Canastas para sobrevivir: la historia de cómo un equipo de baloncesto femenino cambió la vida de niñas palestinas
La excorresponsal en Líbano Txell Feixas narra en su libro 'Aliadas' cómo este deporte ha logrado salvar a menores del campo de refugiados de Shatila del matrimonio infantil.

Contar Palestina y hacerlo en positivo es algo difícil. Generalmente cuesta encontrar esa semilla que brota en medio de la guerra, la destrucción, la violación de derechos humanos o el futuro oscuro de una población que desde que nace parece estar condenada en una prisión. Sin embargo, hasta en sitios como Shatila, un campo de refugiados palestinos a la afueras de Beirut (Líbano) víctima de un genocidio en 1982, nacen proyectos e ideas para romper estas cadenas y cambiar, aunque sea en pasos muy pequeños casi imperceptibles, el futuro de sus habitantes.
Con esta idea, la periodista y excorresponsal catalana de TV3 y Catalunya Radio en la capital libanesa, Txell Feixas, ha publicado su libro Aliadas (Capitan Swing, pero ya salió en 2023 en su versión en catalán). En él, se narra la historia de Majdi, un hombre que decidió romper con lo establecido y puso su pequeño granito de arena para evitar que su hija fuera víctima del que es uno de los principales problemas que tiene la región: el matrimonio infantil.
Para evitarlo, decidió montar en 2012 un equipo de baloncesto femenino, el Palestine Youth Club, que se ha convertido en una vía de escape para niñas que se encuentran en la misma situación que ella. La evolución durante esta más de una década ha permitido al grupo de niñas crecer, desarrollarse, ampliar miradas y hasta han llegado a jugar contra el Estudiantes en el pabellón Magariños o en Fontajau (Girona).
"Aliadas quiere seguir contando Palestina y Shatila de otra manera. Las violencias están, pero no quería centrarme en esas violencias y sí en la resistencia de las niñas a esas violencias", afirma su autora, a la que en su pueblo, Sant Joan de Mediona (Barcelona), la conocen como 'la Pere valenta chica'. en honor a su padre, 'el Pere valent'
Precisamente, sobre ese apodo, sus años en Líbano y en Oriente Medio le han permitido redefinir el concepto que ella tenía de valentía. "Allí las valentías más potentes son las heroicidades cotidianas de aquí", apunta Feixas en una entrevista con El HuffPost en la que profundiza en una de esas historias deportivas donde el deporte queda en un segundo lugar porque, al final, la victoria más importante es la de sobrevivir.
¿Cómo llegas a esta historia?
El equipo Palestine Youth Club se creó en 2012, pero yo los conocí en 2017 mientras ejercía de corresponsal en Oriente Medio desde Líbano. Me llegó la información de que había un equipo de baloncesto femenino en un sitio como Shatila y que era pionero porque fue el primero que nació en el país. Entonces, lo poco que conocía de Shatila estaba relacionado con el genocidio de 1982, en el que las milicias falangistas con la ayuda de Israel asesinaron a miles de palestinos dentro. Me sorprendió que en un sitio así pudiera nacer una iniciativa como esta.
Lo que tiene de bueno ser corresponsal es que puedes volver tantas veces como quieras para conocerlo más a fondo. La cosa me maravilló todavía más cuando vi que había surgido como una acción individual de protección de un padre palestino a su hija, que la quiere salvar de las violencias estructurales del campo, y acaba convirtiendo este gesto en una revolución feminista en un sitio como Shatila.

¿En estos ochos años que llevas siguiéndolo han aparecido más padres como Majdi?
A Magdi le pasó con su hija que, cuando cumplió los 12 años, se dio cuenta de que podía terminar como muchas de sus amigas casadas a esa edad: embarazadas siendo pequeñas, muriendo durante el embarazo o en el parto, metidas en drogas porque no pueden soportar la realidad y prefieren estar desconectadas o en un fracaso escolar.
Él, sin ningún manual de feminismo pero con mucho sentido común, creó este equipo de baloncesto. Para mí, Magdi, como dices, es un ejemplo del hombre como agente de cambio y quería romper con él el estereotipo que tristemente tienen muchos en la cabeza de lo que es el hombre en el mundo árabe, especialmente musulmán.
