Trump hace su apuesta sobre quién será el sucesor del Papa Francisco: no defrauda
El presidente de EEUU bromea con la elección de la persona que dirigirá la Iglesia Católica antes de viajar a Detroit para celebrar los primeros 100 días del segundo mandato.

Tres días después de asistir al funeral del papa Francisco en el Vaticano, Donald Trump ha vuelto a hacer lo que mejor se le da: dar de qué hablar y alimentar su ego. Esta vez, medio en broma medio en serio, proponiéndose como sucesor del pontífice: "Me gustaría ser papa. Esa sería mi opción número uno”, ha señalado el presidente estadounidense desde la Casa Blanca, antes de viajar a Detroit para la celebración de los primeros cien días de su segundo mandato, como si la decisión del cónclave fuese el casting de un talent show.
La escena ha tenido lugar durante una comparecencia en Washington, con las banderas aún a media asta por la muerte del Papa Francisco el Lunes de Pascua. Preguntado sobre a quién le gustaría ver como nuevo jefe de la Iglesia Católica, Trump ha respondido con su habitual mezcla de descaro y oportunismo: "No sé, no tengo preferencia. Pero debo decir que hay un cardenal de un lugar llamado Nueva York que es muy bueno. Veremos qué pasa”, ha apuntado el mandatario después de proponerse como candidato.
Trump se refería al cardenal Timothy Dolan, actual arzobispo de La Gran Manzana, a quien ha señalado por ser "muy bueno", por su tono afable o por su estilo directo, además de su cercanía geográfica. Dolan será uno de los diez representantes de EEUU que estarán en el cónclave que comienza el próximo martes 7 de mayo y que deberá seleccionar al nuevo líder espiritual de los más de 1.300 millones de católicos del mundo. De momento, nunca ha habido un papa estadounidense, pero si por Trump fuera, ya habría fumata blanca.
Del funeral del papa… al show de Trump
Dolan participó en 2013 en el cónclave del que salió elegido el Papa Francisco, aunque no sumó más de dos votos entre los cardenales presentados. Esta vez tampoco figura entre los favoritos, pero volverá a estar presente cuando empiece la deliberación después del cierre de puertas En la Capilla Sixtina. Lo que ha llamado la atención no es el perfil de este arzobispo, sino que haya sido él y no Raymond Burke, el nombre que haya elegido Trump para su apuesta. Hasta ahora, el presidente estadounidense había mostrado simpatía por Burke, figura icónica del catolicismo ultraconservador y rival declarado de Bergoglio.
Burke, férreo defensor de la misa en latín y crítico de las reformas del Papa Francisco, ha sido señalado durante años como el papable favorito del trumpismo. Sin embargo, Trump ha optado ahora por ensalzar a Timothy Dolan, con quien tiene una relación más personal que ideológica. El cardenal de Nueva York asistió, por ejemplo, a la investidura del político republicano y ha mantenido un tono cordial hacia el magnate, sin verse implicado en las disputas internas del Vaticano.
Dolan es conservador, pero no tan polarizante como Burke. Su estilo directo, su afabilidad y su papel como figura mediática dentro del catolicismo estadounidense lo convierten en una opción más diplomática. Y, quizás por eso, más útil para el propósito de Donald Trump: seguir hablando de sí mismo, incluso cuando la Iglesia elige a su nuevo líder.
Trump y su esposa Melania asistieron el pasado sábado al funeral celebrado en la Plaza de San Pedro. Aunque la ceremonia fue solemne, el líder republicano no ha dejado pasar la ocasión de robar cámara. Su relación con el pontífice estuvo marcada durante años por los roces en torno a la inmigración: mientras Francisco pedía compasión, el presidente de Estados Unidos impulsaba la deportación de miles de migrantes. Ahora, con la silla de Pedro vacía y medio mundo pendiente del cónclave, el republicano no se ha podido resistir a su tentación favorita: imaginarse a sí mismo como salvador del mundo.
Trump celebra sus 100 días: “Acabamos de empezar”
Horas después de sus declaraciones papales, Trump ha volado a Míchigan para celebrar los primeros 100 días de su segundo mandato, iniciado el pasado 20 de enero. El escenario elegido ha sido el condado de Macomb, tierra de fábricas, motores y votantes leales, donde arrasó en sus tres campañas.
“Solo acabamos de empezar. Aún no han visto nada”, ha advertido desde el mitin. Ha prometido “acabar con la inmigración ilegal”, “recuperar nuestros trabajos” y “proteger a nuestros grandes trabajadores de la automoción y a todos nuestros trabajadores”. Todo, mientras insistía en que su gabinete ya ha llevado a cabo “el cambio más profundo en Washington en cerca de 100 años”.
En su discurso no han faltado los clásicos: el ataque a “una clase política perversa que se enriqueció, vendió el país y lo desangró”, la nostalgia de sus primeros cuatro años —“la mejor economía de la historia”— y una predicción: “Nos irá mejor”.
También ha presumido de “frenar el adoctrinamiento” en las escuelas, de cortar “miles y miles de millones de dólares en despilfarro, fraude y abuso”, y de estar “salvando el sueño americano”. Como colofón, ha recordado que esta vez sí hay “un presidente que defiende nuestras fronteras y nuestra nación”.
Macomb, donde General Motors, Ford y Stellantis siguen siendo religión, ha vuelto a servirle de púlpito. Porque, si algo tiene claro Donald Trump, es que cada escenario es bueno para repetir su sermón. Incluso si el humo blanco todavía no ha salido.