50 años de la masacre de Múnich 1972, el ataque que cambió el terrorismo internacional

50 años de la masacre de Múnich 1972, el ataque que cambió el terrorismo internacional

Un comando palestino de Septiembre Negro tomó como rehenes a deportistas de Israel en plenos Juegos. Quería liberar a más de 200 correligionarios. El plan acabó en matanza.

Eran las 4.40 horas de la noche del 5 de septiembre de 1972 cuando comenzaba en silencio un ataque que conmocionaría al mundo, que golpearía al blanco olimpismo, que cambiaría lo conocido sobre el terrorismo mundial.  Ocho hombres vestidos con chándales entraron en la Villa Olímpica de Múnich cargados con rifles Kalashnikov y granadas. Eran miembros del grupo Septiembre Negro, afiliado a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Su misión era mantener como rehenes a los atletas israelíes y exigir la liberación de 236 prisioneros: 234 palestinos apresados en Israel y los dos líderes del grupo terrorista Baader-Meinhof (Facción del Ejército Rojo) de Alemania Occidental.

Su misión fracasó. Aproximadamente 20 horas después de que comenzara su ataque, cinco de los secuestradores acabaron muertos, junto con 11 miembros del equipo olímpico de Israel y un policía de Alemania Occidental que participó en el operativo.

Pero la masacre de Munich tendría repercusiones duraderas a escala internacional, despertando a los gobiernos occidentales sobre la amenaza del terrorismo, mostrando el poder de la transmisión de los acontecimientos en vivo, preparando el escenario para la violencia futura y, también, recuperando las reivindicaciones palestinas, olvidadas por completo.

Los “Juegos felices”

Se suponía que Munich 1972 sería lo opuesto a Berlín 1936, la última cita olímpica en suelo alemán, ya con Adolf Hitler en el poder. Casi tres décadas después del Holocausto, las autoridades de Alemania Occidental se esforzaron por borrar el pasado nazi del país. El emblema olímpico azul claro, “Radiant Munich”, como señalaba el Comité Olímpico Internacional, simbolizaba “luz, frescura, generosidad”. El lema del evento fue “los Juegos alegres”. Todo era esperanza, cambio.

Lo último que querían las autoridades germanas era dar la imagen de un estado policial, como queda perfectamente explicado en obras como Munich 1972: Tragedy, Terror, and Triumph at the Olympic Games o One day in September. Simpatía y camaradería, sí. Controles y uniformes, no. Los atletas, la prensa y los trabajadores de la villa comenzaron a moverse por el recinto sin acreditaciones, sin cacheos ni preguntas. El clima de convivencia era ideal pero los riesgos estaba ahí.

Las autoridades locales lo sabían: estaban al tanto de las amenazas a la seguridad provenientes de diferentes direcciones, desde la citada Facción del Ejército Rojo, izquierdista, que había llevado a cabo bombardeos en Alemania Occidental ese año, al Partido Nacional Democrático de Alemania, de extrema derecha, neonazis al juicio de algunos. Un ataque palestino no estaba entre los riesgos más elevados, aunque Shmuel Lalkin, el jefe de la delegación israelí en los Juegos, mostró en público su “preocupación” por ese flanco.

Se llegaron a establecer 26 posibles escenarios de ataques en la zona y uno de ellos, el número 21, se refería a una posible agresión a la delegación olímpica israelí, con un asalto, rehenes y petición de huída por vía aérea. Casi calcado a lo que pasó al fina. Sin embargo, no se hizo nada al respecto. Se puso a los deportistas de Israel en una zona de la villa algo más alejada pero, a la vez, eso llevó a que tuvieran muy cerca la valla de cierre del perímetro.

Se da la circunstancia de que no pocos miembros de las delegaciones olímpicas saltaban con frecuencia por encima de estas vallas, sobre todo cuando venían de la ciudad a horas intempestivas, tratando de eludir controles. Y esa técnica es la que usaron los fedayines palestinos. Con ropa deportiva y bolsas de lona, se encaramaron a la verja y cruzaron. Hasta un grupo de norteamericanos que venía de farra los ayudaron, pensando que estaban en idéntica situación.

Fue así como, en la segunda semana de los Juegos Olímpicos, con la guardia baja porque todo iba bien, los hombres armados comenzaron a moverse por la villa, que ya habían inspeccionado, y se colaron fácilmente en el edificio que albergaba a los israelíes. Sabían a qué apartamento ir.

