Así es como los trastornos nos ayudan a conocer nuestros tipos de memoria

Así es como los trastornos nos ayudan a conocer nuestros tipos de memoria

La memoria es más compleja que el modo en el que la experimentamos en nuestras propias carnes.

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La memoria es uno de esos conceptos que a pesar de resultar fundamentales en el ámbito de la psicología como ciencia, nacieron fuera de ella, cuando los psicólogos aún no existían.

Es normal que sea así; prácticamente todas las culturas distinguen entre las ideas de pasado, presente y futuro, y por ello es necesario poder referirse a los procesos mentales que no tienen que ver con lo que se limita al aquí y ahora. Por ello, la memoria es concebida como aquello que le da continuidad a nuestra existencia: en parte, experimentamos nuestra identidad como individuos a través de lo que recordamos sobre lo ocurrido en nuestras vidas hasta ese momento.

Sin embargo, como casi todo lo psicológico, la memoria es más compleja que el modo en el que la experimentamos en nuestras propias carnes. De hecho, aunque normalmente sintamos nuestra memoria como un todo, lo cierto es que existen varios tipos de memoria, cada una de las cuales funciona con lógicas propias y hasta cierto punto independientes de las demás. Aquello a lo que llamamos “recuerdos” no es un montón de información mezclada en un mismo archivo, dado que el cerebro humano distingue entre contenidos y les da un tratamiento diferente. 

Así pues, por mucho que resulte romántica la idea de que existe una sola memoria y que esta es el núcleo de nuestra identidad, esta es tan solo una verdad a medias. Los procesos psicológicos vinculados al almacenamiento y recuperación de recuerdos comparten muchas características y hasta regiones cerebrales que los llevan a cabo a la vez, pero no se puede negar la existencia de diferentes maneras de memorizar y de recordar; algo que salta a la vista en quienes por desgracia sufren una enfermedad neurológica que afecta más a un tipo de memoria que a otra; en casos así, parece que su manera de acceder a los recuerdos está descompensada.

Ahora bien, descubrir dónde empieza y dónde acaba uno y otro sistema de memoria, y hasta qué punto se solapan entre sí, constituye uno de los campos de investigación más interesantes de las últimas décadas, y su utilidad se extiende mucho más allá del ámbito clínico y del apoyo a personas con patologías.

No resulta sencillo clasificar los tipos de memoria que nos permiten conservar información y aprender a partir de la experiencia. Esto es así porque en la mayoría de las ocasiones, tanto lo que experimentamos de manera subjetiva como lo que se plasma en nuestras acciones habituales del día a día es el fruto de dos o más de estos sistemas de memoria trabajando de manera coordinada y a la vez, y del mismo modo en el que cuesta diferenciar entre aguas provenientes de distintas montañas estando nosotros en la desembocadura, es necesario tirar de creatividad para investigar e ir más allá de la mera observación.

Hay dos maneras principales de conseguir esto, que pueden ser utilizadas de manera combinada. Por un lado, las investigaciones en psicología, que se basan en analizar comportamientos de creación y evocación de recuerdos. 

Por el otro, investigaciones en neuropsicología y neurociencias, que ponen el foco en el vínculo que hay entre la memoria y los fenómenos físicos que tienen lugar en el cerebro. En esta última categoría cabe destacar los “experimentos naturales” que se dan cuando por desgracia algunas personas desarrollan enfermedades que dañan partes de su encéfalo, manteniendo otras intactas o al menos en mejor estado. Es por eso que el estudio de las enfermedades neurológicas ayuda a comprender el funcionamiento de los diferentes tipos de memoria, dado que hace más sencillo distinguir el alcance de cada una de ellas, aunque sea a partir de su ausencia. 

Teniendo en cuenta esto, aquí veremos una clasificación de los tipos de memoria y de las patologías que afectan más a cada una de ellas.

