Los republicanos británicos aguardan su momento: respeto en el duelo, pelea ante el nuevo rey

Los republicanos británicos aguardan su momento: respeto en el duelo, pelea ante el nuevo rey

Son pocos, pero cada día más y crecen entre los jóvenes, el futuro. Con un Carlos III menos querido y menos carismático, hay más posibilidades de plantear el debate.

Un globo con una imagen de la reina Isabel II flota sobre las flores en el memorial de Green Park, cerca del Palacio de Buckingham, el pasado 10 de septiembre. Emilio Morenatti via AP

Son pocos, pero cada día van a más y ganan adeptos entre los jóvenes, el futuro. Son los republicanos de Reino Unido, los ciudadanos que aspiran a un cambio de modelo de Estado porque entienden que la Corona es antigua, cara y poco útil, además de la antítesis de la igualdad de oportunidades.

La muerte de Isabel II ha puesto en primer plano su minoritaria pelea, en un momento de exaltación absoluta de la monarca, bajo un duelo en el que la crítica no parece tener cabida. La estrategia de Republic, la única organización fundada expresamente para promover este debate, está siendo de respeto ante el fallecimiento de su jefa de Estado, pero tiene planeado ir a la carga en cuanto las cosas se asienten. Ha anunciado que lanzará una campaña antimonárquica desde poco después del funeral (el lunes 19 de septiembre) hasta que Carlos III sea coronado como sucesor de su madre y ya se mueven en redes con la etiqueta #NotMyKing.

Durante los 70 años de reinado de Isabel, los lamentos de los republicanos surgieron muy de vez en cuando, porque el afecto y el respeto de que gozaba la Windsor lo complicaron. Era el sistema, con nueve siglos de inercia a sus espaldas, y era la líder. Complicada pelea en un país en el que Casa Real se iguala a tradición y a nacionalismo, cuando el sentimiento de pertenencia es alto. Las cosas han cambiado: Carlos tiene un índice de aprobación del 65% que, siendo alto, nada tiene que ver con los 21 puntos más que ostentaba su madre. No ha demostrado nada en su labor como príncipe de Gales y arrastra una vida de escándalos personales y fuertes opiniones, nada neutrales. Los últimos incidentes con tinteros y plumas, más allá del desatino propio de un hijo huérfano, se muestran ya como ejemplos de una personalidad dura.

“La reina es la monarquía para la mayoría de la gente. Tras su muerte, el futuro de la institución está en serio peligro”, afirmaba a Reuters Graham Smith, director ejecutivo del grupo de campaña Republic. “Puede que Carlos herede el trono, pero no heredará la deferencia y el respeto que se le otorga a la reina”, agrega. Smith y los antimonárquicos afines sostienen que la Familia Real no tiene cabida en una democracia moderna, que hay que “elegir como jefe de Estado a un presidente políticamente neutro, al estilo de Irlanda o Alemania”, y que además mantener el actual entramado es asombrosamente caro.

La institución -o La Firma, como la llamaría Meghan Markle- cuesta unos 350 millones de libras al año (al cambio, 407 millones de euros). A eso hay que sumarles las subvenciones públicas que reciben sus miembros, la seguridad y los impuestos que están exentos de pagar ciertos ducados y fincas reales. La riqueza global de la familia también es difícil de calibrar debido a la naturaleza opaca de sus finanzas y lo que posee directamente. En 2015 se calculó que tenía activos nominales por valor de casi 23.000 millones de libras en ese momento 26.500 millones de euros).

Republic se queja de que ahora, sin ir más lejos, nadie está dando detalles del coste de los actos de despedida de la reina, polémica que no se genera en casa pero que ya ha saltado a medios internacionales como The New York Times. Más allá del dinero, por importante que sea y más en tiempos de crisis, Smith entiende que es necesario “desmitificar la monarquía e impulsar el debate sobre un modelo constitucional alternativo”, explicaba a EFE.

