Por qué Juan Carlos I sigue siendo un referente de democracia en buena parte del mundo
La aplastante vergüenza de sus escándalos no ha borrado el cliché de décadas de que fue el motor o el líder de la Transición. Cuando había países aún peleando contra dictaduras o yugos colonianes, su imagen fue un referente. Y eso aún pesa y gana.

Aldea de Emnaziel, sureste de Hebrón, Cisjordania ocupada. Año 2011. Un anciano palestino con kufiya y bastón señala unas placas solares instaladas por la cooperación española y comenta sonriendo: "Nos ayuda el rey Juan Carlos. Ojalá un día tengamos un líder como él". Tras el shock, la explicación: "Sacó a su país adelante sin violencia, acabó con el pasado y unió a gente muy distinta. ¿No es acaso lo que necesita mi pueblo?". Es apenas un botón de muestra de la lectura que buena parte del mundo, hasta en rincones recónditos, hace de la figura del hoy cuestionado rey emérito de España.
No tiene sólo que ver con su aplaudido papel en la Conferencia de Madrid de 1991, el primer aliento al repetidamente fracasado proceso de paz entre israelíes y palestinos. Es una visión que recorre el mundo árabe, sí, por aquello y por las amistades que trabajó durante sus casi 39 años de reinado -luego supimos más, demasiado-, pero también llega a África o América Latina y al mundo occidental, por el que tan bien supo moverse.
La aplastante vergüenza de sus escándalos no ha borrado el cliché de décadas de que fue el "motor" o el "líder" de la Transición española. Aquella referencia cristalizó en el imaginario colectivo de unos países que luchaban entonces contra otras dictaduras o contra yugos coloniales, para las que su imagen fue un referente. En los más avanzados, sembró la idea de aperturismo y libertad, de posible nuevo socio confiable. Y eso aún pesa y, con matices, gana.
El historiador alemán Walther L. Bernecker, estudioso de la Guerra Civil, la dictadura y la Transición, escribe en Monarchy and Democracy: The Political Role of King Juan Carlos in the Spanish Transition (Monarquía y democracia: El papel político del rey Juan Carlos en la Transición española), que la clave para entender por qué se ve al monarca como cabeza visible de aquel logro colectivo hay que ir más allá de sus "convicciones morales fundamentales" o el "impacto político práctico" de su figura, y centrarse en cómo supo superar el reto de contentar a reformistas e inmovilistas, a un tiempo.
Expone que los planes del dictador, Francisco Franco, eran que el Borbón "completase y desarrollase" la estructura institucional que él había forjado, perpetuando su poder desde la tumba, que diría Salvador de Madariaga. Juan Carlos, en cambio, se convirtió en el rey con más poderes de Europa, pero renunció a actuar como un dictador. Enumera que tenía poderes constituyentes, de control del funcionamiento de las instituciones, de mantenimiento del orden público, de nombramientos y ceses, de sancionar leyes y promulgar decretos y hasta el mando supremo de los tres Ejércitos y, sin rodillo, dio forma "decisiva" al postfascismo.
Le aplaude la "Transición pactada", "no rupturista", y el camino para superar sus tres retos iniciales: ganarse un espacio propio, ganarse a los que mandaban y ganarse al pueblo. Bernecker indica cómo fue quitando poco a poco a mandatarios franquistas, incorporando a reformistas como Adolfo Suárez o Manuel Gutiérrez Mellado, contactando con los mandos militares y con el empresariado y atesorando reconocimiento con las leyes de amnistía o partidos y reconciliación, más incontables visitas por toda España y, también, por todo el mundo.