El final se sabe: Septiembre Negro fue el causante de la muerte de nueve rehenes (David Berger, Ze’ev Friedman, Joseph Gutfreund, Eliezer Halfin, André Spitzer, Amitzur Shapira, Kehat Shorr, Mark Slavin y Yakov Springer), después de matar antes al entrenador de lucha libre Moshe Weinberg y al levantador de pesas Yossef Romano, quienes habían luchado contra los atacantes en las primeras horas de este drama. El grupo, compuesto por refugiados palestinos de Siria, Líbano y Jordania, exigió la liberación de 236 prisioneros, la mayoría de ellos palestinos bajo custodia israelí, y amenazó con matar a los rehenes si su exigencia no se atendía. Tras horas de tira y afloja, de estrategias, intentos de engaño cruzado y amenazas, una operación policial para liberar a los secuestrados acabó en desastre. Ni liberados unos ni vivos otros. Un desastre.

  La icónica imagen de uno de los terroristas, asomado a un balcón de la villa olímpica, el 5 de septiembre de 1972.The Sydney Morning Herald via Getty Images

Entre el esperpento y la angustia

Los terroristas armaron un poco de ruido y despertaron a Weinberg, de 33 años. Con toda su fuerza, trató de impedir que abrieran la puerta y en el revuelo nueve de sus compañeros de equipo lograron escapar. Romano, de 32 años, forcejeó con uno de los agresores y acabó recibiendo un tiro. El primer muerto. Al entrenador se lo llevaron herido en la cara para que les contase dónde estaban los demás pisos de sus compatriotas. A propósito, se pasó de largo el piso 2 y los llevó al 3, donde estaban los atletas más fuertes, pero los descubrieron durmiendo y fue sencillo tomarlos como rehenes.

A las seis de la mañana ya estaban lanzando papeles por las ventanas con sus exigencias, imposibles de lograr en las tres horas de plazo que daban. Los tiempos se fueron prolongando, las autoridades alemanas insistían en que no podían hablar con Israel en tan poco tiempo. Agentes locales se vieron con uno de ellos, disfrazado y con la cara pintada, se dieron pares y nones. El ministro germano de Interior, Hans Dietrich Genscher, llegó a ofrecerse como rehén en lugar de los israelíes, sabedor del papel que Berlín tenía ante la opinión pública mundial a la hora de proteger a los israelíes. Los terroristas no querían otros rehenes, no querían dinero, sino sus exigencias.

Las horas pasaban y no había más muertos. De ese tiempo muerto son las imágenes extraordinarias para entonces de la conexión en directo de las televisiones de todo el mundo y de los más de 80.000 ciudadanos que se fueron a la villa a ver qué pasaba. Y lo que pasaba es que los secuestradores salían a los balcones con pasamontañas, a fumar, a veces saludaban, que pedían comida para todos y se aburrían. Se hicieron ofertas sobre liberaciones en un plazo de dos o tres meses, pero había que hablar con el jefe de Septiembre Negro. Acababa de ser detenido en Túnez, así que nadie estaba para atender llamadas. Los cabecillas, Issa y Tony, iban tomando decisiones según veían.

Alemania decidió que había que actuar y desencallar la situación. El problema es que desplegó fuerzas por la villa, agentes disfrazados de deportistas, a la vista de todas las televisiones del mundo y los terroristas, que tenían sus aparatos encendidos, lo vieron todo. Luego se frustraron dos planes más porque los secuestradores fueron previsiones y exigieron reconocer el terreno, por ejemplo, en desplazamientos por la zona. En estos 50 años las críticas al dispositivo policial han sido incontables. El ejército no podía actuar, limitado por las leyes impuestas tras la Segunda Guerra Mundial, así que fueron los policías de Múnich y del estado de Baviera los encargados de la operación. Muchos de los que llamaron “francotiradores” en realidad disparaban por ocio algunos fines de semana.

Tras apenas unas horas de shock, mientras, los Juegos se habían reanudado con normalidad. Habían pasado al menos siete horas en la situación de los rehenes cuando se detuvieron los eventos, o sea, tampoco en esto estuvieron rápidos los organizadores. Las cámaras ya no estaban en la competición, sino en el primer atentado terrorista que llegaba a una audiencia global durante una transmisión en vivo. Las imágenes de los deportistas a lo suyo, mostradas en los monitores de la sala de prensa junto a las de los asaltantes, dejan una de las más incongruentes y desquiciantes imágenes de esta crisis.

