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"Nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos": Mandela, el icono recuperado en tiempos de genocidio

"Nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos": Mandela, el icono recuperado en tiempos de genocidio

La ONU celebra cada 18 de julio el Día Internacional de Nelson Mandela para arrojar luz sobre el legado de un hombre que cambió el siglo XX. Su mensaje también perdura en el XXI, sobre todo en una Palestina que recibió su apoyo entusiasta. 

Yasser Arafat y Nelson Mandela se besan en su primer encuentro, a las dos semanas de la liberación del sudafricano, en febrero de 1990, en Lusaka (Zambia).Media24 / Gallo Images/Getty Images

Cada 18 de julio, desde 2010, Naciones Unidas celebra el Día Internacional de Nelson Mandela, un empeño en arrojar luz sobre el legado de un hombre que cambió el siglo XX. Su determinación absoluta, su compromiso con la justicia, los derechos humanos y las libertades fundamentales, su honda creencia en la igualdad humana -entre razas, entre sexos-, y su compromiso inquebrantable con el diálogo y la solidaridad, por encima de cualquier división, fueron un ejemplo para el mundo. 

Pero la llama de Mandela no se agota con el tiempo. En el XXI, su mensaje de estadista de paz y de resistente rebelde perdura, no sólo como fundador de una nueva Sudáfrica libre, sino en los conflictos que siguen vivos, irresueltos, y que tienen como base todo aquello contra lo que Madiba peleó en vida: el sufrimiento de la injusticia. Empezando por Palestina, Mandela es aún inspiración, abrigo y apoyo, aunque muriera hace casi 12 años.

La conexión entre el mandatario sudafricano y la causa palestina fue fuerte en vida y es fuerte en el recuerdo. Su rostro se encuentra, junto a sus frases, en los campos de refugiados de Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza, como una promesa de justicia. También en el muro ilegal de separación de Israel, en las pegatinas de los coches que circulan por territorio ocupado, en los carteles que llevan los manifestantes contra los colonos o en la estatua gigante que lo homenajea en Al Tireh (Ramala). Desde las alturas, divisa una tierra que quiso y defendió, valedor de la solución de dos estados, con un Israel y una Palestina vecinos y en paz.  

Su mensaje sobre el conflicto se amplifica ahora que vive una fase desconocida en sus 77 años de existencia. Los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la inmediata ofensiva lanzada por Israel sobre la franja de Gaza, que aún perdura, se han visto acompañados de una desconocida campaña militar de Tel Aviv en Cisjordania. El resultado es una tierra subyugada, abandonada internacionalmente, sometida por un régimen de apartheid -el mismo término con el que se definía la segregación sudafricana- por parte de las autoridades israelíes, cuyos dirigentes (leáse Benjamin Netanyahu) tienen órdenes de busca y captura por presuntos crímenes de guerra y sobre cuyas órdenes se investiga otro presunto caso de genocidio, impulsado precisamente por el Gobierno de Pretoria. El actual presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, sigue los pasos de Mandela en este punto. 

Una causa común

A finales de febrero de 1990, apenas 16 días después de su liberación tras pasar 27 años entre rejas, Nelson Mandela descendió de un avión en Lusaka (Zambia), donde residían los líderes exiliados de su partido, el Congreso Nacional Africano (CNA), en aquel momento. Líderes de todo el continente africano acudieron a una cumbre en la que recibieron al líder antiapartheid con la alegría desbordada. Entre ellos, había un político más del este, Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). El 1,57 de altura del palestino y el 1,93 del sudafricano encontraron un punto medio con un abrazo y un beso que quedaron para la historia. 

