Carta abierta al camarero que regañó a mi hija

Carta abierta al camarero que regañó a mi hija

No tengo inconveniente en que un familiar o un amigo reprendan a mi hija, pero ¿un camarero? ¿Por una tontería? No. Lo siento, pero no me parece bien.

Hoy ha sido un día interesante. Como mi hija empieza el colegio en septiembre, quería intentar aprovechar al máximo los últimos días que nos quedaban juntas. Salimos de casa a las 10 y pasamos la mañana en la biblioteca y viendo tiendas; así que para la hora de comer nos moríamos de hambre.

Para aquellos que no conozcáis a mi hija... la palabra que mejor la describe es "enérgica". Está llena de vida, siempre está contenta, siempre está riéndose, cantando, bailando... pero a veces puede ser demasiado inquieta. En ocasiones me pregunto si las instrucciones que salen de mi boca llegan a sus oídos, pero tiene solo cuatro años y está viviendo la vida al máximo. Normalmente tengo que repetirme mucho, que pedirle que no haga ruido y, a veces, me gustaría que viniera con un mando para bajarle el volumen. Y también la regaño. Creo que es importante que aprenda que hay ciertos límites y que vea que los modales son importantes. También me gusta que los demás vean que la corrijo cuando ha hecho algo mal...

Pero ¿es apropiado que otra persona regañe a mi hija?

Si es un miembro de la familia, sí, por supuesto. Mi padre y mi hermana la regañan si hace algo mal y yo no digo ni mu.

¿Si es un amigo? Pues también. Si se está portando mal o si está poniéndose o poniendo al hijo de mi amigo en una situación en la que no debería estar, no tengo ningún problema en que mi amigo le diga que pare.

Pero... ¿un camarero? ¿Por una tontería? No. Lo siento, pero no me parece bien.

Hoy me he mordido la lengua cuando un camarero, el que ha venido a servirnos la comida a mi hija y a mí, ha regañado no solo a mi hija, sino también a un grupo de niños que teníamos a la derecha.

Cuando ha venido a tomar nota, mi hija estaba cantando. No se trataba de ninguna canción ofensiva, ni estaba gritando; estaba cantando You Are My Sunshine, supongo que por la actuación de la graduación de preescolar, ya que lleva un mes cantándola una y otra vez.

Cuando estaba diciéndole lo que queríamos pedir, el camarero la ha mirado y le ha dicho: "Deja de cantar, que no oigo a tu madre". Ni siquiera lo ha dicho sonriendo, ha sido muy cortante. He de reconocer que mi hija dejó de cantar (y volvió a empezar en cuanto el camarero se marchó).

No lo pensé mucho en ese momento, pero cuando le he oído regañar a otro grupo de niños —"Sentaos, chicos, que ya casi está vuestra comida"— que hacía unos minutos estaban sentados con sus padres, he empezado a cabrearme.

No había ni rastro de amabilidad, ni siquiera de una sonrisa apretando los dientes en su "Vamos, chavales, que la comida está de camino".

No era el mejor día de su vida, y se notaba.

Aunque entiendo que para algunas personas lo ideal sería que los niños fueran capaces de sentarse, estar quietos y ponerse a colorear sin hacer ruido, la mayoría de los padres sabemos que eso no es lo habitual. Ya nos pasó una vez, y no creo que vaya a volver a pasarnos próximamente.

Y resulta que, además, me gusta que mi hija cante. No cantaba a gritos, no era peligroso, no era invasivo; no era más que una niña de cuatro años que se lo estaba pasando bien. Estábamos en un restaurante familiar a la hora de comer. Si no te gustan los niños, lo siento, querido camarero, pero estás en el puesto equivocado. Yo trabajé en el mundo de la hostelería durante muchos años y me enseñaron a tratar siempre con respeto a los clientes, por mucho que me sacaran de mis casillas.

Y en cuanto a su propina...

La he utilizado para comprarle a mi hija un huevo sorpresa, gracias.

Este blog fue publicado originalmente en Real Mum Reviews.

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Este artículo fue publicado originalmente en la edición británica del 'HuffPost' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.