El español y la apertura a la diversidad

El español y la apertura a la diversidad

En un continente pródigo que suma más de 200 idiomas en México o Brasil y casi 100 en Perú y Colombia, el respeto a la diversidad lingüística se perfila como una cuestión particularmente delicada. No basta con la proclamación de un reconocimiento exótico y políticamente correcto.

Bajo el lema El español en el libro: del Atlántico al Mar del Sur se está celebrando durante estos días en Panamá el VI Congreso Internacional de Lengua Española. Como testigo de primera mano, me resulta impresionante la afluencia de asistentes y el gran formato del mismo: suma 4 sesiones plenarias, 5 mesas redondas, 24 paneles y 210 ponentes, dedicados todos ellos -nosotros- a profundizar en la geografía y la industria del libro y en las propiedades educativas, culturales y creativas de este formidable objeto, difusor de sueños y conocimientos. A ello hay que añadir el número ilimitado de participantes que, en esta edición y por primera vez, pueden intervenir gracias a un espacio virtual, habilitado en justa congruencia con la voluntad de expandir más el español en internet, donde ya ocupa el tercer lugar tras el inglés y el chino.

En este marco y por invitación de la RAE -institución con la que la Fundación Carolina colabora estrechamente, a través de la Escuela de Lexicográfica Hispánica- he tenido la oportunidad de presidir el panel consagrado a la "alfabetización en contextos multiculturales", una cuestión compleja y sensible, básica en la configuración de una identidad iberoamericana plural, pero coherente. Al reflexionar en torno al lenguaje y el multiculturalismo, es lógico evocar el mito bíblico de la torre de Babel, que expresa el origen de la diversidad lingüística. Se trata de un relato que suele interpretarse como un castigo divino, pero que también puede entenderse como una bendición. Esta exégesis -formulada por el profesor George Steiner en su libro Después de Babel- nos hace ver en los idiomas una puerta de entrada a nuevos mundos, a concepciones diferentes de la realidad. Mundos e idiomas están, a su vez, en constante mutación, lo que les hace susceptibles de múltiples interpretaciones. De ahí la riqueza de las posibilidades del lenguaje, equivalente a la riqueza de la diversidad cultural: como afirma Steiner, la plena comprensión de un idioma solo se alcanza en el ejercicio de la traducción, esto es, en el momento en el que las lenguas se encuentran, en el que las culturas entran en contacto. Así, puede decirse que sin bilingüismo o sin multiculturalidad estamos abocados a saber menos de nosotros mismos porque el conocimiento de las lenguas abre nuestras mentes y enriquece nuestro entorno.

Este razonamiento cobra todo su sentido a la luz de la pluralidad lingüística del continente americano, cuyo nivel de alfabetización no hace sino incrementarse. Huelga abundar en los beneficios que comporta la alfabetización, no solo en términos cívicos y económicos sino también sanitarios, ya que una mayor alfabetización reduce las tasas de mortalidad infantil y la transmisión de enfermedades. Y es que la alfabetización es mucho más que aprender a leer y escribir. En la alfabetización habita el origen de las civilizaciones, aquel en el que se traza la línea de demarcación entre el reino de la naturaleza y el de la cultura. En este sentido y aunque la cifra siga siendo alta, la erradicación del analfabetismo que ha registrado Iberoamérica es notable, pasando de 34 a 29 millones en apenas 4 años. Gran parte de los avances tienen que ver con el Plan Iberoamericano de Alfabetización, un compromiso continuado que se aprobó en la Cumbre de 2007 con el objetivo de universalizar la alfabetización antes de 2015 y cuya aplicación responde al criterio de contextualización cultural, siguiendo la estela de recomendaciones que viene marcando la UNESCO desde mediados del siglo XX.

Es obvio que, en un continente pródigo que suma más de 200 idiomas en México o Brasil y casi 100 en Perú y Colombia, el respeto a la diversidad lingüística se perfila como una cuestión particularmente delicada. No basta con la proclamación formal de un reconocimiento exótico y políticamente correcto que nos reconcilie con nuestra conciencia cultural. Hay que tener presente que el patrimonio experiencial y creativo en el que confluyen nuestras vivencias y se cifran nuestras identidades se resuelve siempre en clave lingüística. Por ello, la mejor alternativa a la arborescencia verbal iberoamericana debe recuperar la invocación al bilingüismo. Es una opción en la que ha insistido el director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, quien ya sostuvo en el último Congreso Internacional que "el proyecto de una educación integral en el ámbito iberoamericano se afronta sobre la pauta del bilingüismo". Una pauta que no hace dejación de la política panhispánica de la Asociación de Academias, toda vez que el español se ha convertido en una lengua abierta a la diversidad e incluso -de acuerdo con el filólogo Claude Hagège- en un paraguas protector del quetchua o el guaraní frente al inglés.

Ni que decir tiene que el mismo argumento es aplicable al interior de España, donde la convivencia del español con las lenguas cooficiales es (o debería de ser) más que un motivo de disputa, una razón de orgullo, siempre que a estas no se las considere como un instrumento ideológico, sino más bien como lo que, en rigor, son: sistemas de significación al servicio del entendimiento entre las personas cuyo conocimiento multiplica nuestras capacidades expresivas y también competitivas. Solo así, reinterpretando la diversidad como fuente de innovación y crecimiento personal y económico, las distintas instituciones culturales y académicas de los países hispanohablantes podrán juntar fuerzas en la defensa del patrimonio que al cabo compartimos, custodiando la riqueza de nuestras tradiciones y proyectando el valor de nuestra pluralidad.