Como él, por suerte, hay muchos en la región. En otro campo del mismo país conocí a Ali, un hombre que se dedica a concienciar a otros hombres de que no casen a sus niñas pequeñas porque al final, en el Líbano, esto está legalizado y es peor de lo que uno puede imaginarse. Existen 18 confesiones religiosas y la barbaridad más cruel es que cada una fija la edad a partir de la cual una niña puede enlazarse en matrimonio: una fija la edad a los 9 años, otra cuando la chica empieza a tener señales de pubertad, una tercera cuando tiene la primera regla, etc.
Por eso, yo quise conocer a Ali, que en vez de ser como Magdi que va puerta a puerta a reclutar niñas para que jueguen al baloncesto y así se empoderen, él va tienda de campaña por tienda de campaña a concienciar a los padres de que no casen a sus hijas menores de edad. Era espectacular ver el cambio. Él me decía que de entrada no piensas que ningún padre le desee el mal a su hija, sin embargo, lo que me explicaba es que pensaban que si ponían un guardián a su hija casándola, lo que hacía es protegerla de las violaciones en el campo. El problema es que luego descubría que el que la violaba legalmente cada noche era el marido que había escogido.
Además, también me contaba que económicamente pensaba que su hija mejoraba porque ellos como padres no le podían proporcionar lo que ella merecía. También se dio cuenta que estos matrimonios muchas veces fallaban y le devolvían a la hija separada o divorciada y deshonrada. Entonces, volvían a tener esa boca para comer en casa para toda la vida porque a esa niña ya no la quiere nadie.
Otro argumento que me daba es que él creía que la tradición y el islam marcaban que el matrimonio infantil era algo que se tenía que hacer, pero que luego había líderes religiosos que nos señalaban que esto no está escrito en ningún texto, con lo cual era interesante desmontar ese tabú.

¿Son los propios hombres los que han interpretado así el concepto religoso del islam?
La religión del islam, como todas las religiones monoteístas, también el cristianismo y el judaísmo, son de por sí machistas, pero atribuirle al islam la responsabilidad del matrimonio infantil no es cierto.
De hecho, una organización que intenta evitar los matrimonios infantiles en una región del Líbano me decía que se intentaban erigir como una organización secular y feminista, pero que la realidad sobre el terreno les hizo incorporar a sus miembros líderes religiosos porque había que explicar bien que el texto del islam no dice para nada eso. Luego también me decían que había que incorporar hombres porque, pese a decirnos feministas, vieron que solo los hombres podían convencer a otros hombres en estas comunidades y que tenían que adaptarse a las necesidades de la gente a la que estaban asistiendo.
Hay momentos e historias que son duros de leer, sobre todo, cuando relatas violaciones y abusos continuos a niñas pequeñas, ¿a quién va dirigido porque es un libro que, digamos, hay que tener estómago?
Es para todos los públicos. Yo intento romper con esa tendencia de pensar que estos libros solo son para mujeres y creo que nos hacen falta a todo tipo de públicos.
Es muy impactante ver cómo lo reciben chicas de aquí de España que son de una edad parecida a las niñas de Shatila porque hay adolescentes que, a veces, tienen reacciones casi de catarsis. Ven que lo que ellas hacen con normalidad, que es ponerse un chándal, coger una pelota e irse a la cancha con sus amigas, allí les puede costar una paliza. En Shatila, al final, el baloncesto es un acto de resistencia y de supervivencia.
Con este deporte las niñas aprenden a jugar, a ser niñas, porque antes no sabían que lo eran, y a soñar con lo que quieren ser. Y la cancha, cuando ves cómo juegan, ves claramente que es un espacio de seguridad, de refugio y de liberación. Por todo esto, para mí está recomendado para todo tipo de públicos, también para los hombres, para que rompan con la idea de mujer en el mundo árabe, que no es una velada, sumisa y desinformada, sin educación, sino que hay muchas mujeres en el mundo árabe con ganas de avanzar. Es un libro pensado para todos los públicos y también con un objetivo para mí importante.
Con Aliadas, además, quería hacer un retrato de Shatila, y de Palestina, en positivo. Siempre hablamos desde el drama, y lo hay, porque aquí vemos casi un retrato de las infancias, de cómo son las infancias de muchas mujeres, de muchas niñas en Oriente Medio, pero no solo desde la violencia que sufren, sino desde la resistencia con la que lo superan. Esto para mí era muy importante porque estamos acostumbrados a un periodismo enfocado muy desde el drama, muy oscuro y creo que también hay que a mostrar esa luz y esperanza porque también la hay.