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Memoria sensorial

La memoria sensorial es aquella que genera recuerdos de centésimas de segundo o muy pocos segundos, y que consisten únicamente de impresiones sensoriales, o lo que es lo mismo, información “cruda” que ha llegado a nuestra mente desde nuestros sentidos. Por ejemplo, es la que hace que si vamos en un coche que se mueve a gran velocidad y miramos por la ventanilla, de vez en cuando veamos cosas que no tienen sentido: se trata de elementos visuales que no hemos tenido ocasión de estructurar racionalmente, y cuyo alcance no forma parte del mundo de la cognición (esto es, de las ideas y los pensamientos) sino de lo sensorial. Por ello, no depende de aquello en lo que hayamos decidido centrar nuestra atención.

Además, la duración de los recuerdos procesados por este tipo de memoria dependen del sentido a través del cual nos han llegado. En el caso de la vista, por ejemplo, estos duran aproximadamente un cuarto de segundo, mientras que en el caso de la información auditiva, puede durar unos dos o tres segundos; gracias a ella, por ejemplo, podemos re-engancharnos a una conversación a la que no estábamos atendiendo, dado que nos acordamos de la última palabra que alguien ha pronunciado.

Como la memoria sensorial está ligada a vías de información sensorial que corren en paralelo, es muy complicado que una enfermedad afecte únicamente a este tipo de memoria en todas sus formas; lo más habitual es que una lesión cerebral produzca problemas en las funciones relacionadas con la información visual, la táctil, la olfativa o alguna de las otras, pero no en todas a la vez. Esta clase de lesiones afectan a partes relativamente pequeñas de la corteza cerebral, en los primeros grupos de neuronas que reciben la información llegada desde los nervios.

Memoria de trabajo

La memoria de trabajo comparte con la memoria sensorial su corta duración, aunque en este caso la información permanece durante entre 15 y 20 segundos (si no es reforzada mediante repeticiones y ensayos). Además, los contenidos con los que trabaja no son únicamente información llegada de los sentidos, sino contenidos estructurados en forma de ideas o de imágenes mentales que no se corresponden exactamente con lo que hemos visto, sino con el modo en el que elegimos representarlo en nuestra mente.

Por ejemplo, la memoria de trabajo es la que nos permite preparar la cartera antes de asistir a una clase, dado que gracias a ella recordamos qué es lo que está dentro y lo que aún está fuera.

Existen varias enfermedades y alteraciones psicológicas que se ceban con la memoria de trabajo. Por ejemplo, el desgaste que experimenta el sistema nervioso con el paso del tiempo hace que las personas de la tercera edad sean significativamente menos hábiles en el manejo de la memoria de trabajo, aunque esto pueda ser compensado en parte de otras maneras.

Del mismo modo, la falta de sueño tiene un impacto a tener en cuenta en este tipo de memoria. Alguien que haya dormido menos de seis horas durante un par de días seguidos presentará problemas en este aspecto, aunque por suerte estos efectos quedarán revertidos si vuelve a adoptar un buen horario de sueño.

Memoria a largo plazo

La memoria a largo plazo, como su nombre indica, es la encargada de almacenar y gestionar recuerdos que ya han quedado consolidados en nuestro cerebro. Por ello, por lo general duran mucho (años o décadas) y buena parte de ellos solo pueden llegar a desaparecer a causa de una enfermedad neurológica o psiquiátrica severa. Por ello, está muy fusionada con nuestro sentimiento de identidad y con aquello a lo que en psicología llamamos autoconcepto: la idea del “Yo” que tenemos.

A su vez, la memoria a largo plazo se divide en varias según los contenidos que trata. Una de sus secciones es la memoria declarativa, compuesta por contenidos que pueden ser expresados verbalmente. Es decir, que en ella, los recuerdos son palabras ligadas a conceptos, frases, etc. Como esta clase de procesos psicológicos están fuertemente ligados a nuestro sentido de identidad y a nuestra manera de pensar y de generar opiniones sobre lo que nos rodea, solemos estar usando este tipo de memoria constantemente, por lo que es difícil que perdamos nuestra capacidad de acceder a ella. Esto ocurre sobre todo con enfermedades neurodegenerativas en sus etapas más avanzadas, como por ejemplo el Alzheimer.