Mandela correspondería a esa muestra de apoyo tres meses después, cuando asistió a una cumbre en Argel luciendo la kufiya palestina. Hubo muchas especulaciones entonces sobre cómo dio con ella, quién se la entregó -no eran tiempos de Amazon, no-, pero una cosa quedaba claro: un hombre que hacía de su manera de vestir una herramienta de lucha estaba lanzando un mensaje al mundo, transparente, de toma de partido. Eran años cruciales, porque apenas un año más tarde cuajó la Conferencia de Paz de Madrid, el primer gran esfuerzo formal por encontrar la paz entre palestinos e israelíes. 

Mandela sentía un vínculo especial con el pueblo palestino, pero no despertó de forma temprana. Como tantas cosas, por culpa de su cautiverio, le vino tarde. La historiadora Thula Simpson sostiene que no hay evidencia de que Mandela se identificara con dicha causa antes de su encarcelamiento, en 1963. De hecho, cuando fundó Umkhonto we Sizwe, el ala militar del CNA, muchas de sus inspiraciones clave estaban inspiradas en principios israelíes, según desvelan los periodistas Nick Dall y Matthew Blackman en el libro Legends: People Who Changed South Africa for the Better (Leyendas: Personas que cambiaron Sudáfrica para bien).

En su propia biografía, Mandela recuerda el caso del miliciano Arthur Goldreich, del CNA: "En la década de 1940, Arthur luchó con el Palmach, el ala militar del Movimiento Nacional Judío en Palestina. Conocía la guerra de guerrillas y me ayudó a comprender mejor muchas cosas". Goldreich se convirtió en un destacado crítico del "abominable racismo" en la sociedad israelí, pero antes, como se ve, aprendió también de la Haganá, los paramilitares israelíes que primero se opusieron a los ingleses y, luego, se convirtió en predecesora del actual ejército israelí. El propio Mandela leyó a Menachem Begin, primer ministro israelí y antes cabecilla paramilitar del Irgún, y sus descripciones sobre su guerrilla anticolonizadora. 

En prisión, Mandela estaba al tanto del apoyo que el CNA recibía de otros países, de la solidaridad afroasiática y de las líneas generales de la lucha de la OLP. Sin embargo, no debió ser fácil obtener un conocimiento detallado ni de la situación sudafricana ni de la geopolítica mundial. Que haya un protocolo llamado Reglas Mandela sobre cómo hay que tratar a las personas privadas de libertad es resultado de las vejaciones, torturas y humillaciones que sufrió el sudafricano. Las visitas y los periódicos ya tal. 

Sin embargo, tras su liberación en 1990, no tardó en ponerse al día con las relaciones internacionales de su formación y en expresar sus opiniones sobre política exterior. En junio de ese año, cuatro años antes de asumir la presidencia de Sudáfrica, Mandela fue invitado a Estados Unidos por el presidente George H. W. Bush. En una asamblea pública presidida por Ted Koppel, de ABC News, Mandela fue preguntado por el apoyo público que había brindado a líderes como Fidel Castro, Muamar el Gadafi y el propio Arafat, quienes entonces enfrentaban acusaciones de violaciones de derechos humanos. 

Sin dudarlo, Mandela respondió: "Uno de los errores que cometen algunos analistas políticos es pensar que sus enemigos deberían ser nuestros enemigos". El público estalló en aplausos, antes de permitir finalmente que continuara: "Eso sí podemos, y nunca lo haremos. Tenemos nuestra propia lucha, que estamos librando. Agradecemos al mundo su apoyo a nuestra lucha; sin embargo, somos una organización independiente con nuestra propia política… Nuestra actitud hacia cualquier país está determinada por la actitud de ese país hacia nuestra lucha. Yasser Arafat, el coronel Gadafi, Fidel Castro apoyan nuestra lucha incondicionalmente. Nuestra actitud se basa únicamente en el hecho de que apoyan plenamente la lucha contra el apartheid. No la apoyan solo con palabras. Están poniendo recursos a nuestra disposición para que ganemos la lucha".