Supongo que estos meses te habrás cansado de explicar qué es Shatila y cómo funciona el campamento, pero ¿en España somos realmente capaces de imaginarnos cómo de larga puede ser una semana ahí dentro? Puedes ver vídeos, imágenes y te puedes hacer una idea de una mañana o una tarde, pero una semana entera cuesta mucho dibujarlo.
Cuando yo entré en Shatila por primera vez pensé que era el peor sitio del mundo para vivir. Luego pasaron muchos años de corresponsalía, pisé muchos campos de refugiados y sigo pensando que es uno de los lugares más duros. En el libro acaba siendo un personaje más, creo que los sitios te explican las personas y Shatila, con sus violencias, te abre un mundo de resistencias diarias, cotidianas.
Intento explicar que Shatila no es el campo de refugiados que todo el mundo tiene en mente: un descampado lleno de tiendas de campaña blancas, más o menos organizadas. Shatila es una pequeña ciudad en una gran ciudad que es Beirut, y tiene como tres capas.
La primera es el paisaje físico, que es una cárcel a cielo abierto, laberíntica, oscura, no tienen luz buena parte del día, no tienen agua potable, solo salada que es con la que se duchan. Es un sitio oscuro literalmente porque ni el sol llega al suelo de tan vertical que es. Son favelas verticales, ya que tiene una extensión de un kilómetro cuadrado y, como el campo no puede crecer a lo ancho, crece a lo alto, así que ni el sol llega al suelo de muchas calles. El ambiente es como irrespirable a veces.

Después está el paisaje humano, que también es impresionante porque se creó para unos 3.000 palestinos y ahora viven cerca de 30.000 personas hacinadas allí. En todo ese hormigón de edificios no ves casi a mujeres por las calles porque ellas no tienen derecho a pisar las calles del campo si los hombres de la casa no les dan permiso. Entonces, si el paisaje físico es durísimo, el paisaje humano es incompleto porque le falta la mitad de la población que está encerrada en sus casas.
El último es un paisaje emocional chocante. Ahí se respira que hubo una injusticia y que han pasado muchas cosas desde que hace más de 40 años, en el 1982, se produjera el genocidio, pero que no se ha hecho justicia. Toda esta atmósfera hace que se expliquen muchas de las cosas que pasan ahí dentro.
¿Por qué se ha dejado que Líbano y Shatila llegue a esta situación de hundimiento? ¿Hay una posibilidad real de cambio?
Una de las cosas que me sorprendió cuando fui a Shatila es que, pese a que hay checkpoints, no hay soldados, o sea, puedes entrar y salir cuando quieras, es decir, esa gente no huye del campo, pese a que tienen las puertas abiertas. Y yo me preguntaba, ¿cómo viviendo bajo esa dureza la población no se va de este kilómetro cuadrado al que le llaman la pequeña Palestina?
Esto te lo preguntas si no sabes que cuando salen son o detenidos o humillados o perseguidos, porque las autoridades libanesas lo que hacen con Shatila es ahogarlos en el sentido vital más posible, como ejemplo de que los campos de refugiados no se cronifiquen. Líbano lucha para que no haya más campos como Shatila en el país. No quieren que los refugiados, ni palestinos ni sirios, se queden instalados en su país.
Los palestinos viven en un semirégimen de apartheid en el Líbano porque no tienen papeles, no les dan ninguna nacionalidad ni pasaporte, no pueden comprar ninguna propiedad, tienen prohibida una cuarentena de trabajos. Con todo ello, impiden de todas maneras que un palestino prospere en el Líbano para, de alguna manera, darle un aviso de que esta no es su tierra y no quieren que vengan. Es difícil que Shatila prospere, tiene que hacerlo su gente porque las autoridades del Líbano lo que quieren es ahogarlos lo máximo posible para que un campo de ese tipo no se repita en el país.
El libro gira alrededor del matrimonio infantil, de las violaciones y de como las niñas no tienen futuro, pero también hay otros problemas como las drogas, ¿son los principales problemas de la región?