Otra sección de la memoria a largo plazo es la procedimental, compuesta por patrones de movimiento que hemos memorizado. El ejemplo clásico de memoria procedimental es el hecho de saber ir en bicicleta: una vez hemos adquirido esta habilidad, cuesta bastante “olvidarse” de ella. Lo mismo pasa con bailar, tocar un instrumento musical, etc. Aunque no solemos considerar estos recuerdos, no cabe duda de que son formas de memoria, si bien sus contenidos van más allá de las palabras.

Las enfermedades que afectan a la memoria procedimental son las que surgen cuando se dañan las partes del cerebro desde las que se planean las cadenas de movimientos aprendidas y semi-automatizadas, que están repartidas en grupos de neuronas de los lóbulos frontal, parietal y temporal, en la corteza cerebral, así como en los ganglios basales, entre otras estructuras. Este tipo de disfunciones ocurre por ejemplo con el Parkinson o el Alzheimer, así como en el Síndrome de Tourette, por ejemplo.

Por otro lado tenemos la memoria emocional. Tampoco es verbal, pero a diferencia de la anterior, no se basa en la predisposición a saber realizar acciones físicas, sino en la predisposición a sentir emociones. Se trata de un tipo de memoria esencial, dado que nos aporta fuentes de motivación para intentar alcanzar determinadas experiencias y evitar otras.

Las alteraciones que afectan a la memoria emocional suelen alterar el funcionamiento del sistema límbico, que es la parte del encéfalo más implicada en la aparición de emociones. Un ejemplo llamativo de esto lo encontramos en el síndrome de Capgras, que da lugar a creer que personas que conocemos o que incluso son amigos y familiares nuestros son en realidad impostores: se reconoce físicamente a esos individuos y su parecido con alguien que conocemos, pero el sentimiento de familiaridad se ha esfumado, lo cual lleva a pensar que se trata de alguien haciéndose pasar por quien no es.

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Tal y como hemos visto, si bien en situaciones normales tendemos a experimentar la memoria como un conjunto, la presencia de fallos en el modo de trabajar del cerebro revela que bajo esa aparente homogeneidad hay procesos psicológicos significativamente distintos.

Eso sí, no hay que olvidar que este es un ámbito de investigación al que aún le falta mucho por llegar a ofrecernos una visión exhaustiva acerca de cómo nacen y mueren los recuerdos, y los estudios basados en lesiones cerebrales no ofrecen la verdad absoluta.

Una de las limitaciones de esta manera de investigar es la siguiente; se sabe que el cerebro tiende a no resignarse a la existencia de grupos de células nerviosas totalmente inutilizadas, y trata de compensarlos o de aprovechar su potencial mediante su extraordinaria capacidad de adaptación a las necesidades, lo cual se conoce como plasticidad cerebral.

Por ejemplo, se ha visto que en muchos cerebros de personas sordas, la parte del neocortex que en la mayoría de seres humanos se encarga de procesar sonidos, la corteza auditiva, se especializa en la realización de procesos vinculados a la memoria de trabajo.

Otro problema es que el hecho en sí de haber desarrollado un trastorno suele tener una influencia importante en la manera de comportarse de las personas, dado que tanto la imagen que tienen de sí mismas como su manera de vivir se diferencian de la de la mayoría de la población.

A pesar de esta clase de inconvenientes, cada vez vamos aprendiendo más sobre el fascinante mundo de los sistemas de memoria, y cuanto más progresemos en este sentido, mejores seremos a la hora de exprimir nuestro potencial para aprender y generar conocimiento útil y duradero.

Referencias bibliográficas:

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