No os toméis mis noes como algo personal: se los voy a decir a todo el mundo

No os toméis mis noes como algo personal: se los voy a decir a todo el mundo

¿Que si puedo estar en tu casa a las doce? ¡Faltaría más! ¿Que si te dejo trescientos pavos en alguna unidad monetaria extranjera? ¡Por supuesto! ¿Que si puedo ayudar a un amigo con la mudanza, llegar tarde a ayudarle porque también me había comprometido a cuidar de la mascota de otro amigo y acabar decepcionando a los dos en el proceso? ¡Claro que sí!

GTRESONLINE

Vivimos en la cultura del sí. La tan conocida autoayuda es aquella de la que nos beneficiamos al aprovechar las oportunidades, adentrarnos en lo desconocido, lanzarnos ante las posibilidades que se nos presenten. Sí, son todo ventajas, es maravilloso: sí, ve a hacer senderismo por Fiyi. Sí, sal con el guapísimo italiano que trabaja en el bar al que sueles ir, aun a riesgo de que en el futuro las cosas sean algo incómodas.

Un sí a tiempo es capaz de expandir nuestro mundo de maneras maravillosas e inesperadas. Pero en esta ocasión escribo para realzar el poder de otra palabra muy simple: no.

De hecho, el 2015 fue mi año del no (no es tan inspirador como El año del sí de Shonda Rhimes, pero es igual de efectivo) y pienso hacer del 2016 otro año del no.

Me estoy recuperando del sí. Al igual que muchas personas, y que muchas mujeres, me gusta complacer a la gente. ¿Que si puedo estar en tu casa a las doce? ¡Faltaría más! ¿Que si te dejo trescientos pavos en alguna unidad monetaria extranjera? ¡Por supuesto! ¿Que si puedo ayudar a un amigo con la mudanza, llegar tarde a ayudarle porque también me había comprometido a cuidar de la mascota de otro amigo y acabar decepcionando a los dos en el proceso? ¡Claro que sí!

La palabra "no" me habría sido de gran utilidad en muchas ocasiones, pero ni siquiera sentía que tuviera el derecho a utilizarla.

La combinación de inseguridad con la necesidad de aprobación constante había conseguido convencerme de que la palabra "sí" era la clave para gustar a los demás. Si dejaba de decir que sí, ¿qué otra cosa podía ofrecer a los demás? Por eso repartía mis síes generosamente y, a medida que crecían mis obligaciones, iban creciendo mis resentimientos y mi sensación de incompetencia. Bonito bucle. (Si quieres leer más sobre el tema, lee, en inglés, esta increíble pieza sobre la codependencia publicada en Lenny Letter).

La palabra "no" me habría sido de gran utilidad en muchas ocasiones, pero ni siquiera sentía que tuviera el derecho a utilizarla.

Es fácil dejar este fenómeno para el ámbito personal de nuestras vidas, y durante mucho tiempo fue así. Intentaba desesperadamente satisfacer a mis amigos y a mi familia -era incapaz de darme cuenta de que las expectativas que me esforzaba tanto por cumplir las había creado yo misma- y pensaba que mi problema con el "sí" era exclusivo de mis relaciones personales. Después de todo, el trabajo consiste en trabajar, en aceptar retos. El trabajo es, orgánicamente, el lugar del sí. En la industria de la televisión aceptamos demasiadas cosas, vamos contra reloj, hacemos lo que podemos con escasas horas de sueño, ingentes cantidades de cafeína y arrebatos de inspiración aleatorios. Me sentía tan mal por dejar mensajes sin contestar, por cancelar planes y por rehacer promesas en mi vida privada que me propuse contestar a todos los correos electrónicos a cualquier hora, realizar todas las tareas que me encargaran y acabar el día leyendo un artículo que me hubiera mandado un compañero en lugar de leer un libro por placer. Incluso en mi papel de jefa solía negarme a delegar; en vez de eso, asumía más carga de trabajo para que mis trabajadores vieran lo competente que era. Si había que hacer horas extra para escribir algo, yo lo hacía.

Si dieran un premio por correr como una loca con manchas de té en la camisa y papel higiénico pegado al tacón, me lo habría llevado yo. Y, durante un tiempo, todo fue sobre ruedas. Para mí, un cumplido como "eres la más rápida contestando correos electrónicos" o "¿cómo puedes hacer tantas cosas a la vez?" era mejor que un piropo romántico. Satisfacía mi deseo de parecer indestructible y fiable. Y, en el fondo, querible.

Pero solo somos capaces de seguir en la cuerda floja hasta que la gravedad hace su trabajo. Cuanto más sufrían mis relaciones personales, más quería trabajar. Cuanto más trabajaba, más trabajo tenía por hacer. Parte de mi trabajo requiere que sea creativa, que me sumerja en mi experiencia y que saque tiempo para soñar. Pero todo eso había sido sustituido por un iPhone que no dejaba de sonar y una lista de tareas que no dejaba de crecer. Me gustaría poder decir que el momento en el que toqué fondo fue cuando me quedé dormida en la fiesta de bienvenida del hijo de una amiga, o cuando me tropecé porque iba escribiendo un mensaje que decía "estaré allí a las cinco" mientras iba andando por la calle y me torcí el tobillo. Pero recordar todo lo que había tenido como consecuencia el sí y todas las veces en las que el no me había fallado solo conseguía motivarme más.

Incluso en mi papel de jefa solía negarme a delegar; en vez de eso, asumía más carga de trabajo para que mis trabajadores vieran lo competente que era.

Una noche, escribiendo la tercera temporada de la serie Girls, cuando estaba acabando un guion en el último momento, me di cuenta de que los ojos se me cerraban solos. Llamé a mi compañera Jenni y le dije: "Enviaré esto mañana. Estoy demasiado cansada. Lo siento".

"Ya me imaginaba que acabarlo hoy no era un objetivo realista", me dijo amablemente.

Me puse a la defensiva, y le recité todas las cosas que había tenido que hacer esa noche, que estaba sometida a una gran presión, que estaba muy cansada, bla, bla, bla.

Jenni me interrumpió: "Lo único que yo quería era que me escucharas para que pudieras descansar esta noche, no someterte a esta presión. Solo quiero que seas realista con lo que puedes hacer y que te ahorres este estrés".

Fue un momento de gran empatía: Jenni me recordó que entregar un trabajo dentro del plazo establecido no era lo que hacía que me quisieran o me respetaran, y que la vida no tenía por qué ser una carrera interminable en la que encajar todos los síes.

Fue un proceso lento, pero acabé introduciendo un educado "no" en mi vocabulario. "No puedo acabarlo para el viernes", u "ojalá pudiera ir al encuentro con los fans, pero tengo la semana hasta arriba" o incluso "no, no estoy a gusto con esta dinámica". Y, entonces, ocurrió un milagro: mi vida personal siguió el mismo curso. No puedo ir a la fiesta de cumpleaños. No quiero ir a hacer laser tag en mi vida. Estoy agotada. La gente responde bien a la sinceridad y a la realidad. Lo comprenden. Resulta curioso cómo en respuesta a esos noes aparecieron muchos síes.

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Este post se publicó originalmente en LinkedIn Pulse.

El artículo fue publicado con anterioridad en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno e Irene de Andrés.

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