Ocho motivos por los que amamos a Roger Federer

Ocho motivos por los que amamos a Roger Federer

Este fin de semana Federer ha jugado su último torneo. Repasamos los grandes momentos y las características que han hecho del tenista suizo un deportista de leyenda.

El tenista Roger Federer en la fiesta del centerario de la pista central de Wimbledon en 2022. ADRIAN DENNIS via Getty Images.

Roger Federer se ha retirado del tenis profesional. Desde su primer gran triunfo, en Wimbledon de 2003, el de Basilea ha sido un referente no solo en el tenis, sino de todo el mundo del deporte. Hizo lo que parecía imposible hasta entonces: ganar 20 torneos de Gran Slam, y sin embargo se retira habiendo sido superado por sus dos grandes rivales, Djokovic y Nadal. Pero más allá de cualquier estadística, hoy cualquier aficionado al tenis lamenta que el dobles jugado ayer junto a Rafa, en un torneo creado por él mismo, ha sido la última oportunidad de disfrutar de la precisión de la máquina suiza sobre la pista.

Títulos y récords

Ahora sus 20 triunfos en Gran Slam (los cuatro torneos más importantes del año) parecen algo menor tras los adelantamientos de los otros dos miembros del Big Three. Pero para entender la grandeza de la carrera de Federer hay que ponerla en perspectiva histórica. Hasta su llegada al circuito, el récord de victorias en estos torneos estaba en manos de Pete Sampras con 14. Cuando se retiró el estadounidense, la cifra parecía imposible de igualar, puesto que los siguientes en esa exclusiva lista eran Borg y Laver con 11, seguidos de Lendl, Connors y Agassi con ocho. Figuras como su ídolo de la infancia, Boris Becker, se retiraron con seis.

Además, Federer ha ganado en seis ocasiones el ATP Final, el campeonato que juegan al final de cada año los ocho mejores tenistas del mundo. Posee el récord de semanas consecutivas siendo número del mundo con 237, y solo es superado en el total por Djokovic. También ha sido el jugador en la era moderna en alcanzar este puesto con más edad, 36 años y 10 meses.

Otro récord: es el jugador que ha llegado a más finales y semifinales de Gran Slam, 30 y 43 respectivamente. Además, la figura suiza ha conseguido dos medallas de Juegos Olímpicos, oro en dobles en Pekín 2008 y plata en individual en Londres 2012, y levantó la Copa Davis con su país en 2014.

La elegancia eficaz

Sin embargo, hay algo de Roger Federer que no cabe en ningún palmarés. Su elegancia. Considerado como un manual andante de todos los golpes y movimientos del tenis, casi nadie discute que es el jugador con mejor técnica del tenis moderno. Pero se trata de una elegancia que le ha llevado a ser muy muy efectivo. Para los futboleros, es como si alguien que jugara como Zidane hubiera marcado tantos goles como Cristiano Ronaldo. Por eso había algo de magia en asistir a ese juego demoledor sin aparente esfuerzo, era como ver a un leñador echando abajo un árbol con movimientos de bailarín, el primero de una maratón llegando a la meta sin una gota de sudor.

Alberto Díaz, profesor de tenis desde hace 30 años y estudioso de los movimientos de este deporte, disecciona “la perfección técnica” del tenis de Federer. “No hace movimientos superfluos, no hay nada que no haga falta. Su golpe es fluido, no hay interrupciones”. Y tiene el máximo de eficacia, puesto que con esos movimientos estrictamente necesarios “consigue que la pelota casi siempre vaya dentro”.

Además Díaz explica que a ese nivel todos los jugadores son rápidos, explosivos, pero Federer sobresale por la coordinación perfecta entre el ojo y la mano, es decir, según él, “casi siempre golpea a la pelota en el mejor momento”. Eso hace que parezca que está siempre en equilibro, aunque vaya a toda velocidad.

El revés

Dentro de esa sinfonía que es su juego, si hay un instrumento que destaca sobre el resto por su belleza es el revés a una mano. Y como de cualquier obra de arte, es mucho mejor disfrutarla que hablar de ella.

Deportividad, control mental e intuición

Pero la elegancia del suizo va más allá de sus golpes. Se le considera un referente de comportamiento deportivo, impecable con los árbitros, la prensa, el público. Aplaude los buenos golpes del rival y siempre parece tener para ellos las palabras adecuadas, tanto en la victoria como en la derrota.

Daba igual el momento y quien tuviera delante, en las grandes citas Federer parecía mantener la calma en todo momento. Sangre de hielo en medio del combate. Pero no fue siempre así, y los aficionados con más memoria recuerdan a un joven con melena y mucho talento tirando la raqueta al suelo y encarándose con los árbitros. Poco a poco, Roger fue encauzando esa fuerza y desde luego sus nervios de acero han sido otra de las claves de su éxito.

