Mariane, 'rompe' el gimnasio a sus 91 años: "Me aburro en casa, no quiero quedarme en cama, me voy a poner en forma"
A su avanzada edad, entrena tres veces por semana y se ha convertido en ejemplo de envejecimiento activo.

Qué mayor motivación para hacer ejercicio que una lección de voluntad, no ya de una persona joven y en forma, sino de una anciana de 91 años. Si el amor no tiene edad, el cuidar tu cuerpo y ejercitarlo menos; es más, si quieres una vida longeva, pero sobre todo autosuficiente, más vale hacerlo.
La anciana vive en Cluj, que igual te suena por pertenecer a Transilvania (Rumanía), a la tierra del Drácula, pero no, el secreto de la eterna juventud no está en la sangre ni en leyendas, sino en la salud, en moverse en todo momento, en ejercitarse, y para ello no hay edad límite, bien al contrario.
Se llama Oma, que en alemán significa abuela, y a sus 91 años, con problemas serios de visión no le impide tener un espíritu indomable y activo, que lo resume con una frase: "No quiero quedarme en cama", dice al diario Observator.
No fue una recomendación médica ni una moda pasajera. Fue puro instinto de supervivencia activa. "Me aburro en casa. No puedo leer, apenas veo la televisión. Tengo degeneración macular y ya no puedo leer", explicó en una entrevista concedida a Observator. Y añadió la razón definitiva: "Si me quedo en cama me voy a poner rígida, voy a subir de peso".
Del escepticismo inicial a la admiración
Cuando Mariane cruzó por primera vez la puerta del gimnasio del barrio, nadie apostaba por ella. Ni siquiera el propio dueño del centro. "Al principio le dije que era un poco arriesgado darle un abono por su avanzada edad", reconoce Gelu Sabău, propietario del gimnasio. Su preocupación no era infundada: con 91 años, cualquier actividad física mal planteada puede implicar riesgos.
La solución fue clara: certificado médico y progresión lenta. "Le pedí un informe médico para evitar problemas y me dijo que podía traer tantos como quisiera", recuerda Sabău. Con ese aval, empezó el trabajo.
Toma buena nota para llegar a los 100 años
Primero, ejercicios muy suaves, siempre acompañada por un instructor. Nada de prisas, nada de pesos innecesarios. Poco a poco, fue ganando fuerza y autonomía, hasta el punto de manejar las máquinas ella sola.
Los cambios no tardaron en llegar. Y fueron mucho más allá de lo estético. "Cuando llegó, no podía levantar la mano para encender la luz, ni comer sola, ni llevarse una cuchara a la boca", explica el dueño del gimnasio. Hoy, la situación es radicalmente distinta: "Está bien, ni siquiera usa bastón".
El progreso de Mariane se ha convertido en una fuente diaria de motivación para otros usuarios del gimnasio, muchos de ellos décadas más jóvenes. Mientras algunos miran el reloj buscando excusas para irse antes, ella completa sesiones de una hora, tres veces por semana, con una constancia que ya quisieran muchos.