En respuesta, Henry Siegman, del Congreso Judío Americano, expresó su "profunda decepción" con la respuesta de Mandela porque sugería, a su entender "un cierto grado de amoralidad; lo que estas personas hacen en sus propios países es totalmente irrelevante, siempre y cuando apoyen la causa del CNA". 

Mandela insistió, explicando que, como movimiento de liberación involucrado en su propia lucha, el Consejo no tenía tiempo para inmiscuirse en los asuntos internos de otros países. En cuanto a Arafat y la OLP, Mandela fue claro: "Nos identificamos con la OLP porque, al igual que nosotros, luchan por el derecho a la autodeterminación". "Arafat es un compañero de armas y lo tratamos como tal", añadió. 

No hay que cae en la manipulación, porque Mandera no fue nunca anti israelí, como a veces de dice. No hay más que leerlo. "El apoyo a Yasser Arafat en su lucha no significa que el CNA haya dudado alguna vez del derecho de Israel a existir como Estado, legalmente. Hemos defendido abierta y firmemente el derecho de ese Estado a existir dentro de fronteras seguras. Pero, por supuesto, definimos cuidadosamente lo que entendemos por fronteras seguras. No queremos decir que Israel tenga derecho a retener los territorios que conquistó al mundo árabe, como la Franja de Gaza, los Altos del Golán y Cisjordania. No estamos de acuerdo con eso. Esos territorios deben ser devueltos al pueblo árabe", enfatizaba. Su mirada sobre el conflicto coincide con las repetidas resoluciones de Naciones Unidas al respecto. La de un Nobel de la Paz. 

En 1997, siendo presidente de Sudáfrica, Mandela pronunció su frase más repetida sobre el conflicto: "Sabemos muy bien que nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos", dijo. Durante una gira por Oriente Medio en 1999, visitó Israel y los Territorios Palestinos, incluyendo Gaza. En la franja afirmó que se sentía "como en casa, entre sus compatriotas". 

En 2004, tras la muerte de Arafat, rindió homenaje al rais: "Fue un icono en el sentido estricto de la palabra. No sólo se preocupó por la liberación del pueblo árabe, sino de todos los oprimidos del mundo, árabes y no árabes, y perder a un hombre de su estatura y pensamiento es un duro golpe para todos los que luchan contra la opresión".

Concentración a los pies de la estatua de Mandela en Ramala, tras el inicio del proceso de Sudáfrica en la Corte Internacional de Justicia contra Israel, el 10 de enero de 2024.Issam Rimawi / Anadolu via Getty Images

El factor Israel 

La afinidad del CNA con Palestina también se explica por los estrechos vínculos entre Israel y el Gobierno sudafricano de la época del apartheid. No siempre había sido así. 

En la década de 1930, el carnet de miembro del Partido Nacional mostraba la esvástica y durante la Segunda Guerra Mundial, BJ Vorster, quien llegó a ser primer ministro de Sudáfrica de 1966 a 1978, fue encarcelado por su participación en el ala paramilitar del grupo antibritánico y pronazi Ossewabrandwag. En sus inicios, la hostilidad ideológica de los líderes israelíes hacia el apartheid mantuvo a las dos naciones separadas. En 1963, la entonces primera ministra en Tel Aviv, Golda Meir, declaró ante la Asamblea General de la ONU que los israelíes "se oponen naturalmente a las políticas de apartheid, colonialismo y discriminación racial o religiosa dondequiera que existan".

Pero las cosas empezaron a cambiar tras la Guerra de los Seis Días, en 1967, en la que Israel se apoderó de territorio de sus vecinos árabes, triplicando su tamaño en un suspiro. El proyecto de asentamiento que siguió poco después ubicó a cientos de miles de judíos en las cimas de las colinas y en centros urbanos de Gaza, Cisjordania y el este de Jerusalén. En estos dos últimos territorios, aún hay hoy 600.000 colonos residiendo ilegalmente, dice las ONU. Tel Aviv, así, se convirtió en un régimen ocupante, sin medias tintas, comenzando aplicar unas políticas de  aislamiento, separación y poder sobre los palestinos que duran hasta hoy. 