No hablaría de peores violencias. Hay como un listado de violencias estructurales que, en mayor o menor medida, se dan en la región. Como la zona está compuesta por países tan distintos hay unos que sufren más de un tipo y otros de otro, pero el matrimonio infantil, al contrario de lo que podríamos pensar, está muy presente en Oriente Medio, como también, por ejemplo, aunque nos pueda sorprender, los crímenes de honor contra las mujeres. Se pone en marcha una maquinaria diabólica en la que un hombre que se ha visto deshonrado lo que hace es provocar que sea la familia de la misma mujer por el que se siente atacado quién mate a esa integrante de su familia.
Te pueden matar en un crimen de honor, que hay países donde está yendo al alza, por estar conectada en el WhatsApp más tiempo de lo que considera tu marido o el hombre de tu familia, por ir demasiado maquillada o, como explico, a una chica la mató su propia familia porque días antes de la boda había colgado en redes una foto con su prometido. Es el mismo marido que se siente ofendido el que hace que la familia de ella reaccione porque les está deshonrando. De esa manera puede ser al final tu padre, tu hermano, tu primo quien te asesine porque consideran que te has comportado de una manera que daña de forma eterna ya a tu familia.
¿Desde que llegaste a Oriente Medio por primera vez has notado una evolución positiva?
El feminismo en Oriente Medio es una revolución lenta porque sí que va avanzando, pero es como que se dan tres pasos hacia adelante y a continuación dos hacia atrás. Se dan en países que siempre sufren algún tipo de convulsión, como una guerra, una pandemia o un conflicto social, político o económico, que hace retroceder todos los avances que han hecho las mujeres durante años.
En el Líbano me pasó en una manifestación del 8M, donde por primera vez hice la cobertura de una manifestación en la que participaban las mujeres de casi todas las confesiones religiosas que hay en el país, y cuando vi eso por las calles, que fue histórico, pensé, ‘aquí hay un punto de inflexión, esto ya solo puede ir para adelante y la situación de las mujeres en el Líbano va a ir a mejor’. Sin embargo, luego vino la explosión del puerto de Beirut, la pandemia, una crisis económica y política y esas mujeres otra vez con sus derechos retrocedieron y las empujaron de nuevo a quedarse en casa.
Lo que pasa es que confundimos a veces lo que pasa ahí con lo que vemos aquí, y pensamos que no están luchando si no vemos movilizaciones por las calles en protestas como las que hacemos aquí. Ellas te dicen que sí que luchan, pero que lo hacen de forma clandestina porque si salen a la calle para protestar como se hace en España las matan. Por ejemplo, en Afganistán o en Irán, pese a que no vemos manifestaciones diarias de mujeres por las calles, la lucha se teje de forma clandestina, en espacios más ocultos y discretos.

¿Tu como mujer tuviste miedo a la hora de hablar y conocer a padres que se encargan de vender a sus hijas por dinero a los 13 años?
No, siempre digo que al final yo no me puedo equiparar con una mujer nacional de ninguno de los países a los que he ido porque yo voy metafóricamente protegida con distintas capas. Primero, la de ser mujer occidental. A mí nunca me van a tratar con la dureza estas comunidades con miembros machistas y patriarcales. Nunca me van a discriminar de la forma que lo hacen con sus mujeres y en sus países porque yo soy extranjera. Luego llevo una segunda capa, que es la capa de periodista, que también hace que me tengan como un respeto que a veces no tienen con sus mujeres.
Así que miedo no he pasado nunca, pero si que es verdad que a veces ser mujer periodista en Oriente Medio te lleva a situaciones que te molestan, como por ejemplo, estar en un convoy en una zona de guerra y tener que esperar más tiempo porque hay un soldado que debe pensar que tú tendrías que estar en casa lavando los platos y que te has equivocado. Deja pasar a todos los equipos menos a ti, que te deja entrar al final. En Afganistán me pasaba que el portavoz del gobierno de las talibanes daba las órdenes con todos los equipos que no quería un plano ni fotográfico ni de cámara en que apareciéramos las dos cabezas, la suya y la mía, porque para el líder talibán aparecer con una mujer al lado en una foto o en una imagen era pecado y humillante. Otras veces te pasa que no te dan la mano, no te dirigen la mirada.
Siempre destaco que estos pequeños inconvenientes, si eres terca como yo, los superas porque tienes más paciencia que ellos y no tienen nada que ver con la gran ventaja que es ser mujer periodista en Oriente Medio: te da acceso a la mitad de la población, que son las mujeres que muchas veces el hombre periodista no puede entrevistar ni conocer.