  Helicóptero destrozado en la base de Fürstenfeldbruck, en el que habían sido trasladados los secuestradores y sus rehenes. picture alliance via Getty Images

El desenlace

Las autoridades de Alemania Occidental trabajaban para ganar tiempo, pero su respuesta seguía siendo descoordinada y cada vez había menos ideas y menos tiempo. Por supuesto, la respuesta que daba Israel, con Golda Meir como primera ministra de entonces, era que a los terroristas, ni agua, que no iban a negociar con esta privación de libertad sobre sus nacionales. Sólo se podía negociar su salida.

Se ideó un plan y se le trasladó a Septiembre Negro: se le dijo que sus miembros podrían tomar un avión con sus rehenes rumbo a El Cairo, un país que podría hacer de interlocutor entre los israelíes y los palestinos. Lo que no decían es que en el avión estaría la policía de Alemania Occidental disfrazada de miembros de la tripulación del avión, listos para dominar a los terroristas. Eso que ahora parece una trampa muy evidente, porque hemos visto demasiadas películas o hemos leído La chica del tambor, no lo era tanto entonces.

Los pistoleros y sus rehenes fueron al fin trasladados en helicóptero a la base aérea de Fürstenfeldbruck, en las afueras de Múnich, donde los esperaba el avión supuestamente. Era una base militar, pero les dijeron que era discreta, segura. Los iban a acorralar, pero inmediatamente se hicieron evidentes problemas serios: los policías que se suponía que iban a estar en el avión se echaron atrás diciendo que era demasiado peligroso. El plan b era utilizar francotiradores para matar a los secuestradores cuando salieran de los helicópteros e intentaran abordar el avión, pero la policía no tenía francotiradores expertos ni equipo adecuado tampoco en este emplazamiento, aunque ya hacía horas que habían tenido el mismo fallo en la villa olímpica.

Tampoco se sabía exactamente cuántos miembros de Septiembre Negro había finalmente. Se pensaba que no más de cuatro, por sus movimientos en la villa. Al final, terminaron disparando a cinco de ellos, de un total de ocho, pero no antes de que los comandos mataran a los nueve rehenes israelíes restantes. A unos les dispararon antes de intentar escapar, atados como estaban a los asientos de los helicópteros. A otros, además de disparos, les tiraron granadas y quedaron calcinados, irreconocibles. Un policía alemán también murió en el intercambio de disparos, por una bala perdida. Tres de los miembros de Septiembre Negro escaparon, pero pronto fueron capturados.

Los informes iniciales que salieron de la base aérea dijeron que el rescate fue un éxito. Lo pregonó el portavoz del Gobierno de Berlín y también la agencia Reuters. En Jerusalén Meir brindaba por el éxito, hasta que hace hoy cinco décadas, en la madrugada del 6 de septiembre, las autoridades confirmaron que todos los israelíes habían sido asesinados.

  Las fotografías de las víctimas del ataque, en el homenaje celebrado el lunes en la base de Fuerstenfeldbruck, Alemania.THOMAS KIENZLE via Getty Images

Un nuevo terrorismo, una causa sin respuesta

Toda esta tragedia, todo este desastre. fue visto en directo por 900 millones de personas en todo el mundo. Algo inédito, un atentado narrado en vivo de principio a fin. Dio tiempo a que se explicaran las carencias de seguridad, las diferencias de criterio de los alemanes con Tel Aviv, lo que pedían los secuestradores...

En 1968 operaban alrededor de 11 grupos terroristas internacionales. Unos años después de la masacre de Munich, ese número era más de 50. Son datos del Center for Strategic and International Studies de Washington. Una gran razón para esa explosión fue precisamente la atención mundial que recibió el ataque de Múnich. Surgió la idea de atraer la atención, de presionar a los Gobiernos, de conseguir que la opinión pública se enfocase en una causa. La mayoría eran pequeños actores no estatales, con armamento y capacidad limitada para la violencia, que dieron dolores de cabeza a las administraciones obligadas a lidiar con ellos. En Europa, especialmente.

En el caso de Múnich, el origen estaba en el prolongado conflicto palestino-israelí y en un choque interno Jordania y la OLP, comandados entonces por el rey Hussein y Yasser Arafat, respectivamente. El atentado, terrible, puso el foco en el problema palestino, en la ocupación y la diáspora, como nunca antes. Más de un millón de palestinos se habían convertido en refugiados desde la creación de Israel en 1948 y las guerras que siguieron, como la de 1967. Hoy son más de cinco millones, según datos de Naciones Unidas. El mundo había ignorado en gran parte su dolor, en mitad de la Guerra Fría y con la shoa y la culpa de Occidente respecto de Israel muy viva.

