Entre la esperanza y el temor: Siria celebra las primeras elecciones en 54 años sin los Assad
El país, debilitado terriblemente tras 13 años de guerra civil, elige parte de su Asamblea a través de comicios indirectos, porque no hay ni un censo fiable al que recurrir. El presidente interino Al Shaara nombrará directamente a 70 diputados.

El 8 de diciembre de 2024 ha pasado a los libros de Historia: ese día, el presidente de Siria, Bachar al Assad, escapaba a Rusia, poniendo fin a una saga de poder iniciada por su padre, Hafed, larga de 54 años. Dos dictadores que mantuvieron al país sometido bajo un puño de hierro, con las alas y las libertades cortadas a base de represión. El padre murió en plenitud. El hijo vio cómo se levantaba su pueblo al calor de las primaveras árabes, reclamando democracia, y cómo todo acababa en guerra civil, 13 años de bombardeos, armas químicas y destrucción. Ahora, tras esa etapa amarga, el país celebra este domingo, 5 de octubre, sus primeras elecciones parlamentarias. Indirectas, incompletas, precarias, pero elecciones al fin.
Los grupos rebeldes opuestos a Assad, muy distintos en origen, motivaciones y fe, se unieron precariamente para avanzar hacia Damasco y derrocarlo. Y lo lograron. Desde entonces, en estos nueve meses, el país ha caminado por la senda de la esperanza y del temor, de las ansias de cambio y la incertidumbre por quiénes han tomado ahora las riendas, qué sistema impondrán en el país, cuán abierto y flexible y demócrata será el nuevo tiempo.
Ahmed al Sharaa (conocido como Abu Mohammed al Jawlani) se proclamó presidente, por ser el líder del grupo de milicianos más poderoso de cuantos lograron echar al tirano, llamado Hayat Tahrir al Sham (HTS, Organización para la Liberación del Levante). Antiguo yihadista, ha colgado el uniforme, ha prometido unidad y democracia y se ha metido en el bolsillo a la mayor parte de la comunidad internacional, empezando por Occidente, que le está levantando las sanciones de tiempos de Assad y lo recibe en la Asamblea de la ONU como a uno más, aunque no es aún un mandatario legítimamente elegido por sus ciudadanos.
Por ahora, Al Sharaa y su equipo -algo más plural que en las primeras semanas, ante las críticas de aislamiento a determinadas minorías- han dado el paso de convocar elecciones. No son las generales, las presidenciales, porque esas, asume, no podrán tener lugar hasta dentro de cuatro o cinco años, cuando las cosas estén más estables en el país. Son parlamentarias, el inicio de la transición, la primera meta volante. Una cita con las urnas con lagunas que son las que arrojan sombras sobre el resultado final. Porque no, no se va a votar de forma directa, como solemos en Europa, sino indirectas. Eso quiere decir que los sirios no serán, voto a voto, los que elijan a sus representantes, sino que lo harán a través de representantes intermedios. Ellos elegirán a consejos electorales y esos serán, a la postre, los que tengan la palabra final sobre los delegados y los parlamentarios.
Hay dos razones que aduce el Gobierno temporal para esta decisión: la primera es que no hay un censo electoral fiable al que recurrir para disponer que cada persona tenga su voto, tras más de una década de guerra en la que todo saltó por los aires, literalmente. No hay registros serios de los que fiarse. La segunda es que Siria es un país con seis millones de refugiados externos y más de siete internos, una de las consecuencias más dolorosas de la contienda. No se sabe quién está y dónde está. Así no es posible garantizar un derecho, pese a que hay sirios que están empezando a regresar a sus hogares, ante la marcha de Assad.

Las consecuencias inmediatas de la guerra se notan también en la imposibilidad de celebrar los comicios en todo el país, porque no toda Siria es segura. Algunas regiones de frontera sin estabilizar, más las kurdas del noreste o la de Al Sueida (sur), con alta presencia de drusos, quedan fuera de la convocatoria por ser inseguras, dado que desde que cayó el régimen se han venido produciendo choques sectarios con decenas de víctimas mortales. Coser la nación es uno de los retos más complejos e inmediatos del nuevo Gobierno.
Otra cualidad de esta elección es el tipo de candidatos. Por un lado, está la relativa normalidad de que se presenten ciudadanos de todo tipo y condición y religión y pasado, con la anormalidad de que lo hagan de forma independiente, más que enrolados en formaciones. Huyen de ellos por no señalarse, pero también porque no hay estructuras firmes aún para una dinámica de partidos normalizada.
Y otra más, la más inquietante quizá, es que mediante el sistema indirecto que hemos explicado se eligen apenas 140 de los 210 parlamentarios del país. ¿Y los demás? Será el presidente quien nombre directamente a los 70 restantes, un tercio. El miedo a los dedazos es claro, aunque desde el Ejecutivo se defienda que hay cuotas para mujeres o minorías étnicas y religiosas y que habrá equilibrio y argumentos tras las elecciones.
En estas condiciones, ¿convenía convocar elecciones? Al Sharaa insiste en que sí, porque supone avanzar en la transición del país, dar a los ciudadanos "garantías" de respeto a su voz y de "compromiso" con las reformas por venir, empezando por la aplicación de una nueva Constitución, aprobada en marzo. Se reduce, entiende, el vacío institucional de ahora, pero se hace, denuncian los críticos, con poca transparencia y mucha mano del Gobierno en el Legislativo.

