Feijóo y el camino alemán
De momento, Europa está resistiendo esta impetuosa presión, que ya domina en Italia y en Hungría y que ha alcanzado considerable presencia en otros muchos parlamentos.

Las elecciones generales alemanas del día 26 son las primeras de la UE que se celebran con Trump en la Casa Blanca. Alemania se encuentra en una situación de deterioro muy especial, atribuible en gran parte a los errores abultados de la canciller Merkel pero agravado por el auge de una extrema derecha descarada que ha sabido aprovechar las equivocaciones de las fuerzas democráticas y sobre todo la sensación de desánimo con que la primera potencia de la UE afronta su crisis: el país, en su exasperante ortodoxia financiera, lleva dos años en recesión, ha perdido gran parte de su capacidad tecnológica y exportadora y ha dejado de ser la legendaria "locomotora europea" que tiraba hacia arriba de los 27.
La situación ha sido tan desalentadora que el canciller Scholz, socialdemócrata del SPD, que ha gobernado con Los Verdes y con el liberal FPD (este hasta noviembre pasado), perdió voluntariamente una moción de confianza para anticipar elecciones. Las encuestas dan hoy con diferencia la victoria a los socialcristianos de CSU/CDU y la segunda plaza a la fuerza de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD), heredera de las ideologías autoritarias que alumbraron el nazismo y que, para muchos analistas, aprovecha el malestar social generado por la incompetencia de sus partidos tradicionales.
No solo Merkel está hoy siendo denostada: también su predecesor, Schröder, socialdemócrata, ha frustrado a la inmensa mayoría de quienes fueron sus partidarios al convertirse muy tempranamente en amigo y socio de Putin y vincularse sospechosamente al negocio de la energía entre Moscú y Berlín.
Recientemente, el candidato conservador, Friedrich Merz, un católico de una familia tradicional de Renania del Norte-Westfalia, elegido candidato a la cancillería el pasado septiembre por la CDU, ha cometido un error abultado al pretender sacar adelante unas iniciativas sobre la inmigración en el Bundestag con el apoyo de los diputados de Alternativa para Alemania. Una gran traición al venerable acuerdo democrático de Alemania según el cual los partidos neonazis o autoritarios han de ser radicalmente excluidos de la vida parlamentaria mediante un cordón sanitario que impedirá a cualquier formación democrática pactar con ellos. Merz restó importancia a esta regla de oro, se saltó la norma y presentó sus propuestas… que fueron derrotadas porque sus propios diputados impidieron que salieran adelante. Merkel tuvo durísimas palabras contra Merz por haber vulnerado aquel principio sagrado.
Merz ha salido muy tocado de este renuncio, que sin embargo para él no ha pasado de ser una anécdota. Muchos europeos pensamos que no lo es, y que el gesto acrecienta una detestable corriente de opinión y de pensamiento encabezada por Trump y formada por numerosos partidos iliberales, populistas, neofascistas o neonazis, tan potentes que casi representan la tercera parte de los escaños del Parlamento Europeo.
De momento, Europa está resistiendo esta impetuosa presión, que ya domina en Italia y en Hungría y que ha alcanzado considerable presencia en otros muchos parlamentos comunitarios, el español entre ellos. Las dos naciones que vertebran la UE, Alemania y Francia, mantienen sin embargo ese cordón sanitario que por ahora asegura que continuarán rigiendo los códigos de valores humanitarios y democráticos marcados a fuego en los Tratados de la UE.
En España, como es conocido, la ultraderecha de VOX, que nació como una excrecencia del conservador Partido Popular, fue naturalizada por el PP en ayuntamientos y comunidades autónomas y ambos partidos gobiernan en muchos de ellos. Tan cooperación está ahora en crisis porque el PP se ha negado a determinadas exigencias de sus socios cuya satisfacción sería inconcebible para cualquier demócrata. En las últimas elecciones generales, la opinión pública dio por hipotéticamente posible un gobierno PP-VOX, y por ello forzó la máquina hasta impedir que ambas organizaciones consiguieran conjuntamente la mayoría parlamentaria suficiente para gobernar. Hoy, la amenaza ideológica de la izquierda española no es tanto el tradicional Partido Popular sino la —hasta ahora— más que probable alianza entre las dos organizaciones conservadoras, la única democrática y la otra no.
Lo exigible aquí, en nuestro país, es que el PP recupere íntegramente el cordón sanitario que le muestran sus correligionarios europeos porque no cabe aceptar que nuestro modelo constitucional se degrade. Y la izquierda ha de exigírselo a Feijóo con plena legitimidad para ello. Sin embargo, hay un matiz que no debe ignorarse: Merkel cargó contra su correligionario Merz por su condescendencia con la ultraderecha después de haber formado tres "grandes coaliciones" con la CDU/CSU a lo largo de sus dieciséis años de mandato al frente de la cancillería.
En España, solo un desorientado puede hoy proponer un gobierno de gran coalición PP-PSOE… El tono del discurso político lo haría imposible. Pero debemos reflexionar sobre esta situación porque si los alemanes han conseguido superar la inmensa grieta que la Segunda Guerra Mundial, los españoles tenemos la obligación de alejar en el subconsciente colectivo la memoria de la guerra civil. Nada debería impedir un gobierno de concentración si las circunstancias lo exigieran para preservar la integridad democrática del sistema.
Dicho en otras palabras, tenemos aquí que recuperar la frontera entre demócratas y autoritarios. Y quienes estén del lado de aquellos han de aprender a convivir con menos ira que actualmente. Piénsenlo, que tampoco es tan difícil.