Así es Jordan Bardella, el sucesor de Le Pen al frente de la ultraderecha de Francia

Así es Jordan Bardella, el sucesor de Le Pen al frente de la ultraderecha de Francia

De 27 años, hijo de inmigrante, dejó de estudiar por ascender en la AN. Promete continuidad y deja ver una radicalidad que choca con el reciente relato atemperado.

Jordan Bardella (Drancy, Isla de Francia, 13 de septiembre de 1995) es el nuevo hombre fuerte de la ultraderecha de Francia. A sus 27 años, acaba de hacerse con el liderazgo de Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen, logrando un apoyo aplastante del 85% entre su militancia. Recto, seguro, de firmes principios, dicen sus defensores. Radical, inexperto, populista, replican sus detractores.

Llevará las riendas del partido que ha sido referente para la derecha radical en Europa, aunque Le Pen seguirá siendo su faro y su candidata a las presidenciales. “Soy un candidato de continuidad”, reconoce Bardella, pero sus declaraciones y actos también dejan ver una radicalidad que choca con el reciente relato atemperado, estratégico para agrandar el granero de votos.

Bardella ha tenido una carrera meteórica en la Agrupación Nacional, el antiguo Frente Nacional creado por Jean-Marie Le Pen en los años 70 del pasado siglo. Su disciplina, su dedicación y su admiración “sin medida” por Marine, la sucesora de su padre, le han hecho escalar y convertirse ya en un aspirante al Elíseo. Él pone el freno. Su horizonte, dice, no pasa aún del partido, aunque lo quiere convertir en una opción de Gobierno que vaya de lo posible a lo real.

“Quiero dirigirme a los decepcionados por los viejos partidos, a los huérfanos de la derecha, a los enamorados de Francia, a los que rechazan verla desaparecer. ¡Uníos a nosotros! Venid con nosotros en el camino que conduce a la conquista del poder y tomad vuestro puesto. ¡Vamos a suceder a (el presidente francés) Emmanuel Macron!”, animó en su primer discurso como presidente de la formación.

Nacionalista de los suburbios

El nuevo presidente de la AN enarbola la bandera de sus orígenes de chico de barrio, de periferia, para jugar a la casta pero al revés. Se supone que él no viene de la “ciudad” que tanto denosta, sino de la calle “real”, y sobre eso construye un nacionalismo que, más que conservador, es de rechazo. Bardella recuerda la octava planta del bloque-hormiguero en Drancy, en las afueras de París, donde vivía de pequeño con su madre, italiana de familia emigrada desde Turín en los años 60; su padre era francés, de madre argelina. Su piso era de alquiler social.
En diversas entrevistas ha confesado que su entrada en política tuvo que ver con el acoso personal al que era sometido y con los disturbios de 2005, en los que los banlieues de París ardieron tras la muerte de dos jóvenes musulmanes de origen africano mientras escapaban de la policía. Quería evitar “que Francia se pareciera a lo que había vivido” y así, con apenas 16 años, se afilió al partido de los Le Pen. Empezó a estudiar Geografía en La Sorbona, pero dejó la carrera a medias porque era la política la que se embalaba. 
Sus “orígenes modestos” y su “fibra social” los empleó en subir escalones, los cargos se le iban acumulando. De ser un miembro más de las Juventudes a ser edil en Seine-Saint Denis, el representante público más joven de la ultraderecha gala. En paralelo se hizo asesor parlamentario de su partido. Pasó por el Consejo Regional de Ile-de-France, aunque sin hacerse con el poder, aplastado aún por la derecha clásica de Valerie Pecresse -hoy en ruinas- y encajó la derrota hace cinco años en sus primeras legislativas, donde no pasó del 15% de los votos.  
  Jordan Bardella, el pasado enero, interviniendo en el Europarlamento, al que accedió en 2019. BERTRAND GUAY via Getty Images

La prensa le puso el foco encima y su nombre se popularizó cuando en 2016 presentó la iniciativa Banlieues Patriotes, para llegar “a los franceses olvidados por la República de las grandes capitales”. Y Le Pen lo quiso en su equipo: en tres años pasó por liderar las Juventudes, por la vicepresidencia a tres bandas y por la cabeza de lista en las elecciones europeas de 2019. Bardella, un recién llegado, logró que su partido fuera el más votado en esa cita con las urnas, por encima de los liberales de Macron, y él se convirtió en el segundo eurodiputado más joven de la historia. Sacó 23 escaños, el 23,4% de los votos. Liberation lo llamaba “títere de Le Pen” pero justo por eso y su estampa de soldado fiel arrasó.

Desde septiembre del pasado año, ya presidía de forma interina la Agrupación Nacional, para que Marine Le Pen se centrase en las elecciones presidenciales de la pasada primavera, en las que disputó la segunda vuelta a Macron y arrancó un histórico 45% de los sufragios. Lo que parecía temporal, ahora se confirma como definitivo, tras un proceso de relevo en el que ha habido numerosas denuncias internas sobre favoritismos y dedazos. El partido es el cortijo de los Le Pen y Louis Aliot, alcalde de Perpignan y su rival, apenas ha logrado un 15% de apoyos. Aquel chaval que defendía: “Soy más de Marine que del Frente Nacional” ha visto ahora recompensado su fervor. “Ultraleal”, lo llama por algo la agencia AFP. Tanto, que hasta forma parte ya de La Familia, pues tiene por novia a la sobrina de Marine, la discreta Nolwenn Olivier. Es la culminación de un viaje impecable, tan metódico como meteórico.