Según este portavoz, la reina se hizo respetar por “su profesionalidad y entereza”, esa reverencia isabelina que estaba por encima de la institución en sí. Ese tiempo ha pasado y cree que la aparente neutralidad que tanto se le ha aplaudido ya no será un rasgo distintivo de su hijo. “A diferencia de la reina, que no solía pronunciarse públicamente -de modo que la gente proyectaba lo que creían que pensaba-, tanto Carlos como su hijo Guillermo expresan sus opiniones, que no siempre caen bien” y rompen la presunta imparcialidad de la monarquía constitucional, declara.

Y cuando habla de apariencias, además, insiste en que ha habido presiones durante décadas para que ciertas normas acabasen beneficiando a la Familia Real. The Guardian descubrió que la reina y el entonces príncipe Carlos habían examinado más de mil leyes a través de un discreto proceso antes de la aprobación de los miembros electos del Parlamento Británico y que, por ejemplo, afectaban a propiedades personales como sus residencias privadas en Balmoral y Sandringham.

También le parece una apariencia el reclamo de que son un imán para el turismo, o que representa al pueblo, dice. Ella “encarnaba una época dorada pasada”, pero no tiene por qué ser así con sus descendientes, de ahí que ahora guarden las formas, que públicamente lancen un condolencias por la muerte de la reina, pero que planeen ya cómo subirse a la ola de cambio para defender sus posturas republicanas.

No hay un camino claro para eliminar la monarquía en Reino Unido, que no tiene una constitución codificada que establezca los pasos. Sus opositores argumentan que si la opinión pública se vuelve abrumadoramente en contra, la familia real no podría continuar. La única vez que se interrumpió la línea real fue en 1649, cuando el rey Carlos I, un Estuardo, fue juzgado por alta traición, condenado y ejecutado, dando paso a un breve periodo de república inglesa. La época de Oliver Cromwell. Terminó en 1660 con la restauración de la monarquía, que ya presagiaba el establecimiento de una institución con poderes muy reducidos con respecto a la anterior, que se han ido limitando más aún con el paso de los siglos.

  Un hombre vende banderas con el rostro de Isabel II en el Puente de Westminster, a la espera del cortejo fúnebre. picture alliance via Getty Images

Lo que dicen las encuestas

Los sondeos siguen siendo contundentes en favor de la monarquía, pero en la última década la reducción de sus apoyos no deja de crecer y, además, cada vez hay más gente que, si no la rechaza, al menos tiene dudas, algo impensable en el corazón del reinado de Lilibeth.

Según Yougov, el 54% de los ciudadanos de Reino Unido dice que la monarquía es buena para el país, frente a un 13% que la estima mala y un 25% que no sabe si es buena o mala. Hay un 70% de personas que sigue prefiriendo ese sistema por encima de la república, una media que se venía manteniendo estable desde los años 90. El apoyo a la propia reina se mantenía en niveles similares o superiores, incluso. Pero desde 2015, sobre todo, se ha reducido notablemente los apoyos a la Corona: ahora hay un 27% de ciudadanos que quieren abolir la monarquía, cuando era un 15% hace dos años.

Sin embargo, las encuestas también han mostrado que el apoyo está disminuyendo, especialmente entre los británicos más jóvenes: un 41% de los británicos de 18 a 25 años prefiere ya el cambio, lo que supone una variación de 15 puntos sobre los datos de 2019, apenas. Una evolución rápida y de calado. Este año, por primera vez, son más los británicos que creen que dentro de cien años no habrá reyes, 41% frente al 39% que aún estima que hay Corona para un siglo.

Un antiguo asesor de la realeza dijo a Reuters que los miembros más jóvenes de la realeza tenían más conocimientos sobre los medios de comunicación que la generación anterior, y que se dedicaba una enorme cantidad de planificación y cuidado para asegurar que su trabajo y su personalidad brillaran, pero no así Carlos o Camila, su esposa y reina consorte. Ese puede ser un obstáculo, también, para darse a conocer y mejorar su imagen. Ni unos ni otros son vistos, hoy, como un ancla, como ese pegamento necesario para mantener a la nación unida en los malos tiempos, algo que sí aportaba Isabel, como se le destacó en su discurso sobre el coronavirus.