La atención, cierto, fue negativa, se generó un rechazo importante a las acciones terroristas que vinieron, como los secuestros de aviones civiles, pero por otro lado aceleró el proceso para hablar con la OLP, que presionaba doble, desde la diplomacia y la violencia. Palestina estaba de vuelta en la agenda internacional y se comenzaron a mover los mecanismos para una democratización de su lucha y, al fin, el abandono de la violencia.

Los de Arafat se anotaron en breve victorias diplomáticas: 20 países de la Liga Árabe reconocieron a la organización como el ”único representante legítimo del pueblo palestino” en octubre de 1974 y un mes después, las Naciones Unidas otorgaron a la OLP el estatus de observador. Parecía impensable en los días de aquellos juegos alemanes. El rais palestino pronunció entonces una de sus frases emblemáticas: “He venido con una rama de olivo en una mano y el arma de luchador por la libertad en la otra. No dejéis que se me caiga la rama de olivo. Repito, no dejéis que se me caiga la rama de olivo”.

  Yasser Arafat, en noviembre de 1974, compareciendo ante la Asamblea Nacional de la ONU. Bettmann via Getty Images

La respuesta israelí

Ya se habían producido ataques previos de grupos palestinos, incluyendo secuestros de aviones, pero en Tel Aviv dolió como nada el ataque de Múnich. En los días posteriores a la masacre de Múnich, Israel lanzó ataques aéreos y redadas en las bases de la OLP en Siria y Líbano, destruyendo puentes, carreteras, casas de civiles. El cálculo es que más de 200 inocentes perdieron la vida.

Las relaciones entre Alemania Occidental e Israel habían mejorado desde mediados de la década de 1960, pero volvieron a un punto bajo después del ataque. Las tensiones aumentaron aún más menos de dos meses después, cuando simpatizantes de Septiembre Negro secuestraron un vuelo de Lufthansa el 29 de octubre de 1972, exigiendo que los tres miembros de su grupo detenidos en Alemania Occidental fueran liberados. Los alemanes occidentales accedieron rápidamente. Los tres perpetradores sobrevivientes de la masacre de Múnich llegaron a Libia para recibir una bienvenida de héroes, refugiados bajo el manto de Muamar el Gadafi. Fue escandaloso para los israelíes.

La primera ministra israelí, Meir, estaba enfurecida, así que autorizó a los escuadrones de la muerte israelíes la eliminación de los involucrados en la planificación del ataque de Múnich. La Operación Ira de Dios duró unos 20 años. Las cuentas varían sobre cuántas personas directamente relacionadas con el ataque fueron asesinadas por Israel. Hubo errores, algunos sonrojantes, como la muerte de Ahmed Bouchiki, un camarero marroquí, asesinado por el Mossad el 21 de julio de 1973 en Lillehammer, Noruega. Lo confundieron con un funcionario de la OLP. Las tensiones por operaciones de este tipo en países árabes generaron importantes suspicacias en Oriente Medio.

Aquel despliegue, prolongado durante años, impulsó notablemente el desarrollo de las fuerzas antiterroristas. Los actuales agentes estudian lo ocurrido en presente, porque las lecciones siguen vigentes. No sólo en Israel: los gobiernos occidentales pensaban en el terrorismo internacional como una amenaza, mucho antes de los ataques del 11 de septiembre. Todos los países podían ser el siguiente objetivo. Cambiaron los ejecutores, como Al Qaeda, pero no la certidumbre de la amenaza.

Ronit Berger Hobson, profesora de Políticas y Relaciones Internacionales en la Queen’s University de Belfast, y el profesor Ami Pedahzur de la Universidad de Austin, Texas, han publicado un reciente artículo en el que explican que numerosos Ejecutivos crearon nuevas fuerzas especiales para responder a situaciones de rehenes y terrorismo, cuando nunca antes las habían tenido. Alemania Occidental organizó rápidamente la unidad de policía GSG 9 y Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos le siguieron con fuerzas similares, como parte de la policía o el Ejército, según el país.

Israel ya tenía su unidad Sayeret Matkal, que tenía por objetivo la recopilación de inteligencia. Durante la crisis de los rehenes, Israel se ofreció a enviar esta fuerza, pero Alemania Occidental rechazó la ayuda. Tras Múnich, hubo una proliferación de unidades de fuerzas especiales dentro de los servicios de seguridad de Israel ,con un enfoque renovado en el contraterrorismo.