A mí las mujeres en Oriente Medio me ven como una aliada y un altavoz de sus causas y eso me ha permitido hacer el libro de Aliadas, que en el caso que fuese un hombre sería mucho más complicado llegar a esas intimidades con las protagonistas. Siempre respondo a esa pregunta de si es duro ser periodista en Oriente Medio siendo mujer que no es nada duro y que la ventaja es enorme porque puedo dar voz y ser el altavoz de una población que siempre ha estado silenciada y que tiene muchas ganas de contarte su mundo a su manera.
¿Conocer esos proyectos feministas en el mundo más machista y patriarcal posible te hace pensar que ese es el verdadero feminismo?
El feminismo que se ve en España y el de Oriente Medio son distintos en el sentido de que ahí el feminismo es de supervivencia. Ahí ser feminista no puede ser una lección ideológica, eres feminista muchas veces sin saberloy solo para sobrevivir o para que no te maten. En la mayoría de los casos de las protagonistas de Aliadas ninguna de ellas se ha erigido como feminista y ellas se etiquetan de supervivientes. Cuando a muchas les digo que son valientes me contestan que no, que no tienen nada de valiente y que solo son luchadoras en el día a día contra todas estas violencias estructurales que padecen. Esto no es valentía, es necesidad para no morir en ello.

¿Cómo ves la situación del feminismo en el mundo con todos los terremotos políticos que hay?
Veo que no podemos dar un paso atrás, que tenemos que seguir luchando y sobre todo hacerlo unidas, intentando no etiquetarnos, no dividirnos en feminismos que nos debiliten porque el machismo no lo hace. Creo que es un momento complicado por este mundo cambiante con el resurgimiento de tendencias ultras y que no podemos dar ningún derecho por ganado.
Yo me ponía las manos a la cabeza cuando en el Líbano, en que yo viví seis años, el aborto era motivo de cárcel y de una multa importante y no hace tanto veíamos como Estados Unidos penalizaba este derecho de la mujer. Tenemos que vigilar mucho porque a veces creemos que en Oriente van muy por detrás y no nos damos cuenta con qué rapidez y facilidad en Occidente perdemos derechos que dábamos por totalmente estabilizados y garantizados. Creo que tenemos que estar alerta como nunca.
Y respecto a la situación del conflicto en Israel y Gaza, ¿veremos alguna vez una Palestina libre?
Me gustaría ser optimista, pero por ahora, de quien depende esto, no lo quiere. Netanyahu quiere una guerra y la necesita. La quiere por su obsesión expansionista y colonialista, él ya dijo que quería reordenar Oriente Medio y está claro que lo está haciendo. Ha bombardeado no solo Gaza, sino también Líbano, Siria, el Yemen y está claro que él quiere alterar toda la región y lo está haciendo.
Sin embargo, no es solo este motivo, también necesita esta guerra porque tiene que salvarse de sus casos de corrupción abiertos, blindándose con la política y también tiene que sostener a su gobierno extremista. Y además es difícil que vayamos a mejor cuando Trump está en su línea, es un presidente de Estados Unidos que ve Gaza como algo a gestionar, como si fuera uno más de sus negocios. Tampoco es menor el hecho de que Europa, al final, está siendo un colaboracionista que está posibilitando el genocidio que hay en la franja.
Con este panorama, Netanyahu, queriendo y necesitando una guerra; Trump alineado con él porque ya le va bien a nivel de gestión y Europa, callada y colaborando de forma importante en este genocidio, el panorama no es para nada esperanzador.
Es que es verdad que tu libro es positivo, pero como todas las imágenes que siempre se ven de Oriente Medio son de destrucción, muertos, bombardeos, etc da la sensación que la gente yo creo que ya está hasta cansada del tema y acaba por apagar la tele o cambiar de canal cuando aparecen noticias relacionadas con Gaza.
El otro día leía que cuatro de cada diez personas, que no son pocas, escogen voluntariamente apagar la tele, la radio y no leer nada. Alegan agotamiento informativo, especialmente en los conflictos, por el pesimismo con el que lo contamos. Aliadas lo que quiere es seguir contando Palestina y Shatila de otra manera, en positivo. Las violencias están, pero no quería centrarme en las violencias, sino en la resistencia de las niñas a esas violencias.