Escasa representación

No obstante, no hay militancia realmente representativa. Republic, sin ir más lejos, está sola, es la entidad de referencia, aparte de varias publicaciones provenientes de la izquierda, que encauza esta causa. Creada en 1983 pero más activa en tiempos recientes, tiene 120.000 miembros en un país de más de 67 millones de personas. Ellos dicen que se puede calcular en diez o doce millones los republicanos actuales en el país, se afilien o no.

Actualmente, sólo el Sinn Fein norirlandés y el Partido Verde se declaran, en el plano político, defensores de la república, pero son dos casos que no mueven masas: uno hay que entenderlo en el contexto de lucha independentista de más de un siglo y el otro tiene un calado minoritario aún en el electorado. Tradicionalmente la izquierda moderada del Partido Laborista ha tenido siempre ramalazos republicanos en sus filas, pero son más versos sueltos; a la hora de la verdad, en las instituciones y en las cortes, se ha avalado el sistema actual. A lo más que llegó el rojo Jeremy Corbyn fue a no arrodillarse ante la reina.

La columnista de The Guardian Zoe Williams ha escrito estos días que hay apenas gotas de ese republicanismo en la política doméstica, que no llegan a impulsar un debate general. Destaca a los liberales demócratas, que desde la moderación y el respeto a la reina entendían que no se puede abordar una reforma integral del sistema de Gobierno sin tocar la cúpula. Con este partido coqueteaba la actual premier, Liz Truss, en sus tiempos de universidad. “Nosotros, los demócratas liberales, creemos en las oportunidades para todos. No creemos que las personas nazcan para gobernar”, dijo en 1994.

A ellos se suman las iniciativas de la izquierda más a la izquierda del laborismo, más centradas en defender la igualdad entre ciudadanos y en criticar el estipendio que supone una Familia Real, además de en la necesaria reparación del pasado imperial y colonial, y los intelectuales de todo color, que básicamente entienden que la institución es ridícula en el siglo XXI.

La polémica

Los republicanos han sido prudentes en estas horas de luto nacional, evitando movimientos bruscos, pero no han sido silenciosos. Se han producido pequeñas manifestaciones o concentraciones de personas contrarias a la monarquía en las que, sencillamente, se trataba de lanzar un mensaje diferente al de la corriente. Sin embargo, como la propia Willams destaca -en un medio que hizo campaña por el republicanismo, posiblemente el único generalista de todo Reino Unido capaz de dar el paso- que “si se expresa cualquier cosa excepto una adoración absoluta te pueden arrojar un ladrillo por la ventana”. Habla de la instauración de un “absolutismo real moderno” desde la muerte de Diana de Gales, que ha reducido aún más el margen de crítica.

Se ha visto a raíz de estas protestas, que han acabado al menos con dos detenciones en Edimburgo y Oxford. La primera, de una mujer que portaba un cartel que rezaba: “Que le jodan al imperialismo, terminemos con la monarquía”. La segunda, de un escritor que gritó: ”¿Quién lo ha elegido?” cuando se estaba procediendo a nombrar rey a Carlos. Hubo un caso más, diferente, de un hombre que gritó: “Eres un viejo enfermo”, al príncipe Andrés, hijo de Isabel II, acusado a abusos a menores.

La polémica está servida. ¿No se puede protestar contra la Casa Real? La respuesta no está clara porque los propios agentes de policía que arrestaron a estas personas aludieron a normas confusas y no supieron concretar los delitos que se podían imputar. Los dos aludidos han defendido en los medios su derecho a la libertad de expresión. Hasta la primera ministra, Truss, ha tenido que salir al paso y decir que “por supuesto, la gente tiene derecho a protestar”.

Aunque no sea el mayor de sus problemas, Carlos no podrá quitarle el ojo tampoco a los republicanos en su recién estrenado reinado. “Otros 70 años no”, le gritan al paso algunos súbditos. Es para pensar y actuar en consecuencia.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.