“La elegancia y la intuición de Federer no se pueden entrenar, la actitud de Nadal, sí”. Aunque sea admirador del suizo, Pepe Aupi, profesor en una prestigiosa escuela de Valencia, dice que apenas le utiliza en sus clases como ejemplo, aunque sabe que es el modelo a seguir para muchos de sus alumnos.

Según Aupi, lo que más diferencia a Federer del resto no está a simple vista. “Su lectura de la bola le permite que pueda salir antes, por eso parece que llegue sin esfuerzo, no es que no corra, es que ha salido antes”. Cuando van a golpear la bola la mayoría tiene dos opciones en su cabeza, cuentan que él tiene 3 o 4. “Por eso toma las mejores decisiones, porque ha tenido más tiempo. Es como si sentara en una mesa a tomar una decisión mientras los otros lo hacen corriendo”, ilustra. Y esa lectura  de juego se puede mejorar, pero se tiene o no se tiene.

El campeón inconformista

Entre todos sus triunfos, seguramente el que más valor tiene es su Roland Garros de 2009. A partir de 2004 Federer coleccionaba uno tras otro triunfos en pista dura y hierba. Era el número uno sin discusión. Podía haberse enfocado en mantener su hegemonía en esas superficies, pero quiso llevar su tenis más allá y triunfar donde, por las características de su juego, peor rendimiento tenía.

Finalista en el torneo de París en tres años consecutivos, conquistar Roland Garros se convirtió en una obsesión más que en un objetivo. Pero siempre se encontraba con el mismo obstáculo, la entonces emergente estrella, Rafa Nadal. En 2009 Federer no ganó a Nadal, pero sí venció a quien él había derrotado en ese torneo, el sueco Soderling. Así, el campeón suizo logró su victoria más meritoria en el templo de uno de sus dos mayores rivales. Un año antes había ocurrido justo lo contrario.

Sin Federer Nadal no sería Nadal. Y viceversa.

Nadal y Federer. Federer y Nadal. Si uno de los dos no hubiera existido el otro a buen seguro habría logrado más títulos, y sin embargo sus leyendas no habrían llegado tan lejos. Rivales encarnizados, con estilos de juego opuestos, amigos fuera de la pista como se ha demostrado una vez más en la despedida del suizo. Se enfrentaron en 40 ocasiones, con 24 triunfos para Rafa y 16 para Roger. Para conseguir muchas de sus victorias tuvieron que vencer al otro, de hecho en 24 ocasiones se enfrentaron en la final de un torneo, construyendo así una rivalidad que ya es historia del deporte.

Casi todos los amantes del tenis coinciden: fueron las 4 horas y 49 minutos de la final de Wimbledon de 2008 el punto álgido de sus enfrentamientos. Con largos intercambios de bolas que parecían imposibles en la hierba londinense. Con Federer convirtiéndose en Nadal al fondo de la pista. Con Nadal pareciéndose a Federer en su juego de saque y volea. Dos gigantes que se golpean, se mimetizan y a la vez se hacen más fuertes el uno al otro.

Así forjaron la leyenda del partido del siglo.

El reloj es humano

Además de una técnica sublime, una eficacia probada durante décadas, una rivalidad histórica y una deportividad incuestionable, la carrera del suizo nos deja dos momentos donde pudimos comprobar que detrás de esa maquinaria perfecta del tenis palpitaban las emociones de un ser humano.

Los dos llantos tuvieron el mismo escenario, la pista central del Open de Australia tras dos finales. El primero, con lágrimas de impotencia ante una nueva derrota frente a Nadal en 2009. La imagen de Rafa tratando de consolar a su adversario sin ningún resultado permanecen aún en la memoria de muchos. El segundo, de incontenible alegría, tras vencer el torneo en 2018 con 36 años, cuando parecía que ya era imposible que volviera a ganar un Gran Slam. Al terminar su discurso el suizo no aguantaba la emoción al recibir una ovación que parecía no acabar nunca. Hasta en mostrarnos su debilidad fue perfecto el jugador suizo.

La era de los tres grandes

Dicen que la victoria en el deporte se mide por el tamaño del derrotado. Así, la grandeza de Federer durante sus más de 20 años de carrera llega a la altura de competir contra Nadal en su tierra batida, la de enfrentarse con Djokovic en pista dura y frenar en muchas ocasiones a Andy Murray sobre la hierba.

Además, le puso una zancadilla a varias generaciones de tenistas que pedían paso en la sucesión al trono y que una y otra vez se chocaban con el campeón suizo. El hecho de que el conjunto de las victorias de Gran Slam de los Murray, Del Potro, Thiem, Medvedev, Zverev y Cilic puedan contarse con los dedos de dos manos muestra hasta qué punto Federer, junto a los otros miembros del big three, han impuesto su ley durante dos décadas.

El momento del anuncio de la retirada del suizo, poco después del triunfo de Alcaraz en el Open USA, subraya aún más la sensación de que estas semanas el mundo del tenis ha asistido al fin de una época. De 2003 a 2022. La era de los tres gigantes.