Así fue como a él "se le identificaba con las reformas", por más que no fueran sólo mérito suyo, y se le empezó a llamar "piloto de cambio" en medios como el Times de Londres o en la norteamericana Newsweek (hasta con polémica). Y así fue que empezó a ganarse fama de cercano, lo que en España llamaríamos luego "campechano" y que fuera, para estos medios, se traducía en etiquetas como "extremadamente cercano y atento". Si tenía que romper el protocolo y hacerse más próximo, no tenía reparos.
El historiador entiende que el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 fue el colofón para lograr esa imagen. Franco, con su elección como sucesor, y su propio padre, don Juan, con su renuncia a sus derechos sucesorios, le dieron "legitimación" y Juan Carlos, por su parte, ganó la "legitimidad", emparejada con la democracia.
Proyección exterior
Cuando en 2014 abdicó, la agencia France Presse calificó al emérito como un "héroe manchado", pero seguía manteniendo la idea de salvador. El europeísta belga Matthias Poelmans explica que aún "domina la imagen de servicio a su país", pese a los escándalos financieros y del corazón que han salido a la luz, sobre todo, en la última década. "Por supuesto, creo que la valoración ha perdido brillo, pero se sigue entendiendo que es el mismo hombre que introdujo rápidas reformas en España, que desmanteló el antiguo régimen, que supo nadar entre las viejas y las nuevas aguas y eso permitió la estabilidad y la libertad en España, además de su plena incorporación al mundo, empezando por la Unión Europea".
"Quizá ni en una generación completa, puede que en media -bromea-, las cosas cambien, pero en la de los actuales gobernantes del mundo, la memoria guarda su imagen de uniforme mandando a seguir con la democracia, cuando se estaba dando un golpe de Estado", resume. "El siglo estaba cambiando, Occidente pedía derechos y avances, y en esas llega un rey, lo que siempre es además algo atractivo, y sabe jugar un papel no ceremonial, sino político, decisorio, llamando a la continuidad de la Transición y a la calma. Eso importa", ahonda.
Recuerda, por ejemplo, que cuando Juan Carlos empezó a asentarse en el papel que ha tenido hasta el final, más institucional (algo que los expertos sitúan tras la llegada del PSOE al poder, en 1982), su figura "creció aún más" en el plano internacional, porque ayudó a procesos como el de Israel y Palestina (el acuerdo final se firmó en el Palacio Real) e "impulsando en gran medida la incorporación de España en la UE, con su don de gentes y su imagen de apertura, símbolo de la unidad y compromiso de su país". Hizo un trabajo de fondo, defiende, con Alemania y Francia.

También se volvió "muy activo y eficaz en América Latina, donde hizo viajes constantes", explica el historiador sevillano Manuel Seco. Se ganó una imagen de respeto "pese al escozor del mal llamado descubrimiento de América", posiblemente dilapidada en 2007 cuando soltó aquel: "¿Por qué no te callas?", al entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Como se suele decir de la sociedad española, América Central y del Sur eran más juancarlistas, sin ser monárquicas. "Fue llamado para fomentar las transiciones a la democracia en Argentina, Brasil, Chile o Uruguay y tomado como espejo", añade. Lo nombraron presidente honorario de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEA). "Exteriores siempre se felicitó de que era el mejor embajador que podía tener España, hasta que dejó de serlo", recuerda.
Cuando abdicó, en 2014, Naciones Unidas emitió un comunicado de prensa de agradecimiento a su labor en el que constataba, de nuevo, "el papel fundamental" jugado "en la transición de España a la democracia". Seco entiende que es "el resumen de la visión global, de la organización y de los estados que la conforman, porque hasta en África, una tierra de menor conexión, se miraba el fin del franquismo como una ruptura con un siglo moribundo, donde ni el totalitarismo ni el colonialismo tenían lugar".
Y pone el ejemplo de Nelson Mandela, el que fuera primer presidente negro de Sudáfrica y premio Nobel de la Paz, con quien Juan Carlos siempre mantuvo una relación estrecha. "Ahí están los viajes cruzados y las cartas", insiste. Esa amistad nace cuando compartieron el premio Simón Bolívar a la Lucha por la Libertad en 1983, que aplaude "actividades que hayan contribuido a la libertad, independencia y dignidad de los pueblos". En el caso del español, EEUU dijo literalmente que había evitado otra guerra civil.
En el continente africano, además, destaca su relación con la dinastía de Marruecos, país donde también se vio como palanca de cambio, empezando por su visita al Sáhara Occidental, estando Franco por morir, para avisar de la retirada española.
Hablando de galardones internacionales: el monarca fue Premio de la Paz Félix Houphouët-Boigny de la UNESCO en 1995 "por sus esfuerzos en favor de la paz", y hasta su imagen aparece en monedas conmemorativas, como la de las 40.000 pesetas, por el Año Internacional de la Tolerancia y el 50º aniversario de la organización de Naciones Unidas. "El rey demócrata", lo llama en sus archivos. También cuenta con el Premio Carlomagno, el Jean Monnet para Europa, el Premio Estatal de la Federación de Rusia, la orden olímpica y distinciones de 80 estados.