La Guerra de Yom Kipur de 1973 fue iniciada por una coalición de estados árabes liderados por Egipto y Siria, pero para la izquierda global, la resistencia de Israel y las posteriores conquistas territoriales confirmaron su condición de opresor, no obstante. Egipto también recuperó parte del territorio. Tras dicha contienda, prácticamente todos los países africanos rompieron relaciones diplomáticas con el Estado de Israel. Luego se fueron conociendo detalles de la cooperación de sus gobiernos con dictaduras militares como la argentina o la chilena y, también, con la Sudáfrica del apartheid. 

En 1993, Mandela declaró que el CNA estaba "sumamente descontento" con la colaboración de Israel con el sistema blanco excluyente. Los altos mandos de su Consejo no han olvidado que parte de las armas que el Ejecutivo previo utilizó para atacar a su pueblo fueron compradas a Israel. "Desde entonces, se ha descubierto que Israel incluso llegó a ofrecer armas nucleares al régimen del apartheid", escriben Dall y Blackman.

Como la mayoría de los movimientos anticoloniales, la lucha contra el apartheid se enfrentó a cuestiones de si era apropiado responder a un aparato estatal brutal con violencia y cuándo. Sin embargo, el propio CNA se fundó sobre principios de no violencia. A medida que el gobierno del apartheid intensificaba sus ataques contra la población civil en la década de 1950, la organización mantuvo su convicción en el poder de la protesta pacífica. Fue recién en 1961, tras la masacre de al menos 69 personas negras inocentes en Sharpeville, que el propio Mandela pidió al CNA que abandonara su política de no violencia. Costó mucho convencerlo, pero finalmente la dirección del partido accedió a la formación del MK, el brazo armado.

El 16 de diciembre de 1961, se repartieron panfletos en los municipios de Puerto Elizabeth y se pegaron en farolas de Johannesburgo: "La paciencia del pueblo no es infinita. Llega un momento en la vida de cualquier nación en el que solo quedan dos opciones: someterse o luchar. Ese momento ha llegado a Sudáfrica. No nos someteremos y no tenemos más remedio que contraatacar por todos los medios a nuestro alcance en defensa de nuestro pueblo, nuestro futuro y nuestra libertad".

Así se entienden mejor las declaraciones de Mandela durante una visita de Estado a Palestina en 1999: "Elijan la paz antes que la confrontación. Excepto en los casos en que no podamos lograrlo, en que no podamos avanzar o en que no podamos avanzar. Entonces, si la única alternativa es la violencia, usaremos la violencia". Bajo su mando, MK solo realizó sabotajes contra infraestructuras estatales e instalaciones militares, haciendo todo lo posible por evitar la pérdida de vidas civiles, pero aún así era visto como un terrorista por los defensores del sistema.

Altar en homenaje a Nelson Mandela en la Ciudad Vieja de Jerusalén, tras su muerte, el 7 de diciembre de 2013.Corbis via Getty Images

Una política que resiste

Más allá de Mandela, los sudafricanos siguen apoyando la causa palestina y el país ha tomado la inusual medida de presentar una demanda de genocidio contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia debido a su guerra en Gaza. Pese a no ser un país poderoso en el plano diplomático ni estar en la región en conflicto (que es lo que suele llevar a un estado a interceder o mediar en una crisis), ha dado el paso adelante precisamente por los paralelismos que encuentra en las dos luchas, históricamente enlazadas. Entre los legisladores que más han apoyado en público esta medida estaba el nieto de Mandela, Mandla Mandela, también representante del Consejo. 