Un futuro incierto
Es la ambivalencia de este 5-0, esperado y pero no tan ilusionante como se deseaba, un paso en la dirección correcta pero rodeado de fantasmas personalistas de los que Siria tiene un pasado lleno. Por un lado, es innegable el simbolismo de la cita, después de haber acudido a las urnas desde 1971 sabiendo que sólo había rodillo del partido Baaz de los Assad. Por otro, toca "esperar y confiar", como decía el conde de Montecristo, porque los meses por venir son de fe, de mucha fe.
La Asamblea Nacional que surja este domingo puede servir de instrumento para ir introduciendo las grandes reformas que necesita el país, un día el más rico de los árabes y hoy hundido entre cascotes. Es positivo que grupos de diferentes tendencias se sienten juntos y debatan. Es arriesgado que, si no hay libertad de elección total, los que empiezan a tocar poder se hagan fuertes entre ellos y dejen espacio para nada más.
Todos los ojos se posan, por ahora, en el presidente, que con sagacidad ha logrado borrar su imagen de islamista armado para dar paso a la de un dirigente con el que se puede hablar, con el que se pueden hacer negocios, incluso, como apuntó el presidente de EEUU, Donald Trump, cuando le dio el espaldarazo internacional definitivo en su primer viaje como retornado a la Casa Blanca, en Arabia Saudí.
La semana pasada, en el primer discurso en décadas de un presidente sirio en la Asamblea General de la ONU, Al Sharaa pidió, por encima de todo, "unidad nacional". "Vi un amor sincero y esperanzas vivas para que Siria prospere, crezca y recupere su salud", dijo, refiriéndose a la acogida de la comunidad internacional. En las calles de Damasco, miles de personas salieron a la calle para escuchar su discurso en grandes pantallas, un hecho bastante insólito ante un discurso insólito, pero también con ciertos aires de culto al líder.
El mandatario detalló que la estabilización inicial del país, la constitución de nuevas instituciones estatales, la preparación de nuevos procesos electorales y la invitación a la inversión extranjera para dinamizar la economía son sus retos, y subrayó la urgencia de eliminar las sanciones internacionales, calificándolas como un lastre para la recuperación económica y la vida cotidiana de los sirios.
Ese llamamiento es de puertas para afuera. De puertas para adentro él tiene su propio gran reto, como dijo: el de la unidad. Siria ha vivido dos grandes brotes de violencia desde que él llegó al poder. El primero fue en marzo, por choques de fuerzas gubernamentales con restos armados de afines a Assad, en la costa de Latakia. Los muertos superaron los 1.300. El segundo, más reciente, ha tenido lugar en la zona de Al Sueida, por una disputa local beduinos y drusos, que también dejó 1.400 muertos. Entre las dos crisis, los desplazados se acercaron a los 250.000, dando cuenta del miedo a nuevos choques tras 13 años de contienda. Hay incertidumbre sobre si el país acabará siendo una suma de reinos de taifas, cada uno con su mando y con sus odios.
Siria tiene un enemigo añadido: Israel, el vecino con el que sigue técnicamente en guerra pero con el que ha empezado a tener contactos soterrados para calmar las cosas. Tel Aviv, al mando del primer ministro Benjamin Netanyahu, ha visto una oportunidad en la marcha de Assad y ha internado a sus tropas en suelo sirio, más aún, porque ya estaba en los Altos del Golán, suelo ocupado y reconocido como tal por la ONU. En julio pasado, Israel decidió "proteger" a los drusos -una comunidad que también reside en el norte de su territorio- y lanzó una campaña de ataques que llegaron hasta Damasco, la capital.
De momento, son los sirios, con los medios que les permiten, los que tratarán de mostrar su voz este domingo. Son otros los actores, es otro el momento. Es otro día histórico.
