conmocionados. Los aliados europeos han anunciado planes para tomar represalias a una oleada anterior de aranceles sobre el acero y el aluminio y han dejado claro que podrían responder al creciente conflicto comercial con barreras a los servicios como los que brindan las grandes empresas tecnológicas, aunque también dejan la mano tendida a negociar. Otros países han optado por esperar y ver los efectos reales de las medidas antes de tomar decisiones, mientras otros más dicen que donde las dan, las toman (léase Francia). Australia y Canadá, aliados de la Casa Blanca donde los haya, están absolutamente enfadados. China es quien más fieramente ha reaccionado: ya ha impuesto aranceles a todos los productos de EEUU.
El común denominador es que muchos de los amigos de EEUU se encuentran cada vez más a la defensiva frente a Washington, una postura que podría cambiar las relaciones internacionales y el orden mundial en los próximos años. Muchos se preguntan cuáles podrían ser los objetivos finales: ¿sólo quiere presionar o va a por todas? Trump ha afirmado en ocasiones que quiere obligar a las empresas, incluidos los fabricantes de automóviles y de medicamentos, a producir en su país. También ha dicho que se trata simplemente de rectificar injusticias. Y que los aranceles ayudarán a pagar las reducciones de impuestos.
Para los socios globales de Washington, el propósito importa. Si de lo que se trata es de hacer más justo el sistema comercial, eso sugeriría una apertura a la negociación. Europa podría manipular los aranceles sobre los automóviles, por ejemplo, para intentar presionar al gobierno de Trump para que adopte una postura menos agresiva. Si la finalidad es recaudar dinero para las arcas estadounidenses, ése es un punto de partida más difícil para los socios comerciales. En ese caso, llegar a un acuerdo que reduzca los aranceles previstos significaría reducir cualquier ingreso potencial.

Dada la incertidumbre, esos -hasta ahora- socios han estado tratando de aprender todo lo posible sobre lo que se avecina, al tiempo que despliegan respuestas mesuradas. Europa, por ejemplo, ha adoptado una postura más agresiva que muchos países individuales, al anunciar planes para imponer aranceles de represalia sobre el whisky, las motocicletas, los productos agrícolas y una amplia gama de otros productos en respuesta a los gravámenes sobre el acero y el aluminio. Pero ya ha retrasado esas medidas hasta mediados de abril, y los legisladores aún no han anunciado exactamente cómo reaccionarán ante la más reciente ronda de aranceles.
En cambio, los funcionarios comunitarios han dejado claro que están dispuestos a responder con contundencia, incluso, tal vez, utilizando una herramienta de reciente creación que les permitiría imponer con relativa rapidez penalidades como aranceles o restricciones de acceso al mercado a empresas tecnológicas estadounidenses.
El objetivo sería ganar influencia. Las naciones de la UE intentan hacer valer el peso que tiene el mercado de consumo del bloque de 27 naciones para obligar a Washington a negociar. Aun así, los planes de contraataque se han hecho más difíciles porque otros temas geopolíticos se han interrelacionado estrechamente con el conflicto comercial.
Para la Unión, los objetivos militares y la regulación tecnológica han quedado atrapados en la disputa. Estados Unidos quiere que la Unión Europea asuma una mayor parte de la carga de su propia defensa, al tiempo que reduce las restricciones impuestas a las grandes empresas tecnológicas, incluidas las regulaciones destinadas a garantizar que cumplen las normas de contenido. La cuestión es con cuánta rapidez se producirá una respuesta. Los líderes europeos, por ejemplo, han dejado claro que primero quieren digerir los detalles de la más reciente ronda de aranceles.
Lo inmediato, ahora, es la entrada en vigor de esas tasas. El meteorito Trump ya ha impactado y hay que ver los efectos, las respuestas, la guerra.