Mandela abuelo y los líderes sudafricanos posteriores siempre han basado las restricciones impuestas por Israel a los palestinos con el trato dispensado a los sudafricanos negros durante el apartheid y han peleado por el reconocimiento de esa condición en las políticas de Israel. Tras mucha polémica por si el término era o no el acertado para describir la situación de los palestinos, ahora ya lo usa hasta Naciones Unidas en sus informes. Israel rechaza rotundamente ese señalamiento, afirmando que su minoría árabe (20% del total) goza de plenos derechos civiles. Considera Gaza, de donde retiró a soldados y colonos en 2005, una zona hostil gobernada por el grupo partido-milicia islámico Hamás, en guerra, y Cisjordania, un territorio en disputa sujeto a negociaciones de paz, que fracasaron hace más de una década. En eso se escuda. 

Aunque Mandela también se acercó a Israel en un intento por promover una solución pacífica, la retórica antiisraelí en Sudáfrica se ha fortalecido con los años, a veces filtrándose en la vida cotidiana. Por ejemplo, la rama juvenil del Congreso Nacional Africano (CNA) presionó a las cadenas de supermercados sudafricanas para que dejaran de vender productos israelíes y amenazó con cerrarlas por la fuerza si no lo hacían.

El ataque israelí en Gaza ha renovado la solidaridad con la causa palestina en el país. Miles de personas marcharon en apoyo a los palestinos en Ciudad del Cabo y Johannesburgo nada más empezar los bombardeos y los edificios del barrio de Bo Kaap, también en Ciudad del Cabo, se adornaron con grafitis propalestinos en las semanas posteriores al estallido de la guerra.

El presidente Cyril Ramaphosa con los delegados de organizaciones que apoyan la liberación de Palestina, el 18 de diciembre de 2023 en Johannesburgo.Luba Lesolle / Gallo Images via Getty Images

El presidente sudafricano Cyril Ramaphosa, actual líder del partido de Mandela, ha criticado tanto a Israel como a Hamás por lo que él llama "atrocidades" cometidas por ambos bandos en el conflicto. Sin embargo, también apareció en público con una kufiya y una bandera palestina, incluso al expresar sus condolencias a Israel por los atentados. Miembros del Congreso, entre ellos el nieto de Mandela, recibieron también a tres funcionarios de Hamás en Sudáfrica en diciembre de 2023; entre ellos estaba el principal representante del grupo en Irán. Asistieron a una ceremonia conmemorativa del décimo aniversario de la muerte de Mandela, precisamente. Sin embargo, la visita de Hamás a Sudáfrica no fue bien recibida por todos y hubo críticas de buena parte de la oposición y de miembros del mismo Consejo. 

En enero de 2024, Sudáfrica expuso en La Haya sus acusaciones de genocidio contra Israel en Gaza, un término también en entredicho pero que, como con "apartheid", usa ya en sus informes de situación hasta la ONU. "Esta matanza es nada menos que la destrucción de la vida palestina. Se inflige deliberadamente y nadie se salva, ni siquiera los recién nacidos", afirmó una de las representantes legales de Sudáfrica en la presentación de los cargos. "La intención de destruir Gaza ha sido alimentada al más alto nivel del Estado", dijo igualmente Tembeka Ngcukaitobi, abogado del Tribunal Superior de Sudáfrica. El experto señaló que líderes políticos y militares de Israel, incluyendo el primer ministro Netanyahu, estaban entre "los incitadores al genocidio".

"Los líderes políticos, comandantes militares y personas que ocupan cargos oficiales de Israel han declarado sistemáticamente y en términos explícitos su intención genocida (...). Y estas declaraciones luego son repetidas por los soldados sobre el terreno mientras participan en la destrucción de los palestinos y la infraestructura de Gaza", fue el argumentario de Pretoria. El proceso, lento, sigue su curso, mientras los muertos (conocidos) en la franja palestina superan ya los 58.500. 

Queda en la denuncia la impronta del prisionero desafiante, el campeón de los boicots y el presidente unificador que fue Mandela, una mano solidaria con Palestina que aún es un asidero de esperanza para su pueblo. 

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

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Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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