No tenía otra opción
Juan Carlos I había sido formado por Franco, a su manera y con sus valores e intenciones. Fue elegido para dar continuidad. No lo hizo y esa renuncia al poder absoluto lo ha convertido en el icono de un trabajo común, de un mérito de país. Aún millones de autores que debaten sobre si su conversión fue más o menos sincera. Unas entrevistas de la Association for Diplomatic Studies and Training (Asociación para Estudios y Formación Diplomáticos, o ADST, por sus siglas en inglés) de EEUU, con sede en Arlington, a enviados de Washington a España en aquellos tiempos, avalan la idea de la sinceridad del cambio. Clint A. Lauderdale, consejero administrativo de la embajada norteamericana en Madrid de 1975 a 1979, habla del papel "facilitador" del rey y de su "miedo a rencores y represalias" por virar.
"Por suerte, la impresión que causó el rey Juan Carlos (a la derecha, junto a Franco) fue favorable, aunque persistían ciertas dudas debido a su discreción. No se había presentado abiertamente para decir: 'Este soy yo, estos son mis principios y este es el rumbo que quiero darle a España'. Creo que sintió que no podía hacer eso con Franco vivo, así que se mantuvo en la sombra y nadie sabía con certeza qué tipo de soberano iba a ser. Por eso había algunas dudas, algunos 'observemos con atención', pero con un trasfondo de optimismo", expone.
Wells Stabler, embajador de EEUU en nuestro país en el mismo periodo, explica que tuvo numerosos encuentros con el monarca en ese tiempo y que su cambio era una apuesta. "Me quedó claro que iba por el buen camino", enfatiza. Recuerda que no se derogaron muchas leyes, sino que se adaptaron o transformaron, en un intento de no dar un volantazo que alertase a lo que quedaba del franquismo. A la izquierda tampoco se le regalaba nada, porque el rey se negó a "empezar de cero" con los articulados. Supo no improvisar y aprender también de lecciones de la dictadura vecina, la portuguesa, donde los cambios fueron más impetuosos. Aquí había piloto y procedía de los viejos tiempos.

"La democracia no cayó del cielo", como dice el emérito en sus memorias recién publicadas, pero tampoco fue sólo cosa suya, idea que persiste fuera de nuestras fronteras. Mary Vincent, catedrática de Historia Europea Moderna en la Universidad de Sheffield (Reino Unido), escribe en The Conversation que fue clave su intención de no ejercer los poderes totales que le cedió el dictador porque ayudó a mediar, pero que el proceso de transición venía "negociado y liderado por la élite, llevado a cabo íntegramente dentro del marco legal franquista vigente". Destaca esa "singularidad" en la vía española: cómo la legitimidad llegó de forma pacífica y legal, pero "impuesta desde arriba" y por medios no democráticos".
Si accedió a que el sistema fuera una monarquía constitucional es porque "no había alternativa" en Europa, a finales de siglo, a esas alturas de campeonato. Tenía un ejemplo claro en Grecia, con su cuñado Constantino de Grecia, que quiso congraciarse con los militares, acabó expulsado por ellos y no volvió a reinar ni con la recuperación de la democracia. Presente como para escarmentar en cabeza ajena. Y más claro lo tenía, también, cuando había ya una "desvinculación social" con la dictadura, una mayor presión popular por la apertura e, igualmente, "intereses empresariales y financieros, ahora centrados en los mercados europeos en expansión de la UE", que "tampoco tenían ningún interés real en mantener regímenes dictatoriales".
"La habilidad del rey radicó en consolidar su posición como monarca y redefinirla constitucionalmente. En este sentido, su cargo como comandante en jefe de las fuerzas armadas fue clave", abunda, citando nuevamente el 23-F. Aquel fracaso de Antonio Tejero y su gente "garantizó que, si bien el rey Juan Carlos no restauró la democracia en España por sí solo, fue el primer monarca constitucional genuino del país", defiende la profesora. Si su papel fue "crucial", insiste, es porque tuvo la autoridad y los medios legales del "aparato" fascista pero renunció y se limitó a sí mismo, forjando la imagen de "rey necesario" y "útil".
