Si no votas moriremos todos

Si no votas moriremos todos

Los que van a gestionar un país de casi 50 millones de habitantes no han elaborado un relato: han elaborado un drama.

Imagen de archivo de dos monjas votando.Jon Nazca / Reuters

Llevo todo el día pensando en el impulso heroico que nos hace mantener la fe en el sistema, aún cuando miramos el sistema y solo le vemos parches, remiendos o composturas, como a un abrigo heredado. Huele a café recién hecho, los críos juegan con la Switch, hace aún calor y es domingo por la tarde. Hago cosas por la casa mientras, en una letanía, la tele de la cocina anuncia que Más Madrid se presentará a las elecciones y Errejón será el candidato. Se acelera visiblemente el ritmo del programa y todos los políticos van desfilando por mi televisor mientras plancho en la encimera. En eso aparece mi hija, se adueña del mando y pone Clan TV, le digo que no, ella que sí y en la discusión aparece un culebrón turco. Un chulazo desengañado se encara con una mujer morena. Él, delgado y guapo, aprieta la mandíbula y tuerce la cabeza en una postura amenazante mientras la sujeta de las solapas de la chaqueta. Mi hija, Martina, me quita el mando, cambia y aparece Bob Esponja, entonces cambio yo y sale La Sexta y ¡sorpresa! El chulazo del culebrón está dando un canutazo. Es Albert Rivera. Cambio otra vez y comparo: parecen hermanos. Entonces enciendo la tele del salón con La Sexta a todo volumen y en la de la cocina sintonizo, sin sonido, el culebrón. Es una actividad divertida porque, en un momento indeterminado, la política española se convirtió en un culebrón turco y no nos dimos cuenta. Los malos empezaron a parecer malos (Bárcenas) los guapos, guapos (Pedro Sánchez) los engañados, engañados (Pablo Iglesias) el hooligan, hooligan (Torra) y Ortega Smith parece Ortega Smith. Casado pasaba por allí. 

Los actores turcos, en la dominical tarde en la que el mundo de la izquierda pareció implosionar, mueven los labios y gesticulan un tanto histriónicamente, pero en vez de sus diálogos se oye, desde el salón, la nasal voz de Martínez Almeida llamando traidor a Errejón. 

Puede parecer una broma, aunque no lo sea. Los que van a gestionar un país de casi 50 millones de habitantes no han elaborado un relato: han elaborado un drama. Se han dado cuenta de que por lo racional no nos van a convencer y tiran de lo emocional en una guerra a la que los medios acuden encantados, pero haciendo un esfuerzo intenso. Hace unos años, en medio de las elecciones o después de un índice de paro nefasto, resurgía el tema Gibraltar. Hoy no es tan fácil desviar la atención de lo importante, hace falta miedo, mucho miedo. Hoy han aparecido “precursores” de explosivos en Cataluña, Barcelona está tomada por navajeros, Torra es obligado a quitar la pancarta… Si uno no vive allí imagina una Cataluña postapocalíptica. Necesitan que miremos hacia otra parte, que tengamos miedo a algo, necesitan reforzar su drama. Esto los turcos ni lo conocen, la realidad político-mediática española está a años luz de la fantasía folletinesca. Nuestro drama es mucho mejor que el suyo.

No sé qué esfuerzo hace la gente para votar, a mí me resulta sencillo porque, además, mi colegio está en mi barrio. Quien no vota es porque no quiere.

Ha acabado el serial y vuelvo a La Sexta por que es la única que está en clave política, en las otras hay películas de hijos raptados y maleantes hijos de cantantes. Siguen con el tema Errejón pero se quedan sin contenido y pasan a las encuestas. Un comentarista serio cita como dato las casas de apuestas inglesas. No el CIS ni demoscopia ni leches: casas de apuestas inglesas. No le cambia el gesto, lo considera una fuente fiable para hablar de un aumento del PSOE en intención de voto. Si eso se cumple un número indeterminado de borrachos celebrarán que han ganado unas libras desde un pub de Glasgow. Nuestra política podrá ser desagradable, pero tiene también estos momentos pintorescos, como lo de los 112.000 españoles y españolas que, probablemente, no se movilizan contra temas serios pero inundan el INE de correos para que no les manden correo electoral. Lo importante es lo importante.

Entonces llega la hora del miedo, el recurso común en todos los partidos. Lo de “si no votas ganará la derecha” inunda las redes. Se habla de una mayor abstención entre las clases más desfavorecidas, lo cual golpearía a Podemos, y yo no me explico por qué esto es así pero tampoco quiero saberlo. Ir a votar es dar un paseo, hacer un poco de cola y luego tomar café, irse a ver la tele o entrar en un turno de trabajo. No sé qué esfuerzo hace la gente para votar, a mí me resulta sencillo porque, además, mi colegio está en mi barrio. Quien no vota es porque no quiere, vamos a ver. A ese, que por alguna razón es de izquierdas, le están cargando la responsabilidad del fin del mundo tal y como lo conocemos. Si la victoria es de los otros, vendrá el apocalipsis, dicen a coro Sánchez, Iglesias y, ahora, Errejón, mientras Casado y Almeida miran a otro lado y Ortega Smith agita una banderita. Todo se torna épico en los discursos y yo vuelvo, como en una epifanía, al serial turco y veo al galán despechado mirando a la puerta mientras aparece el amante de la mujer acosada: es Pedro Sánchez con unas Ray-Ban.

Netflix, ya tardas en hacer una serie.

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