Ucrania saca a relucir su ingenio armamentístico con sus drones equipados con latas de patatas fritas
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Ucrania saca a relucir su ingenio armamentístico con sus drones equipados con latas de patatas fritas

La creatividad y la escasez se alían en el frente: las unidades ucranianas refuerzan su guerra lowcost contra un enemigo que está mejor armado.

Un soldado ucraniano prepara un dron FPV en la región de Donetsk.Kostiantyn Liberov

En mitad del barro, los drones, las trincheras y la desesperación, un bote vacío de patatas fritas Pringles ha conseguido lo que cientos de proyectiles enviados desde Occidente no: dejar fuera de combate a un vehículo blindado ruso. La escena no es ni una broma ni un experimento de feria. Sucedió a principios de 2024 en Avdivka, una ciudad del Donbás por la que Rusia había sacrificado hombres y blindados durante meses, cuando el creador el invento, se llama Vadim Adamov tenía en su poder un dron tipo DJI Mavic, explosivos de andar por casa, un bote cilíndrico de las famosas patatas y una misión: resistir.

"No necesito vuestras putas balas americanas”, mascullaba Adamov mientras rellenaba el bote con sulfato y explosivo plástico, según cuenta la web DefenseNews, antes de atarlo al dron y lanzarlo contra un vehículo blindado ruso. El impacto fue certero, dejando fuera de combate al vehículo militar, al que remataron poco después otros proyectiles.

El caso, por extraño que parezca, no es una excentricidad. Es, en realidad, el reflejo de una forma de combatir que el Ejército de Ucrania ha adoptado casi por necesidad. La falta de suministros, el parón temporal del envío de armas y ayuda desde EEUU a finales de 2023, así como el estancamiento del frente, han hecho del ingenio un recurso más valioso que cualquier misil guiado. Porque en esta nueva lógica bélica, la clave ya no está en quién tiene el arma más cara, sino en quién sabe usar la más barata con mayor eficacia.

Drones, patatas y una guerra de adolescentes

El caso de Vadim Adamov no es algo único. En Lyman, al noreste del país, los pilotos de drones, algunos de ellos chavales de menos de veinte años, revisan las grabaciones en las que se ven explosiones en posiciones rusas. Al lado, otro piloto entrena con unas gafas FPV (vista en primera persona), mientras sortea los obstáculos y aprende a colocar con precisión sus cargas explosivas. La mecánica recuerda a la de un videojuego y en parte lo es: hay rankings, medallas virtuales, recompensas y hasta un sistema de bonificaciones por cada blindado que se destruye. "Lo mejor que puedes hacer si oyes uno es hacerte el muerto. Aunque si está tan cerca, probablemente ya estés muerto", bromea uno.

La "gamificación" de la guerra convive con una industria que ha mutado a toda velocidad. Ucrania produjo 2,2 millones de drones en 2024 y espera duplicar esa cifra este año. No solo fabrica drones tipo kamikaze o modelos FPV para vigilancia, también se encarga de desarrollar plataformas para el mar y la tierra. En febrero de 2025, en una conferencia que organizaba BraveOne en Kiev, se presentó un vehículo terrestre no tripulado capaz de transportar víveres y munición al frente. “La idea es que el piloto esté en una zona segura. Cuantos menos soldados se usen sobre el terreno, más vidas salvamos”, explica una de las diseñdoras de la empresa Ukrainian Unmanned Technologies, Sasha Rubina.

Una Pringles, un dron y una guerra de desgaste

La metáfora no puede ser más elocuente. Mientras Rusia despliega armas que cuestan cientos de miles de euros, Ucrania responde con explosivos montados sobre botes de snacks de 1,50 dólares. Lo importante ya no es el envoltorio, sino la funcionalidad. Lo que antes era un hobby de aeromodelismo, hoy marca la diferencia entre vivir o morir en el frente.

La carrera tecnológica entre los dos países se ha vuelto feroz. Por cada dron ucraniano interceptado con inhibidores de señal, Rusia lanza modelos conectados por cable de fibra óptica. En respuesta, Ucrania forra sus posiciones con redes físicas para frenar el impacto. Es un ajedrez digital en el que cada jugada fuerza una reacción. Pero detrás de toda esta ingeniería hay sótanos, fábricas reconvertidas y adolescentes que montan sus propios drones con piezas importadas por separado: hélices, baterías, microcámaras. Y mucha paciencia.

La escena recuerda más a un taller de FP que a un cuartel. Pero en esta guerra asimétrica, donde la moral está por los suelos y el número de soldados ha caído en picado desde el fracaso de la contraofensiva de 2023, el ingenio cuenta más que la pólvora. Lo importante no es tener el arma más sofisticada, sino golpear sin descanso. Una lata, un dron y otro blindado menos.

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