Esas fuerzas especiales lograron éxitos en los años siguientes. En 1976, rescataron a los rehenes en Entebbe, Uganda -una operación en la que murió el héroe israelí Yonathan Netanyahu, hermano del exprimer ministro-. El GSG 9 logró liberar a los rehenes de un avión secuestrado en Somalia en 1977 y el Groupe d’Intervention de la Gendarmerie Nationale de Francia liberó a los rehenes a bordo de un vuelo de Air France más tarde, en 1994. Algunas misiones también fracasaron, incluso cuando los terroristas mataron o hirieron a la mayoría de los rehenes en Ma’alot, Israel, en 1974, o en el intento de EEUU de rescatar a los rehenes en su Embajada en Teherán, Irán, en 1980 -llevada al cine en Argo-.

  La entonces primera ministra de Israel, Golda Meir. Evening Standard via Getty Images

La reparación

Han tenido que pasar 50 años para que algo de reparación llegue a las víctimas. El presidente alemán, Frank Walter Steinmeier, y el presidente de Israel, Isaac Herzog, estuvieron este lunes al frente de la conmemoración de los 50 años del atentado perpetrado, en un acto al cual también asistieron familiares de las víctimas. Steinmeier reconoció que Alemania había fallado en su obligación de proteger en 1972 a los deportistas israelíes y pidió perdón por ello, informa la Agencia EFE.

Empezó su discurso leyendo los nombres de los 11 miembros del equipo olímpico israelí y el del policía alemán que fueron asesinados por terroristas palestinos entre el 5 y el 6 de septiembre de 1972. “Once deportistas judíos estaban muertos, asesinados en Alemania, justamente en Alemania. Los deportistas israelíes eran nuestros huéspedes. Su seguridad nos había sido encomendada. Una gran muestra de confianza tras el Holocausto. No cumplimos. No estaban seguros, no estaban protegidos”, declaró.

Aunque los asesinos no fueran alemanes sino palestinos y apoyados por Libia -y Steinmeier criticó que los representantes de la Autoridad Palestina y de Libia no expresen dolor por lo ocurrido en 1972- a Alemania, según Steinmeier, le cabe una responsabilidad. “Nosotros también somos responsables. 50 años después hay muchas preguntas abiertas. Los juegos siguieron y la política lo hizo todo para seguir con el día a día. Eso también es un fracaso”, dijo.

″¿Por que los terroristas supervivientes fueron deportados tan pronto y nunca fueron llevados a los tribunales? ¿Había vínculos con neonazis? ¿Hubo advertencias de Israel no tomadas en cuenta?”, agregó el presidente como ejemplo de las cosas por aclarar y dijo que se creara una comisión de historiadores germano-israelí para afrontar el tema. Según Steinmeier, un nuevo fracaso empezó el día después del atentado y dijo que durante mucho tiempo no se había considerado suficientemente el dolor de los deudos.

“Estamos juntos con ustedes. Pero no podemos olvidar que es su dolor, un dolor que durante mucho tiempo no reconocimos suficientemente. Eso me avergüenza. Les pido a ustedes perdón como jefe de Estado de la República Federal de Alemania”, dijo. “Se necesitaron 45 años para que hubiera un denkmal (memorial) y cinco años más para una indemnización adecuada”, agregó.

Herzog empezó su intervención agradeciendo el discurso de Steinmeier al que calificó de “histórico” y recordó cómo de niño había oído con su padre la noticia de que todos los rehenes de los palestinos habían sido asesinados. “Fueron asesinados por una organización terrorista palestina solo porque eran judíos, solo porque eran israelíes. Fue el momento en que se apagó la antorcha olímpica, en que se profanó la sagrada solidaridad del deporte y se manchó la bandera olímpica con sangre”, dijo.

La última oradora, en nombre de las familias de las víctimas, fue Ankie Spitzer, la viuda de Andrei Spitzer, el entrenador de esgrima asesinado en la operación. Spitzer pronunció un discurso que era una carta a su marido muerto. “Te asesinaron y con ello una parte de mi, pero no pudieron matar mi amor por ti. Nuestra bebé ya no es una bebé. Es una mujer sensible de la que estarías orgulloso. Estarías orgulloso de tus ocho nietos a quienes hemos educado sin odio, como tu hubieras querido”, dijo. “Este capítulo nunca se cierra. La herida en mi corazón no se curará nunca”, concluyó.