Que el primer ministro húngaro haya tenido el descaro de reunirse en el Kremlin con el autócrata ruso y extender beneficios al no menos despótico Lukaschenko, es en sí una elocuente muestra de su contumaz desprecio por lo común.
Les place experimentar ese voto como una forma exasperada o nihilista de rechazo por casi todo lo demás, y saborear al daño que creen infligir, al votar, a ese supuesto statu quo cuyo desprecio incita la ultraderecha flamígera.
Urge preservar la mayoría proeuropea frente a quienes la impugnan, pero no es sensato subestimar —menos aún, ignorar— el riesgo indicado por la tendencia al alza de la reacción nacionalista, del populismo de ultraderecha y su explotación de las incertidumbres y temores.
Sin una red europea de solidaridad, entonces no solo inexistente sino a duras penas imaginable, España reforzó su presencia y su colaboración con los principales países de procedencia de migrantes.
En su galope de Gish, las tres derechas españolas volvieron a verter desenfrenadamente, falsedades y enormidades tan cansinas como estrambóticamente lesivas para la imagen de España.
La idea europea de democracia, derechos fundamentales y Estado de Derecho exige también no sólo una toma de conciencia respecto a sus amenazas sino una acción común de preservación y defensa.