En la memoria del archipiélago queda la historia del país que conquistó Las Palmas de Gran Canaria durante 10 días
Un breve asalto que marcó para siempre la memoria de la isla.

A lo largo de los siglos, las Islas Canarias siempre han sido un enclave muy codiciado por todas las potencias por ser un punto estratégico en la ruta hacia América. Tanto que a finales del siglo XVI, una poderosa armada procedente del norte de Europa puso sus ojos en la ciudad de Las Palmas, todavía sin el añadido de Gran Canaria, y desembarcó aquí sin previo aviso desatando un breve asalto que marcaría para siempre la memoria de la isla.
Esto ocurrió durante la Guerra de los Ochenta Años, cuando las Provincias Unidas de los Países Bajos luchaban por su independencia de la Corona española. Aunque no eran reconocidas como un estado soberano, estas se comportaban como una potencia naval y comercial de primer orden. Contaban con barcos más ligeros y maniobrables que los pesados galeones españoles, lo que les daba cierta ventaja marítima.
El 26 de junio de 1599 los barcos holandeses se acercaron a la costa norte de Gran Canaria y desembarcaron por las escolleras de Santa Catalina, un lugar que posteriormente fue rebautizado como la Punta de la Matanza por la violencia de los combates. La expedición fue liderada por el almirante neerlandés Pieter van der Does, quien justificó la operación como un castigo por la “injuria y crueldad” de la Corona española y un intento de socavar el prestigio del Imperio español.

Breve pero intenso
Con una marina ágil y ligera, formada por más de 70 naves y alrededor de 12.000 hombres, las tropas holandesas se lanzaron sobre la ciudad de Las Palmas, cuya población se vio obligada a refugiarse en el interior de la isla. Fue entonces cuando Santa Brígida se convirtió en cuartel de defensa y refugio de las autoridades locales, desde donde además se coordinaron las diferentes operaciones defensivas que buscaban recuperar el control de la isla.
Mientras tanto, las tropas invasoras saquearon los principales edificios de la capital, sobre todo la catedral de Santa Ana, llevándose campanas, objetos preciosos y algunos documentos históricos de gran valor como el Archivo del Ayuntamiento de Las Palmas, cumpliéndose así su objetivo de dañar el prestigio español. Pese a su escaso armamento, la milicia canaria consiguió frenar la expansión neerlandesa hacia el centro de la isla.
Con emboscadas eficaces en puntos estratégicos de su terreno, como Tafira, las tropas locales defendieron la isla y lograron expulsar a los invasores después de diez días de infierno, algo que también estuvo motivado por la escasez de suministros y las heridas sufridas por el propio Van der Does. Su valentía quedó inmortalizada en el escudo de Santa Brígida, hoy aún adornado con la leyenda: "Por España y por la fe, vencimos al holandés".
Tras esta incursión, la ciudad fue reconstruida con el objetivo de no volver a ser invadida por sorpresa. Para ello se reforzaron las murallas y se erigieron nuevas baterías defensivas, así como la resistencia de la población canaria se ha convertido en símbolo del orgullo insular y en una historia que perdura en la memoria colectiva del archipiélago, lo que ha servido para reforzar el espíritu de unidad en Canarias.