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Me he propuesto durante 7 días llevar esta camiseta. No sólo porque yo misma haya sido víctima de agresiones físicas sino porque también lo están siendo mis compañeras. En Sanfermines, en España, a todas horas y en todos los lugares del mundo.

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Me he propuesto durante 7 días llevar esta camiseta. No sólo porque yo misma haya sido víctima de agresiones físicas sino porque también lo están siendo mis compañeras. En Sanfermines, en España, a todas horas y en todos los lugares del mundo.

No hay una sola mujer, alta, flaca, gorda, joven, blanca, negra, madre, hija, de clase media, alta o baja, cuyo cuerpo y cuya identidad no sufra las consecuencias de una herencia aprendida: la de estar a disposición de los demás. "Hágase en mí según tu voluntad" dijo una conocida figura femenina y nuestro cuerpo se representó durante siglos blando, sumiso, dispuesto, accesible, sin oponer ningún tipo de resistencia.

Según Aristóteles los jefes son aquellos que poseen el don de la razón, los que piensan y dan órdenes. Los esclavos los que usan su cuerpo para ejecutar los mandamientos. La función del esclavo es ser útil y servicial y su valor se mide en función de lo que hace para los demás. Han pasado algunos años desde Aristóteles pero no hace falta pensar mucho para dilucidar quién asume hoy la función de cuerpo (y a su vez de esclava) en nuestra sociedad.

El cuerpo de las mujeres es un cuerpo sometido por la industria de la belleza que se lucra de él infundiéndole la idea de que está mal hecho. Un cuerpo que se convierte en frustración y del que no disfrutamos porque nunca está dentro del canon.

El cuerpo de las mujeres es objeto de deseo, pero no sujeto. En el imaginario visual: cine, revistas, pornografía... la sexualidad está representada por y para el disfrute de los hombres pero no de las mujeres. No hay referentes del goce femenino, no hay información para el autoplacer, las mujeres nos educamos con la idea errónea de que nuestro objetivo es el placer del otro.

El cuerpo de las mujeres es un objeto de consumo, una mercancía que se vende y con la que se comercia. La prostitución es una clara muestra de ello. La desigualdad económica y la pobreza que sufren las mujeres en todo el mundo son claves para entender que no se ejerce desde la libertad sino desde la necesidad y en la mayoría de los casos desde la privación explícita de la voluntad.

El cuerpo de las mujeres ahora también se está convirtiendo en un vientre de alquiler, un espacio para albergar otras vidas que a su vez pertenecerán a otras personas. No se me ocurre escena más apocalíptica que las granjas de mujeres cuya única función es reproducir y cuyos clientes pueden elegir "a la carta" como si pidiesen un Big Mac. No se me ocurre experiencia más traumática que te arranquen al ser que llevas dentro para entregárselo a otra familia a cambio de dinero. ¿Es este el concepto de libertad que queremos?

Llevo 6 días saliendo a la calle con esta camiseta. El primer día tenía miedo por lo que la gente pudiera pensar, pero ese miedo es pequeño comparado con el dolor que me produce ver cómo nuestro cuerpo es constantemente invadido y abusado, utilizado sin permiso y despreciado. En estos días he experimentado muchas sensaciones y he recogido reacciones muy diferentes. Mientras camino las personas leen de pasada el texto y apenas tengo tiempo para adivinar qué piensan, algunas abren un poco los ojos y otras bajan la cabeza avergonzadas. En el transporte público, al estar parada hay más tiempo para reaccionar. En general la camiseta abre el debate y las personas que van juntas hablan del asunto mientras miran una y otra vez buscando nuevos argumentos. Que sea capaz de abrir un debate ya es algo que me satisface. En las tiendas y supermercados también ocurren cosas: algunas mujeres se acercan a decirme que les gusta mi camiseta y dónde pueden conseguirla. No se vende pero yo cedo el archivo del texto a toda la que quiera hacerse una. Otras personas me han dado la mano, incluso algún abrazo. Ningún hombre, de momento, se ha enfrentado. En general se quedan bastante estupefactos. La reacción que más me ha impactado ha sido la de un niño que iba con su padre en el metro, al leer la camiseta preguntó a su padre por qué ponía eso y el padre le dijo que me preguntara a mí. El chaval se acercó y me preguntó qué significaba, por un momento me pareció indigno romper la inocencia de ese crío con una realidad tan dura. Le dije que a los adultos a veces se les olvidaba tratar bien a otras personas y había que recordárselo. El niño se quedó en silencio durante unos segundos y volvió a su sitio con la cabeza gacha... su padre hizo una mueca de tristeza y asintió con aprobación.

Otro día salí con unas amigas que también llevaban la camiseta y la sensación fue totalmente diferente, el miedo se convertía en fuerza y los nervios en entusiasmo. La energía que desprendíamos era palpable. Son muchas las mujeres que durante esta semana me han pedido el archivo para hacerse una camiseta y voy recibiendo vídeos e imágenes de cada una de ellas. Queremos que las mujeres que alguna vez han sido agredidas no se sientan solas. Queremos hacer grupo, formar piña, volar juntas. Si hay que recordar a esas personas a las que se les olvida tratarnos bien que respeten nuestro cuerpo no pasa nada, somos muchas y poderosas.