Lo que le pasa por la cabeza

Insiste Bardella en que su nombramiento no es una cuestión de personalismos, sino un gesto “de apertura y confianza de Le Pen ante la nueva generación de franceses” que esperan “respuestas”, según dijo el día de su nombramiento. El “increíble legado” que dejan los Le Pen tras casi 50 años al mando necesita no verse eclipsado, precisa, sino potenciado en un “tiempo nuevo”. Él estará en lo ideológico, en lo programático, en la gestión, pero por ahora no en los carteles pegados por las calles. La intención de la Agrupación es que Le Pen pelee por El Elíseo en 2027, cuando Macron ya no podrá por limitación de mandatos; aún no tiene ni sucesor. Ella misma dice que no se va de vacaciones, sino que sigue “movilizada”. Le Pen es hoy líder de la oposición, encabezando el mayor grupo contestatario en la Asamblea Nacional. 
Bardella la dejará hacer y se apoyará en su liderazgo mientras crece (más) a sus ubres. Internamente es donde tendrá que dar la batalla. Su gente estima que lo ha hecho bien en estos años de rodaje, que es respetado dentro y fuera del partido y que sabe hacer equipos que funcionan. Le aplauden su confianza, con discursos largos y sin notas que asustarían a alguien con menos don de palabra y menos ambición. Es ordenado, metódico, preciso. Y tiene las cosas muy claras, insisten los perfiles de medios como Le FigaroLe Monde, que irónicamente lo llama “el yerno ideal”. 
Cuidado, dice el rotativo galo, porque bajo esa formalidad limpia, ese chico joven de corte de pelo impecablemente marcial, siempre enchaquetado y encorbatado, siempre como un pincel, despliega “un discurso radical de extrema derecha sin parecer que lo hace”. “Peligrosamente sibilino”, es la palabra que usa Mathilde Panot, diputada de la Francia Insumisa de Jean-Luc Melenchon.
Es el rostro visible de una nueva remesa de hipernacionalistas que dice que tiene poco en común con el pasado racista y antisemita de su formación, que trata de vender su imagen personal atractiva como la de sus siglas, pero que por ciertas declaraciones deja entrever que su radicalidad está ahí, intacta. Le Pen había emprendido un proceso de desdemonización de la AN, tratando de hacerse más blanda, más centrada, a ojos de un electorado muy cansado de los partidos tradicionales y decepcionados por la falta de empuje de los liberales macronistas. Descafeinar a los radicales sale bien en las elecciones en las que hay, de fondo, desesperanza. Italia lo sabe bien
Bardella no renegará de ese proceso, obviamente, al menos en público, pero hay quien recuerda que en 2019 y en la pasada campaña de las presidenciales ya se mostró defensor de la teoría conspiranoica del “Gran Reemplazo”, que surgió de un libro de Renaud Camus y defiende que las olas migratorias aspiran a terminar con la civilización blanca y cristiana de Europa. Una vuelta de tuerca que en Francia es más argumentario de Eric Zemmour, a la derecha de la derechista Agrupación, que del propio partido de Bardella. 
  Marine Le Pen y Jordan Bardella, el pasado 5 de noviembre en París, en la proclamación del segundo como líder de AN. Chesnot via Getty Images
Ha tenido polémicas varias: el año pasado, apoyó al grupo radical Génération identitaire, cuando el Gobierno lo disolvió por incitar al odio racial y a la violencia “promueve (...) una ideología que incita a la discriminación de las personas por su no pertenencia a la nación francesa o llama al odio, a la violencia contra los extranjeros, al presentar la inmigración y el Islam como amenazas que los franceses debemos luchar y manteniendo deliberadamente la confusión entre musulmanes, inmigrantes e islamistas o terroristas”, explicó el ministro del Interior, Gérald Darmanin. También explotó al ver que el alcalde de Trappes, el socialista musulmán Ali Rabeh, repetía mandato. Dijo que la villa era “una república islámica” por reelegir a su regidor. Acabó en los tribunales.
Sostiene la estrella rutilante que sus prioridades son las de su “generación”: la crisis migratoria y la medioambiental. Si la segunda es hoy una corriente innegable entre la juventud, la primera difícilmente se sostiene. En las encuestas locales, las preocupaciones son la educación, el empleo y la vivienda. Pero Bardella insiste  en esa línea maestra de la ultraderecha. No se sostiene, pero sí se explica: Bardella es amigo del italiano Matteo Salvini, líder de la ultraderechista Liga Norte, exministro de Interior y hasta procesado por no asistir a los migrantes y refugiados que trataban de llegar a sus costas. Dice que es su modelo a seguir.
Ha planteado hasta un referéndum para endurecer las políticas de extranjería si su partido gobierna y la expulsión de indocumentados y se le ha escuchado poco cuando un diputado de su partido, Gregoire de Fournas, gritó un “Vuelve a África” al izquierdista negro Carlos Martens Bilongo. Fue a horas de su proclamación. Un momento ideal para retratarse. 
También se opone Bardella al matrimonio entre personas del mismo sexo, aunque asume que ya son “un hecho” en Francia y no apuesta por derogarlo. Apuesta por recortar los servicios sociales a quienes lleguen “ilegalmente” a su nación y por legalizar el cannabis, sólo para uso médico. Quiere reducir las ayudas sociales, sólo para franceses, “endurecer la autoridad” y ser “la voz de las clases populares”, que el Estado no cuida, dice. Pese a las líneas rojas que marca, ellos y nosotros, insiste en que sus apuestas buscan, por encima de todo, “la unidad de Francia”. 
“Lo veremos de presidente”, jalean sus seguidores. El tiempo lo dirá.