El 'pianista de Yarmouk' también ha escapado como refugiado a Europa
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El 'pianista de Yarmouk' también ha escapado como refugiado a Europa

Tres años de asedio, el hambre y los bombardeos constantes de su campamento de refugiados de Damasco, el de Yarmouk, no han podido con el célebre músico Aeham Al Ahmad, al que se le conoce como el pianista de Yarmouk.

Sin embargo, algo dentro de él murió el día que los extremistas -posiblemente del Estado Islámico- quemaron su querido piano en frente de sus ojos, ese instrumento que él seguía tocando pese a la guerra, como si fuera una protección contra la barbarie.

Fue entonces cuando Ahmad, cuya música era casi el único consuelo de los residentes del campo de refugiados palestinos en la capital siria, decidió unirse a miles de personas más y buscar la paz en Europa. "Lo quemaron en abril, el día de mi cumpleaños. Fue mi posesión más preciada", dice Ahmad a AFP. "El piano no era sólo un instrumento. Era como si hubieran matado a un amigo", se duele. A sus 27 años, Ahmad, cuyas canciones se convirtieron en una sensación en las redes sociales mundiales, reconoce que, "fue un momento muy doloroso".

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Ahmad, tocando entre las ruinas de su campo.

UN REMEDO DEL INFIERNO

Desde que la guerra civil de Siria golpeó Yarmouk en el 2013, el barrio otrora próspero vio su población menguar de 150.000 palestinos y sirios a apenas 18.000.

El campamento se vio envuelto en la lucha entre las fuerzas del gobierno, los rebeldes y los extremistas, y sufrió un asedio devastador por el ejército sirio. Cerca de 200 personas murieron a causa de la desnutrición y la falta de medicamentos, según datos verificados por la ONU.

Ahmad se convirtió en un símbolo de resistencia, ayudando a la gente de Yarmouk -especialmente a los niños- a que se olvidan por un momento de la brutal guerra y de la rabia, que ponía en jaque con cada nota.

"Hay días en que me sentía el más indefenso, cuando no tenía dinero ni podía leche para mi bebé Kinan, o cuando mi hijo mayor Ahmad me pediría una galleta", relata. "Ese era el peor sentimiento".

Fue después de que militantes ISIS atacaran el campamento en abril, vio cómo su piano acababa envuelto en llamas. que suaves rayos de Ahmad, tentativa de la luz estaba envuelta en llamas. Estaba en una camioneta, el músico trataba de transportarlo a la aldea de Yalda, donde su esposa y sus dos niños estaban viviendo, a resguardo. Pero llegó tarde.

"¿No sabes que la música es haram [prohibido por el Islam]?", le preguntó un miliciano, antes de prenderle fuego. "Fue entonces cuando decidí dejar Yarmouk", señala.

Ahora está llegando a Alemania, tras dejar a su familia en Siria. Es la avanzadilla de la esperanza. Ha caminado desde Damasco hasta Homs, Hama, Idlib y finalmente Turquía. Conociendo a cada paso a un "traficante de carne humana" nuevo.

Con la ayuda de contrabandistas, evitó a las fuerzas de seguridad -cada vez más vigilantes- de Turquía. Ha pasado por bosques, alambradas, fosos. "Hemos estado 24 horas sin comer", cuenta. Y desde que ha pisado Europa apenas ha dormido unas horas. Siempre andando.

Flaco, con los 45 kilos con que salió de Yarmouk, se le ve en las fotos que ha ido colgando en Facebook, explicando su periplo hasta que, esta semana, llegó sano y salvo a la costa de Grecia. Ha pasado por Macedonia y Serbia y su propósito es "jugar con mis niños en las calles de Berlín como lo he hecho en Yarmuk".

Su sueño ahora es traerse a su familia, y convertirse en un músico famoso que dé conciertos por todo el mundo difundiendo un mensaje de paz.

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Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

Sobre qué temas escribo

Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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