¿Y si se hubieran manifestado más hombres que mujeres el 8-M?

¿Y si se hubieran manifestado más hombres que mujeres el 8-M?

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A priori, este titular podría sonar desafiante e incluso invasivo, y seguramente te traiga a la mente una serie de mensajes deslizados estos años sobre el tema, como que la presencia de los hombres puede significar “un afán de protagonismo y una nueva invisibilización de las mujeres”, o que “las mujeres pueden alzar la voz solas sin necesidad de un acompañamiento que solo reforzaría la figura patriarcal”. Y es que, un año más, el 8M fue el momento simbólico en el que se volvió a reabrir el debate sobre el papel de los hombres en el movimiento feminista.

Sobre la huelga, las cosas siempre han estado más o menos claras. Si se pretende mostrar el peso real de las mujeres en el mundo laboral y el hueco que dejarían si se plantaran al unísono, parece evidente que el papel del hombre debe limitarse a facilitar que todas las que quieran puedan sumarse, liberándolas de toda tarea profesional y familiar. La disparidad de opiniones surge respecto a las manifestaciones.

El motivo de que miles de mujeres decidan salir a la calle cada año es claro: revolverse contra toda una mentalidad instaurada a fuego en la sociedad y que, a día de hoy, les sigue trayendo numerosas consecuencias. Y la respuesta que se persigue (y que, en última instancia, haría innecesarias más manifestaciones en el futuro) es igualmente sabida: Agitar una concienciación entre cada una de las personas que, directa o indirectamente, contribuyen a que hoy siga perviviendo esta lacra en todos los terrenos en los que tiene presencia (social, laboral, sentimental…) Una concienciación que se traduce, en el fondo, en un ‘convencimiento’ a nivel particular por parte de cada individuo. La cuestión que se abre es: si cada vez más hombres se sienten abiertamente ‘convencidos’, ¿por qué van a tener que seguir situándose, física y metafóricamente, en frente de las mujeres y no a su lado?

Que nos rebelemos de frente contra este siniestro modelo de superhombre será la forma de liberarnos nosotros, y liberaros a vosotras.

A nadie le sorprendería que, por ejemplo, una manifestación en contra de la brutalidad policial estuviera formada por víctimas de esa brutalidad y gente de a pie deseosa de señalar el problema. Pero ¿no cobraría otra dimensión si decidieran incorporarse policías que quisieran dar un paso al frente y aumentar la presión sobre sus compañeros implicados? De la misma forma, parece lógico pensar que a los hombres machistas pudiera resultarles más incisivo un mensaje crítico lanzado por la totalidad de la sociedad y no solo por las mujeres que lo sufren.

Desde la propia Comisión 8-M, la portavoz Patricia Aranguren se pronunció claramente en La Sexta afirmando que “por supuesto” que los hombres eran bienvenidos a la manifestación y que “así como la huelga es una herramienta para visibilizar los espacios que dejan vacíos las mujeres cuando no están, la manifestación es una demostración de fuerza de toda la sociedad contra el machismo”, y matizaba que “lo que no pueden es liderarla”. Y en esto último también coincido. Porque, aunque la sombra del machismo fustigue también de determinada forma a los hombres, no hay duda de que quienes han arrancado esta lucha por acabar con él han sido ellas, sus máximas víctimas. Y es por ello que el protagonismo debe seguir siendo solo suyo. Igual que me parece perfectamente entendible la definición de las zonas mixtas y no mixtas.

¿Por qué es crucial que los hombres nos revolvamos también contra el machismo?

En primer lugar, por las consecuencias salvajes que trae sobre las mujeres. Y en segundo, por las consecuencias menos salvajes y manifiestas, pero igualmente sibilinas, que vierte sobre nosotros mismos. Porque, aunque un hombre pudiera afirmar muy convencido sentirse libre de culpa respecto al primer punto, es un afectado seguro del segundo.

La construcción de la figura del hombre, históricamente, ha impuesto un modelo de masculinidad tóxica según el cual poco menos que no debemos llorar, vestir colores que excedan demasiado la sobriedad, tentarnos con estudiar danza o enfermería, permitir que nuestra novia sea la que sostenga el cargo laboral más alto o simplemente la que conduzca el coche.

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Estimados colegas varones, es tiempo de agitarnos. De pedir hueco en un espacio creado por mujeres pero cuyos gritos de reivindicación van dirigidos, a fin de cuentas, a nosotros.

Que nos rebelemos de frente contra este siniestro modelo de superhombre será la forma de liberarnos nosotros, y liberaros a vosotras. A nadie se le escapa que un niño que pueda crecer teniendo claro que tan ‘digna’ es la opción de jugar al fútbol en el recreo como de no hacerlo, que expresar sus sentimientos no le aleja de su género, que la única diferencia entre ciencias o letras radica en la vocación, o que la libertad sexual no puede interpretarla de manera diferente para él que para sus compañeras, seguramente tenga bastante camino avanzado para identificar y esquivar actitudes machistas.

Estimados colegas varones, es tiempo de agitarnos. De pedir hueco en un espacio creado por mujeres pero cuyos gritos de reivindicación van dirigidos, a fin de cuentas, a nosotros. De evitar excusas para mirar a otro lado alegando que alguna voz ha dicho que no somos bienvenidos. De levantar en futuras manifestaciones más pancartas de “Boys cry too” y de “Boys will be boys our voice”. La eliminación de las consecuencias del machismo sobre las mujeres pasa por la eliminación de las consecuencias del machismo sobre nosotros mismos. Para nosotros no será fácil. Nunca es fácil ser la nota discordante que cuestione el sistema en el que uno ha sido engendrado. Ni ser señalado entre nuestros iguales, especialmente en edades frágiles. Pero, al final del camino, la pugna habrá merecido la pena y habrá supuesto un alivio. Un alivio para nosotros pero, sobre todo, un alivio de histórica compensación para vosotras.

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